HOMBRES DE LETRAS
Carlos Viniegra, presentó en la FIL Amos, lacayos y vasallos
Por Héctor Medina Varalta
El hombre no está hecho para la derrota.
Un hombre puede ser destruido
pero no derrotado.
Ernest Hemingway, El viejo y el mar
Guadalajara, Jalisco, diciembre de 2016. En el marco de la Feria Internacional del Libro (FIL), la Editorial Paralelo 21, presentó el libro de Carlos Viniegra, Amos, lacayos y vasallos, un libro indispensable para los ciudadanos del siglo XXI, ya que por primera vez, reúne y conecta causas y consecuencias de muchos de los actuales fenómenos tecnológicos, políticos y sociales, desde la dirección de las nuevas economías de Uber y AirBnB, hasta las oportunidades que presenta la economía compartida y los riesgos de la cuarta revolución industrial. En esta vorágine, ¿qué papel jugamos cada uno de nosotros? ¿Qué caminos existen hacia la libertad, la paz y la prosperidad? El autor de este interesante libro, comparte que lleva este título y aborda este tema porque una de las preocupaciones que tenemos actualmente es por qué a pesar de que pese a que el mundo tiene esta gran libertad tecnológica en donde cualquier persona puede ingresar a Twitter a decir cualquier cosa a las personas más poderosas del mundo, las mismas personas están escogiendo regresarse al autoritarismo. Esto que estamos viendo actualmente, no es algo que sucedió nada más desde la elección de Donald Trump, sino que ha venido sucediendo desde la vuelta del siglo. Si uno quiere ver el mundo en términos de autoritarismo o democracia: hoy nueve de cada diez personas viven bajo algún tipo de régimen autoritario en el mundo, sólo una vive en democracia plena.
Donald Trump, un ejemplo de autoritarismo
Pareciera ser que aunque se cayó el Muro de Berlín, se acabó el comunismo y demás, sin embargo, las personas han seguido construyendo el autoritarismo y reforzándolo en el siglo XXI. Por eso el subtítulo del libro: “Por qué el autoritarismo persiste en el siglo XXI y cómo enfrentarlo.” Amos, lacayos y vasallos eran títulos de la nobleza en la Eda Media. El amo o el señor feudal tenía una serie de derechos por ley divina y había una serie de personajes que ayudaba a reforzar ese sistema medieval como los lacayos y los vasallos. Se supone que ese modelo ya se acabó en el mundo hace mucho tiempo. Pero resulta que al meterse a ver, por ejemplo, cómo funciona el autoritarismo en las empresas, es decir, hay muchas empresas, que actualmente siguen manteniendo esa estructura feudal, por ejemplo, cuando nadie de la empresa se puede ir a su casa hasta que se vaya el jefe, y este a la mejor no está haciendo nada, pero todos se tienen que quedar trabajando. Ese es uno de los modelos, en el cual, el tiempo de ese jefe es más importante que la vida en casa de todas las demás personas. El primer cuestionamiento es, por qué seguimos construyendo y reforzando estos modelos autoritarios y por qué estas personas autoritarias, por ejemplo, como Donald Trump que tiene abajo a las personas que lo empujan. En todos lados donde existen esos sistemas autoritarios, uno puede encontrar a gente que apoya incondicionalmente a estos “amos”, aunque no los beneficia estarlos apoyando.
La ciencia de la complejidad
Amos, lacayos y vasallos, no es un libro de política, ni de economía, de sociología o de problemas contemporáneos, que a muchas personas les gusta que todo salga de un mismo sabor. En el mundo de la ciencia, hace aproximadamente 30 años se descubrió que ya no se podían explicar muchos fenómenos atacándolos de forma especializada. Entonces, empezaron a utilizar un a manera de abordar estos problemas complejos, a la que llamaron ciencia de la complejidad. Por lo tanto, empezaron a utilizar una manera de abordar estos problemas complejos, a lo que llamaron ciencia de la complejidad. La ciencia de la complejidad o la ciencia de los sistemas complejos, lo que busca es desenredar de manera sistémica, el funcionamiento de estos fenómenos. Entonces por qué razón el autoritarismo persiste o por qué gente que no se beneficia del autoritarismo le sigue ayudando al autoritario. Esto tiene que ver con que el autoritarismo es un sistema fácil de echar a andar, por ejemplo, si vives en un condominio y hay una junta de vecinos y es muy difícil ponerse de acuerdo. A muchas personas en vez de ponerse de acuerdo que decisión van a tomar, les es más barato y más fácil decir que otro tome las riendas y desentenderse por completo de sus funciones del funcionamiento de su condominio, aunque la persona elegida sea un tirano.
México está funcionando con un sistema autoritario
Una de las conclusiones es que en el mundo del autoritarismo, es que este persiste, existe y se reproduce, porque es el sistema más barato de echarlo a andar. Por esa razón, Carlos Viniegra estuvo analizando una serie de estadísticas y cifras, y resulta que, efectivamente, el autoritarismo es muy fácil de echarlo a andar, ya que a muchas personas les resulta muy fácil que le resuelvan los problemas otras personas, porque a quien ayuda a tomar esa decisión no necesita meterle más energía, no necesita meterle más esfuerzo a estar tomando decisiones, prefieren seguir fielmente al autoritario, sin tener que pensar si lo que está haciendo el autoritario está haciendo bien o mal, que ser copartícipe de una decisión más democrática. Esa es la primera lección: el autoritarismo es muy barato de echar a andar, pero el problema es que, en esta realidad que es muy complicada, una sola persona no puede saber todos los lugares a los que puede ir el grupo. Es muy fácil que los sistemas autoritarios tengan problemas, choquen, porque todo mundo sigue lo que dice una persona. Esto lo hemos visto en América Latina muchas veces, cuando de repente un presidente en un sistema autoritario dice: “ahora lo que vamos a hacer en este país es el petróleo, el cobre o el henequén, una sola cosa a como él ve el mundo y todo el país empieza a moverse hacia esa estrategia y cuando se van a esa estrategia termina cambiando el entorno, y cuando cambia el entorno ya no hay una nueva idea aparte de vender el petróleo, la maquila o lo que sea. México así está ahora funcionando. Toda la economía estaba apostada al Tratado de Libre Comercio (TLC) y ahora que nos dicen, “qué tal si cambiamos el TLC”, por eso la estamos sufriendo horrores.
Un ejemplo del lacayo
Ahora, en contraparte, la democracia, poca gente la construye porque es muy difícil de hacer; si regresamos al ejemplo del condominio, es el mismo ejemplo del país. Por esa razón, hay que ponernos de acuerdo como vecinos de cuáles van a ser las reglas del juego, establecer un reglamento en el que todos estemos de acuerdo en que no vamos a tomar ciertos comportamientos como estacionar mal el coche, no respetar el lugar de las personas con capacidades diferentes o cosas por el estilo, es más difícil. Más, sin embargo, una vez que ya tenemos ese arreglo es muy probable, que en el futuro nuestro condominio funcione mucho mejor por la participación de todos los vecinos porque va a haber más ideas, más personas van a estar poniendo ojos para ver qué problemas pueden surgir. Por ejemplo, el vecino del condominio 2, se va a dar cuenta que se le está filtrando el agua en la pared y les va a avisar a los otros y no se va a desatender; en cambio, en el modelo autoritario, cualquiera diría: “no es mi problema, hay que se dé cuenta el administrador cuando se le dé la gana.” A propósito de las mujeres que les envían cartas de amor a la cárcel a asesinos seriales, Carlos Viniegra mencionó un ejemplo que está muy bien estudiado, el de Adolf Eichmann, quien fue el encargado de organizar el movimiento de judíos a los campos de concentración nazis y movió cientos de miles de personas a su muerte. Años después de que terminó la guerra los israelitas lo encontraron en Argentina, se lo llevaron a Israel y lo juzgaron. Eichmann decía que él no tenía la culpa de nada, Hitler era el jefe, él daba las instrucciones que él seguía al pie de la letra y no tenían por qué juzgarlo.
La renuncia al pensamiento reflexivo se pierde toda traza de humanidad
Eichmann estaba completamente convencido de que haber seguido a Hitler y haber ayudado a matar a tantos judíos no estaba mal. Ese es el ejemplo del lacayo que Viniegra usa en su libro. El autor escribe en su libro: “Una de las pocas voces que entendió esta paradoja en el estudio y descripción del autoritarismo, sobre todo totalitario y tiránico, fue la filósofa germanoestadounidensen Hannah Arendt (1906-1975). Como judía alemana, vivió en carne propia la tragedia de la Segunda Guerra Mundial en un campo de trabajo francés y acuñó el concepto de la banalidad del mal de cubrir el juicio contra el nazi Adolf Eichmann para la revista The New Yorker en 1961. En uno de sus polémicos artículos dijo que el verdadero mal-el origen y la responsabilidad de las grandes atrocidades de la historia-no solo estaba en los monstruos psicóticos como Hitler, sino que las brutalidades a gran escala necesariamente son diseñadas, construidas y operadas por personas aparentemente normales, a veces “burócratas insignificantes como Eichmann”, el hombre pequeño o Kleiner Mann, que ejecuta “acciones irreflexivas y sin sentido.” Entender, descubrir y desenmascarar a “quienes en la renuncia al pensamiento se asumen libres de toda responsabilidad, abandonados a la corriente del tiempo” se volvió una tarea fundamental para esta filósofa. En especial, porque “en la renuncia al pensamiento reflexivo se pierde toda traza de humanidad y con ello el mal se vuelve total.”
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