ROBBEN DESHIDRATA A MÉXICO
Publicado el 29 junio, 2014
EFE
El fútbol fue tan cruel con México como infieles con la pelota fueron los mexicanos cuando le hicieron un desplante tras ponerse por delante en el marcador. La selección azteca, que había gobernado el duelo con el balón por bandera, se olvidó de él, se puso al resguardo de su imponente portero y Holanda se lo hizo pagar. Media hora final con Robben en combustión acabó por deshidratar a los del Piojo Herrera en los últimos cinco minutos. El técnico mexicano ya había lanzado un mensaje con el relevo de Giovani tras su gol. Sus jugadores interpretaron el toque de corneta y atrincherados quisieron resistir lo que muchas veces resulta irresistible cuando se tiene a la vista a futbolistas como Robben, tan imparable como liante.
México pasó de blindarse de maravilla con la pelota a entregarse a los milagros de su asombroso portero. Ochoa, del que apenas hubo migas antes del tanto de los suyos, ya las había parado con la cabeza, las manos, la entrepierna y hasta los juanetes, cuando Sneijder, en el minuto 88, cazó un remate en la frontera del área con los mexicanos defendiendo como murciélagos cerca de su larguero. A México se le derrumbó el andamio. Y luego se le vino el mundo encima cuando Robben hizo un salto de trampolín al sentir el obstáculo de un pie de Márquez. Puede que el capitán mexicano apurara demasiado en el cruce, pero con sus sobreactuaciones el holandés tiende a desvirtuar este tipo de jugadas. El penalti lanzado por Huntelaar fue el único imposible para Ochoa. Era el descuento de un partido sofocante en el que los mexicanos estaban a punto de cruzar una frontera histórica: jamás habían alcanzado unos cuartos de final fuera de su casa, lo que sí hicieron en 1970 y 1986.
El caso de Holanda merece un diván. Necesita que los partidos comiencen con un marcador adverso. No tiene forma de activarse de otra manera, como si primero interviniera Van Gaal con los galimatías de sus libretas y luego rompieran cadenas los futbolistas. Solo así se explica que se haya convertido en la primera selección de la historia que, sin prórrogas mediante, haya remontado tres encuentros en un mismo torneo. O lo que es lo mismo, su entrenador haya tenido que rectificar un día sí y otro también. Ya lo hizo con España y Australia. En Fortaleza, en un partido marcado por el calor, le tocó a México.
Cuesta determinar si el plomizo arranque de partido de Holanda tuvo que ver con el embrollo del laboratorio de Van Gaal, la insoportable solana o la buena disposición del adversario. De lo primero, no hubo mayor síntoma que Kuyt, un discreto delantero de toda la vida, cabeceador y revoltoso para la nada, al que su seleccionador empleó de lateral izquierdo, luego un rato por la derecha y hasta tuvo momentos para brincar como ariete. Se lesionó De Jong -son muchos ya los jugadores a los que no responden los músculos, europeos la mayoría- y lejos de tocar un puesto Van Gaal alteró dos líneas, con Martins como lateral y Blind reclutado para el pivote del medio campo. No estaba a la vista Van Persie, Robben era un solitario y Sneijder estaba tan extraviado como su técnico.
México, mejor adaptado al clima, se anclaba con la firmeza de Márquez en su cuarto Mundial, respiraba con el eterno Salcido en el medio, amenazaba con el habilidoso Layún, incordiaba con Peralta cerca de la meta contraria y esperaba el momento de Giovani. Con más intensidad y mejor formato, el partido era de los verdes. El único consuelo holandés, con muchos treintañeros en sus filas, eran esos dos tiempos de refresco que un tribunal brasileño ha impuesto a la FIFA cuando la temperatura sobrepasa los 30 grados. A la media hora y a falta de un cuarto de hora, agua bendita durante tres minutos que luego se agregan en cada periodo de tiempo. En Qatar, si no hay remedio, harán falta uvis móviles a pie de campo.
Todo iba a favor de México y la consecuencia fue el estupendo gol de Giovani. Con dos rivales como muro, se giró en el balcón de área y enroscó la pelota junto al poste izquierdo de Cillessen, un joven portero del Ajax que en varias jugadas precedentes pareció necesitar una tila. Herrera no tardó en relevar a su goleador por Aquino y para cuando echó el lazo a Chicharito, los suyos ya estaban bajo el techo de Ochoa y habían concedido el subsidio de la pelota a los holandeses. Van Gaal había relevado al inoperante Van Persie por Huntelaar y el partido entró en otro nivel, el que quiso Robben. México era Ochoa y diez más, nada que ver con su primera hora. El meta hasta despejó con la frente un remate de De Vrij en su flequillo que solo podía ser gol, gol o gol. También se interpuso ante Robben y el holandés que le retara. Hasta que llegó la pesadilla final para su equipo, que estaba tan refugiado que dejó libre a Sneijder para un remate al pie de área tras un córner. Robben, al que al filo del descanso habían hecho un doble penalti Márquez y Moreno -los mexicanos también reclamaron un juego peligros de Vlaar-, le dio la puntilla con su desmayo ante el estorbo de más del capitán mexicano.
México primero perdió la pelota y más tarde el partido. Holanda nada quiso saber del balón y cuando se lo entregaron no desaprovechó el recado. Los mexicanos se sintieron ganadores antes de tiempo y acabaron otra vez sin consuelo por culpa de este fútbol tan desalmado en ocasiones por culpa de un maldito balón al que conviene no perder de vista. Queden los minutos que queden.
elpais.com
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