LA MUJER ENTELADA…VIOLENCIA IDEOLÓGICA Y ATUENDO

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Por Víctor Manuel Estupiñán Munguía*

“El mundo social es un mundo de cuerpos vestidos”

El cuerpo y la moda, Joanne Entwistle; 2002:19

Más allá de la brutal y obvia violencia en contra de las mujeres que va en ascenso como toda la violencia social en el mundo; como la trata, el tráfico de órganos, violaciones, mutilaciones de órganos sexuales, asesinatos, torturas, películas de sexo y, muerte reales (snuff); existen otros procesos no menos violentos aunque refinados, sigilosos y, por ello, con tendencias a ser desapercibidos, precisamente por tratarse de violencia ideológica. Estos procesos son los iniciadores a la otra violencia directa. El control de la extensión del cuerpo se vuelve apremiante para el control general de la apariencia, en el mundo social.

Una forma de anular y, controlar a la mujer es mediante el atuendo u objetos, como el radical “cinturón de castidad”. Con ello, se puede lograr su invisibilidad. Es una manera de “emparedarla” con la salvedad de mantenerla con vida. Es una forma de tenerla en cautiverio, más sin embargo, dejándola realizar sus tareas tradicionales de servidumbre y esclavitud, sin que repare mucho en ello, puesto que primeramente se le socializan ideas sobre belleza y, moda. Se le recluye pero sin sacrificar sus servicios al mundo del hombre.

Hoy, su indumentaria es su cárcel, los barrotes de su celda pueden ser de lino, lona, mezclilla, algodón, fibras sintéticas, encajes, entre más. Así, modernamente el acero de otros tiempos se laminó, se plastificó, se algodonizó.

Las mujeres con su caparazón carcelario, se asemejan a mujeres tortugas. Las mujeres de algunos países árabes con su famoso traje, como por ejemplo; el “burka” o “burqa”, los cuales se usan principalmente en Afganistán (mujeres pashtunes). Este dispositivo tecnológico, cubre tanto la cara como todo el cuerpo, llegando hasta los tobillos.

Su capacidad es que es capaz de crear una mujer aprisionada. De tal forma, que su “penalidad anónima” la lleva adherida a su cuerpo y a su alma. Su pena la lleva a todas partes; es una cárcel movible, una prisión “libre”, cuyos barrotes son invisibles, pero la detención la realiza con su subjetividad, es decir, se trata de una violencia ideológica.

No es el confinamiento de su libertad en un espacio pequeño, sino que es su confinamiento del pensar en un espacio abierto, libre, amplio, público: el cultural. Es pues, una prisión libre, tiene que entrar y salir constantemente en él. Es una pena para ser sufrida, más que nada psicológicamente; en carne viva del cerebro con consecuencias y cicatrices ideológicas muy severas.

La mujer viva, pero sepultada en su sarcófago de tela, equivale a asumir la imagen de estar enterrada viva. De ambular envuelta en el ataúd, es decir, con traje de muerto y con ansias de vivo.

La mujer afgana se encuentra totalmente anulada de la realidad, su imagen desaparece “de pies a cabeza” por reglamentación y, tradición de poder. Aquel país, aquella realidad, deja ausente a las mujeres. Es un país sólo de hombres y de niños.

Los fantasmas femeninos son de tela, una especie de envoltorios que hablaban debajo de la tierra, apenas se percibe su voz de ultratumba.

De tal forma que el pensamiento visual del hombre no choca con la imagen de mujer, puesto que no existe en la realidad como tales. Ya que se tenía prohibido hasta mirarlas. Se les había sacado de la realidad misma. La época de los leprosos se había instalado en estos países. Con la salvedad de que la nueva lepra era cultural, religiosa.

Las vendas y telas no eran para detener los pedazos de carne corrompidas por la lepra. Los metros y más metros, ahora se usaban para detener el cuerpo entero de las mujeres. La lepra había sido un mal menor, un mal de unos cuantos; en cambio aquella era una lepra ideológica, masiva, la padecían todas las mujeres.

La mujer que se atrevía a “desenrollarse” era apaleada en público o, en su defecto, asesinada. Ahora bien, la “puesta en escena” para anular a las mujer consistió precisamente en “sacarlas “de la escena cotidiana. El personaje natural de la realidad social no aparecía a la vista de todos. Su Ser se mantuvo tras bambalinas.

El telón del poder las cubrió totalmente arrojándola al más despiadado anonimato. La obra representada fue exclusivamente de hombres y niños.

Fue una tecnología capaz de exterminar la imagen de mujer adulta. Con dicha medida se le confeccionó otra nueva imagen a las mujeres: la imagen del anonimato, la imagen de la anulación total.

Con dicho traje “de pies a cabeza” la mujer psicológicamente era para que se sintiera que estaba fuera de la realidad, que era un ser indigno. Que merecía estar “callado”, no sólo de palabras, sino que también en imagen, la consigna se había dictado desde la bitácora del poder mismo, un poder traspuesto: la de no existir.

Esta tecnología trajo como consecuencia directa la negación de la imagen de la mujer.

Las prácticas de encarcelamiento y anulación de la mujer mediante trajes de ropa, aun la podemos seguir detectando en algunas prácticas ya occidentalizadas. Por ejemplo, en el discurso simbólico del casamiento religioso, observamos como el novio al final o, en el inter de la ceremonia alza el velo de la novia, para inmediatamente ordenarles el sacerdote que puede besar a la novia simbólicamente, para indicar que gracias a él la ha traída a la luz de la realidad.

Puesto que anteriormente se encontraba velada, oculta, tapada, es decir, era invisible, pero ahora que se ha unido a él, va a tener identidad y presencia, en otras palabras, su imagen ha nacido con el casamiento.

El lenguaje es acorde y refuerza las prácticas de poder. No es gratuito que se utilice la palabra veladamente para indicar la esencia del ocultamiento. Se involucra al velo como un instrumento que hace posible tal magia.

También se usa como metáfora para disimular o, a manera de pretexto para ocultar la verdad, lo que no se desea conocer, lo que oculta el conocimiento. Ocultar o decidir no hablar de lo que no conviene.

Lo simbólico es un espacio de lucha, es la continuación de la violencia física por otros medios. Sirve para reordenar la realidad desde la construcción de las subjetividades.

Con el desplazamiento de los recursos simbólicos se articulan procesos de la realidad con el cuerpo, placer, económicos, políticos e inconscientes.

El tratamiento filosófico que se les da a las mujeres también habita en el lenguaje-palabras, en la ropa, orientación estética, es decir, en todos los escenarios y fuentes culturales. Además, aclaro que no estoy en contra de las fantasías, ni en el erotismo, mucho menos en contra de la sexualidad tan natural, sino que humildemente pretendo desenmascarar hasta donde sea posible las prácticas del poder como oficio de control.

Las diversas prácticas simbólicas contra las mujeres, van así reproduciendo el sentido simbólico social, hasta llegar a un determinado ordenamiento simbólico de la realidad. El cuál por cierto es el que fluye construyendo a la vez una conciencia simbólica, o si se prefiere una ideología simbólica general. Este capital simbólico cultural, es el que se encuentra en el derecho, economía, política, familia, religión, ciencia, arte, literatura, incluso en la subjetividad de los individuos.

En cambio, la “democracia occidental” posee las formas necesarias para ejercer violencia en forma de libertad. Sus formas ideológicas se encuentran construidas a tal manera que nos parecen normales y, sanas. Sin embargo, no es así, el poder traspuesto en la moda de “libertad” negocia con estrategias y, modistos ideologizados.

Por ejemplo, la “mujer ejecutiva”, no es otra cosa más que una mala copia de la figura masculina, siendo la característica principal saco occidental. Puesto que las observamos muy de saco o, “chaquetín” y, sus pantalones. Así, si la mujer va a competir con y, en el mundo del hombre, primeramente se tendrá que vestir semejantemente o, como él.

Así mismo, podemos citar figuras más íntimas como el famoso “baby doll”, donde el poder ideológico las transforma (mos) de mujer adulta en una niña. Una niña en una obra de teatro-realidad y, donde el papel central es la mujer-objeto del deseo masculino, antes de ser violada consensuada-mente (a la manera de sacrificio), en la tibia cama del hogar.

Las cadenas de imágenes de telas continúan, el poder también…

* Víctor M. Estupiñán Munguía: Pensador por distracción Cósmica, contador de estrellas por insomnio creativo, pintor de sueños por terapia humanista, especialista en transgredir las reglas ortográficas de la Real Academia Española, con neurosis cultural debido a que no puedo crear poemas que lleguen al corazón, víctima de la libertad, democracia y ecocidio del capitalismo bárbaro, pero con licencia de la Madre Naturaleza para cortar flores y olerlas.-  Miembro de S.I.P.E.A. (Sociedad Internacional de Poetas, Escritores y Artistas)- Sonora- “Por la paz del mundo”           victor-79@live.com.mx

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