MUERTE Y COTIDIANIDAD MEXICANA

 

 

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Por Víctor Manuel Estupiñán Munguía*

“Como un mar, alrededor de

la soleada isla de la vida,

la muerte canta

noche y de día su

canción sin fin.”

Rabindranath Tagore

La verdad es que la muerte cada vez tensiona más al proporcionar una gran variedad de lógicas profundamente encontradas en muchos niveles,  provocando con ello rasgos de desequilibrios psicológicos  y  hasta de locura social.

El hombre como criatura propia de la naturaleza y, su relación con ella resulta ser  tan vasta, dando como resultado la necesidad  de que también contemple el aspecto cultomortuario desde una perspectiva semiológica.

La imaginería del hombre es capaz de escalar el mundo de los muertos para atraerlo hasta los recónditos  culturales de los símbolos, comida, lenguaje, bebidas, chistes y charras, deportes, entre más.

Así, el tema de la muerte aglutina conceptos, categorías, variables, valores, ritos, símbolos, fiestas, signos, problemas, en fin,  a la propia vida paralizada de amor y humor fúnebre.

La muerte real y también a nivel de imagen, asecha constantemente al hombre. La muerte permanente es la que nos llega y nos nutre hasta el interior  y tibio  hogar, mediante explosiones, muertes colectivas, masacres, guerras, y demás escarnios imaginativos  de la vida, contrastando a veces con el confort y la paz de algunos hogares.

De tal forma que la muerte como espectáculo televisivo, ya sea en películas, noticias, etc. se vende y lógicamente se consumen muy bien. La filosofía del matar o del hacer morir a los demás a través de estos costosísimos discursos cinematográficos,  nos demuestra que el hombre no se gusta a sí mismo optando por aniquilar al “otro”, sin saber que también se aniquila a sí mismo, en ese “otro” en forma dialéctica.

Es raro quién no se asoma cotidianamente a la cultura de muerte y a la teleasistencia del morir, ya que es de las más comunes características de nuestra sociedad telemática (“generación telemática”), permitiendo el consumo y la socialización  de valores necrófilos como llanos desprecios a la vida misma.

Así pues, tenemos que “La muerte espectáculo no es un hecho nuevo: desde las arenas antiguas  donde los cristianos  padecían el martirio  hasta los carretones  de la Revolución francesa o las ejecuciones capitales de hoy hechas en público (Sudán, Irak), sin olvidar los actos de tauromaquia, los hombres han gustado siempre de asomarse a la muerte de los otros.” Thomas, Louis-Vincent, ob. cit... pág. 189.

Además de lo anterior, como  si fuera poco, también se maneja a niveles de símbolos: el cuervo del famoso tequila, o el murciélago del bacardí, el águila negra del famoso bote ensangrentado (tanatosemiología), sólo por mencionar las más conocidas y formales de la semiología  de la muerte.

Dejando aparte el universo de las caricaturas y de los superhéroes como “El Fantasma”,  “Batmán”, entre otros, e independientemente de los “Relatos desde la Cripta”, con desenlaces de ultratumba, o las ejecuciones en la silla eléctrica, cámara de gas, las cuales se encuentran al alcance por medio del Internet tipo documentales. Amén de los mensajes subliminales doblemente enmascarados.

  Otro nido de muerte es el deporte, el cual encarna la violencia y la muerte,  independientemente que se diga que está domesticada por medio de los respectivos reglamentos. No podemos imaginarnos unas carreras de autos, lanchas, box, fiesta brava, motos, entre muchos más, ausentes de violencia y de altos niveles de peligrosidad como amenaza de muerte, la cual en cualquier momento se puede y, se traduce en efectiva. Es así que “El deporte es un hecho de civilización, no un hecho de naturaleza. Representa un fenómeno tautológico –político”.

El deporte es inseparable de lo trágico por la violencia sublimada o real (la del esfuerzo, la del combate en la tauromaquia), por la incertidumbre del resultado (el deporte comercializado y amañado ya no es deporte), por el riesgo de muerte (en las arenas, en la montaña, en los circuitos automovilísticos). Efectivamente, en el deporte  “se juega a la muerte ….no se quiere morir, aunque sea simbólicamente...

Así el deporte revela su ambigua naturaleza de símbolo. La derrota no es una verdadera derrota. La vida esta jugada,  no en el sentido de que el azar decidirá en lugar de nosotros si seremos o no seremos, sino en el sentido del teatro adonde se transpone.” Thomas..., pág. 563.                    

En la actualidad, gran público de México y de sus alrededores se emocionan de sobremanera, alcanzando el título de fanáticos al consumir espectáculos  cargados con dramatismo de muerte. Ya sea a niveles inmediatos, simbólicos  o ambos, como son la lucha libre, box, foot-ball, peleas de gallos, de perros, corridas de toros, entre otros.

Sabemos que en México se oficializa la cultura de la sangre  mediante “la fiesta brava” y de paso el animalicidio, se ritualiza la sangre y la muerte. El circo romano tan solo modernizado.

Los hijos de los aztecas ya no van a las pirámides a exhalar la muerte, sino que han cambiado  la ruta  y se “echan” al rodal... “la corrida de toros, matar al animal es matar a la muerte, pero es también arriesgarse a morir); en el juego de azar (el deseo de muerte impulsa al jugador, y la ganancia es vivida como un superávit de la vida);en fin, en la fiesta individual o colectiva (se arriesga la vida en el carnaval para ver mejor cómo  se quema la efigie de la muerte; la exuberancia y la anarquía de la fiesta remiten al tiempo primitivo, al Cronos donde el hombre y el grupo  pueden reencontrar sus fuentes).” Thomas..., pág. 373

La muerte en películas mexicanas, en canciones, novelas, radionovelas, teleseries, teatro, danza, es altamente elocuente. Por ejemplo, recordemos a nivel de película y, cuyo nombre directamente es alusivo a la idea que estoy manejando: “El hijo de la calavera”, película como tantas otras de sangre y venganza. El cine mexicano explotó durante un tiempo considerable el tema de los muertos, zombis, vampiros, momias, hombres lobos, entre otros personajes directamente relacionados con el mundo de los muertos y de las sombras. Enfrentándolos contra los “buenos”, principalmente contra “El Santo”, héroe de muchas generaciones y, como su nombre lo indica,  representó lo divino contra el mundo de tinieblas (lo blanco vs. lo negro), es decir, el éxito de la vida sobre la maldición de la muerte y su universo de maldad y de destructividad. Otra industria de “churros” de muertes y balazos fueron las tristemente películas de los hermano Almada.

Este delirio por esta clase de películas alcanzaba a chicos y  grandes, hombres y mujeres, e incluso ancianos.

La explicación de esta gran pasión del pueblo del sol, consiste en que por los propios hechos históricos, la acumulación de angustia de muerte ha sido mayor y, ante esta opresión, el sujeto se encuentra con mayor predisposición a descargarse de su muerte sobre la muerte “del otro”.

Es decir, llegando a los extremos, desgraciadamente como realmente vemos que así sucede, al asesinato “sin chiste”, sin una verdadera justificación,  así se libera el mexicano de sus tenciones-pulsiones de matar.

Se mata por igual al que desprecia al amigo que lo invita a tomar (“a mí nadie me desprecia un trago”), como al que rápidamente lo acepta (“lo maté por gorrón”).

Es por todo esto que cuando un semejante se nos muere, equivale entonces a morirnos una parte en él. Nos asesinamos en los otros, en los demás. Disparamos contra nosotros en el pecho ajeno. Matamos y nos morimos al mismo tiempo que vivimos.

El mexicano siempre ha tratado de rehuirle a la muerte, tanto físicamente como en sus imaginarios, que incluso recurre a revivirla, recordemos a “Pedro Páramo”, y sin embargo asesina y mata cotidiana, lúdica y festivamente. Amén de que en toda la obra anda “suelta” la muerte:

“¿Qué es que lo dices?                        

-Que me pasé de noche velando la muerta, a

La Refugio. Dejó de resollar anoche.

-Con razón me olió a muerto. Fíjate que hasta

Yo le dije al Gamaliel: “Me huele que alguien

Se murió en el pueblo.”

Pedro  Paramo, Juan Rulfo; 1997: 140, 152.

El hombre es el único animal que mata y, también el más cruel. Así para el mexicano, “el cadáver del enemigo siempre huele bien”, el problema aquí es que así huele el de todos, puesto que todos son aptos para morir mexicanamente, hablando y, más en el D. F. y alrededores.

El mexicano es capaz de enterrar a sus difuntos  con un ritual sumamente elaborado de dolor y de piedad, pero  también es mucho muy macho y matón. El mexicano Mesoamericano le tiene pavor al demonio, al igual como lo tenían los aztecas a Tezcatlipoca, para  confirmarlo es suficiente interpretar los enormes crucifijos que les siguen colgando del cuello doblados por tanto peso. Pero eso sí, desobedecen a su dios mestizo en el famoso “no mataras”.

El llamado de la sangre azteca todavía controla la vida de los sujetos, siendo capaces de exterminarse familias enteras y de muchas generaciones, debido a las más absurdas causas. Hoy todavía, cualquier pretexto es bueno para ahogarse en sangre.

Para ello, la misma muerte  muy quitada de la pena nos dice:

“Copelas o cuello”

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Rulfo Juan, “El Llano en Llamas”. Edit. F.C.E., México, 1978.

Vincent Thomas, Louis. “Antropología De La Muerte”. Edit. F. C. E.  México, 1983

Vincent Thomas, Louis. “la muerte”. Edit. Paidós, España, 1991.

* Víctor M. Estupiñán Munguía: Pensador por distracción Cósmica, contador de estrellas por insomnio creativo, pintor de sueños por terapia humanista, especialista en transgredir las reglas ortográficas de la Real Academia Española, con neurosis cultural debido a que no puedo crear poemas que lleguen al corazón, víctima de la libertad, democracia y ecocidio del capitalismo bárbaro, pero con licencia de la Madre Naturaleza para cortar flores y olerlas.- 

Miembro de S.I.P.E.A. (Sociedad Internacional de Poetas, Escritores y Artistas)- Sonora- “Por la paz del mundo”          victor-79@live.com.mx

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