SOBREVIVIR AL TERREMOTO

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Por los caminos de Sancho

Renward García Medrano

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Sobrevivir al terremoto

Quizás deba decirlo más claro. Este momento de la historia es como un terremoto y están derrumbando piezas del edificio global que parecían muy sólidas: España, Portugal, Grecia, Italia, Irlanda y aun las potencias más ricas –Estados Unidos, Japón, Reino Unido– tienen problemas que en el pasado estuvieron reservados a Latinoamérica, como el endeudamiento y el agudo desequilibrio fiscal.

En este edificio hay un departamento llamado México cuyas fortalezas envidiarían España o Italia, pero vivimos una injusticia social atroz, con una economía dual que en su sector moderno está monopolizada y extranjerizada y en su sector más tradicional es atrasada y poco productiva. No sé cómo pueden sobrevivir los pobres, pero la vida humana es correosa, sólo que si la presionas demasiado se puede envilecer y volverse monstruosa.

La mitad de la gente es pobre y 20 millones de personas no tienen para comer regularmente (la señora que nos ayuda en el trabajo doméstico no es pobre porque ella y su familia comen todos los días, tienen para el metro o el micro, tienen servicio médico, tele y alguna distracción). Estas son las mentiras inaceptables.

El desempleo real es muy superior al oficial: para la estadística, los voceadores tienen empleo o, en el colmo de la ironía, son microempresarios, según Reforma. Si no estuviéramos acostumbrados a los asesinatos, torturas y secuestros de migrantes, mujeres, jóvenes, policías, soldados, funcionarios, políticos, estaríamos horrorizados del país en que vivimos.

Vista desde los promedios, la economía mexicana parece más sólida que las europeas que están en llamas. Pero los promedios son engañosos. El ingreso por habitante promedia los ingresos de Slim y Azcárraga con los de quienes no tienen para comer todos los días; y aun así, el promedio es bajo.

Millones de mexicanos viven en el miedo y la zozobra y no sé cuántos han abandonado sus hogares y negocios para salvar la vida. ¿Se imagina usted lo que es vivir día y noche con miedo? ¿No vivían así los judíos bajo el terror de Hitler? ¿No dicen que tenemos un Estado democrático y de Derecho que nos garantiza la seguridad y tranquilidad? ¡Mentiras, sólo mentiras!

El próximo gobierno ha madurado propuestas que, si tienen éxito, mejorarán la situación en los aspectos esenciales: paz interior, producción, empleo digno, disminución de la pobreza, seguridad social universal, combate eficaz a la corrupción y la impunidad, transparencia, respeto a los derechos humanos… Es tanto lo que falta por hacer y hay tantas bombas de tiempo activadas, que lo mejor para el país sería que el proyecto de gobierno se cumpla y surta efecto.

Pero eso depende de muchos factores: el acierto de las políticas, la capacidad del presidente y sus colaboradores para crear una fuerte base de apoyo popular para cada uno de los cambios; el cierre de filas de todas las fracciones del PRI en torno al programa presidencial; la habilidad de los operadores políticos para construir uno a uno los consensos con los partidos y fuerzas sociales; la capacidad del gobierno para convencer a los hombres del dinero de que hay que invertir y modernizar la economía para la supervivencia de todos, incluso la de ellos.

Todo esto tendría que dirigirlo un político excepcionalmente dotado, como lo fue Adolfo López Mateos y como espero que lo sea ahora Enrique Peña Nieto. Lo que no depende del líder ni de las élites es la estabilidad y crecimiento en el resto del mundo, que son fundamentales para una economía basada en el sector externo y dependiente en un 80% del mercado estadunidense.

Volviendo al símil del terremoto, el edificio se está derrumbando; por eso el futuro gobierno debería tener preparado es un plan de salvamento. La pregunta es si el departamento llamado México, con todas sus amargas y hasta grotescas distorsiones, puede librarse, así sea en lo fundamental, de una debacle global.

Mi respuesta es que sí, siempre que reorientemos todo para que la economía aproveche íntegramente lo que tenemos en abundancia: mano de obra que hay que calificar, ciertos recursos naturales, una amplia red de escuelas de que hay que completar y mejorar sustancialmente, un magisterio que ha sido pervertido por una concepción torcida de los derechos pero que puede educarse a sí mismo y educar a los niños y jóvenes a niveles de excelencia; una juventud deprimida y furiosa porque le hemos arrebatado su porvenir, pero rescatable si la integramos a la construcción del nuevo país; una democracia que, pese a sus limitaciones –la falta de demócratas, por ejemplo– ha modernizado la vida política. Y una nueva moral social y privada que, aunque suene poco científico, es indispensable para no hundirnos en el fango.

Nos faltan capital ni tecnología, pero si abrimos expectativas creíbles de mejora, seremos una plaza atractiva para inversiones productivas que están abandonando los países de mayor riesgo en Europa. Además, tendríamos que reorientar nuestra política exterior hacia las potencias emergentes (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y hacia Latinoamérica y El Caribe, lo que no entraña romper con Estados Unidos, pero sí diversificar el centro gravitacional de las relaciones externas, al menos un poco.

Estos son los ingredientes que, a mi juicio, nos permitirían sobrevivir al derrumbe general y al mismo tiempo, empezar a corregir nuestras lacras.

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