LA MUERTE DOMESTICADA

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Por Víctor Manuel Estupiñán Munguía*

“Vida y muerte no son

mundos contrarios, somos un solo tallo con dos flores

gemelas…”

Octavio Paz; El cántaro roto.

Semiótica de la cultura macabra

Los mexicanos traemos “para arriba y para abajo” a la muerte, puesto que para todos lados nos acompaña. La tenemos tan protegida que además de traerla “forrada al cuerpo”, la recubrimos con pasta de barro echa carne.

Pero no siempre la traemos ad-herida en nuestra profundidad del Ser, sino que también la sacamos y le damos su vueltecita, dándole vida propia. La resucitamos nacionalmente dos días al año para festejarla y, convivimos íntimamente con ella el “día de muertos”. La limpiamos, la vestimos, nos retratamos con ella y, hasta nos la comemos.

A la muerte la vestimos con trajes de charro, campesino, panadero, catrín o mujer de alcurnia, niño, o con faldas, en fin, de individuo común y corriente. Es decir, nos la encontramos humanizada por todos los rincones de México, como quien dice, festivamente personificada de un mexicano más.

Mientras que el halloween se centra en la pleitesía al terror como ambiente, en cambio en México el día de muertos, lo hace directamente sobre la propia muerte como personaje principal.

Es de llamarnos la atención que rara vez nos la encontraremos sin atuendo, sin ropa. La muerte mexicana está vestida porque tienen vida, la observamos que anda en sus quehaceres cotidianos y, para ello necesita presentarse como se debe.

La muerte no puede ser tan prosaica y desvergonzada de darse el lujo de presentarse viva y desnuda, debido a que esas muertes somos nosotros, los mexicanos vivos. Tenemos pudor porque seguimos vivos en la propia muerte.

Este exorcismo nos disipa las dudas de la nada y, contrariamente nos obliga a repensar que la muerte es la continuación de la vida. En otras palabras, vemos en esta “puesta de escena”, que la muerte posee vida propia, vida después de la muerte.

Ahora bien, es cierto que a la muerte la sepultamos en una fosa y luego nos damos a la tarea de “cargarle” una” plancha” bastante pesada de cemento y, luego, le seguimos colocando más peso a la manera de un altar, eso nos demuestra un temor subconsciente.

Nos habla de una psicología del miedo, de un temor por no dejar que salga y haga de las suyas, en las nuestras. Nótese la contradicción, por una parte nos esmeramos en “encerrarla” en su hoyo y, luego, después de echarle tierra, le cargamos peso y, por otro lado, la sacamos en sus días 1 y día2 de noviembre para festejarla. 

Otro aspecto interesante es que nos la encontramos participando del ritual máximo amoroso: el compartimiento de comida y bebida. Se le acoge para darle vida mediante el alimento.

Si algo representa sustancialmente el sustento de la vida, es precisamente el alimento. Por medio de él se vive, se reproducen las energías y la sangre, los músculos se tonifican y viven.

A la muerte necesitamos “amansarla”, quitarle lo brutal, lo bárbaro, suprimirle las tinieblas que la caracterizan y, para ello tenemos que implementar mecanismos profundos que nos permitan realmente acercarnos a ella sin respeto. Más bien adiestrarla, domesticándola.

Un mecanismo perfecto es el de deglutirla dulcemente, con placer para que no se sienta lo amargo de sus estragos.

Así, si la recubrimos de chocolate y azúcar ¿a quién  no se  le antojaría? El psicoanálisis nos diría que es un mecanismo de compensación, una especie de vacuna ingeniosamente preparada desde el placer de todo mexicano que, nos proporciona el cacao y el azúcar.

A la muerte como algo agrio y trágico se le configura en agridulce con el azúcar y el chocolate. Así, la digesta se vuelve placentera, la muerte se va introduciendo  poco a poco, se paladea, se va deshaciendo en su integridad, al mismo tiempo que se segregan las endorfinas producto de la estimulación  del chocolate. El resultado es que a la muerte mexicana se le mastica y sí se traga, por fin se logra  adherirse a nuestro Ser, a nuestro cuerpo y alma.

Es decir, son los aportes culinarios tanto indígena como el español los que entran en la domesticación de la muerte, al igual que son los sentimientos autóctonos y españoles los que definen subconscientemente el capital cultural de la muerte mexicana.

Ya que los aztecas eran los que veneraban a la muerte que,  religiosamente se la comían en los sacrificios humanos, mientras que los españoles le rehuían espantosamente.

Estas reminiscencias de sentimientos dialécticos de temor y amor a la muerte, siguen conviviendo semióticamente en estos rituales de “día de muertos”.

La conquista continúa…

* Víctor M. Estupiñán Munguía: Pensador por distracción Cósmica, contador de estrellas por insomnio creativo, pintor de sueños por terapia humanista, especialista en transgredir las reglas ortográficas de la Real Academia Española, con neurosis cultural debido a que no puedo crear poemas que lleguen al corazón, víctima de la libertad, democracia y ecocidio del capitalismo bárbaro, pero con licencia de la Madre Naturaleza para cortar flores y olerlas.- 

Miembro de S.I.P.E.A. (Sociedad Internacional de Poetas, Escritores y Artistas)- Sonora- “Por la paz del mundo”           victor-79@live.com.mx

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