LOS AMOROSOS.

 

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En su poesía “Los Amorosos”, el poeta chiapaneco Jaime Sabines escribió, entre otros, los siguientes versos:

Los amorosos callan.

El amor es el silencio más fino,

el más tembloroso, el más insoportable.

Los amorosos buscan,

los amorosos son los que abandonan,

son los que cambian, los que olvidan.

[…]

Los amorosos son la hidra del cuento.

Tienen serpientes en lugar de brazos.

[…]

Los amorosos se ponen a cantar entre labios

una canción no aprendida.

Y se van llorando, llorando

la hermosa vida”.

Huelga decir que el poema lo leí hace años; ¿por qué vine a recordarlo precisamente en estas fechas de ponche y pastorelas? ¡Ah, el subconsciente! ¡Ese gran desconocido! La recordación puntual de las sentidas líneas era inevitable. Después de observar atónito a Andrej Manuel haciendo la doble “V” de la victoria -émulo de Rigo Tovar en sus mejores épocas, claro que de melena cortada como Sansón luego de sus devaneos con Dalila-, los versos de Sabines vinieron a mí como las golondrinas de Bécquer a sus nidos.

Sígame usted, apreciable lector, querida lectora, en mis tortuosos razonamientos.

Escribe Sabines: “Los amorosos callan. El amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportable. Los amorosos buscan, los amorosos son los que abandonan, son los que cambian, los que olvidan”. Porque callada deberá estar, por lo menos de aquí a julio, la plana mayor del PRD que, meses atrás, se desprendían la piel del cuerpo con las uñas y ahora hacen gala de un repulsivo, por empalagoso, amor fraternal; y de una paz muy parecida a la de los sepulcros. Ésos son (deben ser) los amorosos de esta hora en ese Partido: Los que abandonan, los que cambian, los que olvidan; sólo así se explica la convivencia, las sonrisas, los perdones recíprocos.

Que los amorosos son “la hidra del cuento” y que “tienen serpientes en lugar de brazos” ni chiste tiene explicarlo. La similitud entre la hidra mitológica y ese cónclave de tribus que es el PRD salta a la vista hasta del más miope si atendemos a que la hidra tenía multitud de cabezas… testas que crecen al amparo de un conato de degüello; y respecto a que tengan serpientes en lugar de brazos… pues, oiga usted, la Gorgona ha de resultar una muchacha ingenua y desvalida comparada con la Dolores Padierna en sus tiempos de gloria. ¿A poco no?

Los amorosos se ponen a cantar entre labios” -dice Sabines- y continúa: “Una canción no aprendida”; ésa es la tonada de este año, la de una democracia incipiente que se resuelve a través de encuestas, no con asonadas ni albazos; una música que invita a bailar en cuadrillas, sin recurrir a la contundencia de una amenaza implícita en ese muégano que es el PRD: La de la escisión, la de la ruptura irreparable. Melodía que intenta, como la del flautista de Hamelín, llevarse detrás de él a las ratas de este país que, por imposible que pueda parecernos, no sólo pululan entre la clase política: “Con nuevo discurso, Andrés Manuel López Obrador se presenta ante los señores del dinero, muchos de los cuales lo consideraron una ‘amenaza para México’ hace apenas cinco años. Hoy, el virtual candidato de la Izquierda deja atrás la arenga y reconoce que ‘no todos los empresarios son malos’”.1

¡Ah! Estos amorosos… condenados al fracaso inevitable; ajenos a la lección que el tango inolvidable nos regala desde hace años en uno solo de sus versos memorables: Que 20 años no es nada. Muchos menos son los cincos años que han transcurrido desde el 2006; flaca la memoria de Andrej Manuel y de sus huestes si creen que la historia puede repetirse -hasta calcarse- en tan breve plazo.

Triste romance en el que se enseñorea la tragedia y ni siquiera de corte épico; un melodrama de segunda, apenas (de esos que plagan la televisión en los que aparecen actricitas sin mayor mérito y galanes de gustos equívocos); cuyos personajes se ciñen a roles mal aprendidos y peor actuados. No vaya a ser -y no lo dude usted- que estos amorosos -de izquierda- estén condenados de antemano y se vayan llorando, “… llorando la hermosa vida”.

Luis Villegas Montes.

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