UNA MIRADA ESCÉPTICA AL ESPEJO.

 

Por Luis Villegas Montes

 

"No es necesario esperar para emprender, ni lograr para perseverar". Guillermo de Orange.

Me he reído mucho estos días y es de puro gusto.

Resulta que he decidido hallar el lado bueno a las cosas. Librarme, en la medida de lo posible, de esos lentes de visión que distorsionan la realidad de modo tal, que hacen parecer todo negro, cargado de oscuros presagios y desgracias sin cuento, sin ápice para el optimismo. El horno no está para bollos, por supuesto, pero siempre, todo, podría ir peor.

Anteayer, ni más ni menos, en esas charlas de sobremesa entre pareja, Adriana me contaba el caso del hijo de una amiga suya (y no, no es un comercial de pomada para las hemorroides), quien, lueguito que lo asaltaron y lo despojaron de su camioneta, decidió darle un giro radical a su vida.

En efecto, lejos de lamentarse (le pudo mucho, obvio), lejísimos de intentar pretextos para amargarse la vida (muy comprensible si ése fuera el caso), y a años luz de una excusa pertinente y duradera para darle cabida a la Infelicidad (escrita así, con mayúscula), halló razones en la sinrazón y esperanza en la desesperanza.

Ahora, limpia su cuarto hasta dejarlo impecable -y conste que no he visto el mentado cuarto, pero recuerdo los de mis hijos y lo cierto es que, en ocasiones, parecen zona de guerra; va usted y levanta una camiseta y no le extrañaría ni tantito descubrir el cráter dejado por una granada-; cocina -tal vez con más entusiasmo que maestría (por lo menos así me ocurre a mí)-; retomó la hermosa y loable costumbre de cenar en familia (ese espacio común e indispensable que la televisión, el Internet, los blackberries y un buen montón de distractores parecen empeñados en desaparecer); y un sinnúmero de hábitos buenos que hacen más vivible la vida.

Pues bien, ese muchacho es mi ejemplo a seguir de ahora en adelante. Una lucecita, una llama trémula, un norte, una brújula, una meta, una mira, una pauta, un hito, un antes y un después en mi actitud. Él, que decidió, por propia voluntad, tras un motivo que serviría de refugio perfecto para hacerle un lugar a la desdicha, transformar su modo de encarar la vida tras el pensamiento fugaz -y trascendente- que a continuación transcribo: “Ahorita, podría estar muerto”, es mi héroe de esta hora. Saber y entender y aquilatar la dicha de estar vivo y tomar la determinación invencible de seguir viviendo y no, abandonarse al hábito inútil de abonarle a la muerte un instante de pesar a cada rato, lo hacen la persona más valiosa y más interesante y más inteligente que he conocido en los últimos días (pese a que no lo conozco y ni siquiera sé cómo se llama).

Puedo intentar -o inventar- mil y un subterfugios para darle nombre a mi tristeza, puedo engañarme a mí mismo y dar inicio a un lamento que llegue a los oídos de todos aquellos que me rodean, puedo, y sin embargo, en medio de tanta tribulación y tanta rabia posible, decido darle curso a la idea magnífica de intentar ser feliz pese a todo.

Ese mushasho -como dicen que pronunciamos los nativos del norte- es la viva constatación de la teoría de Darwin según la cual sobrevive el más fuerte. Y el más fuerte no es el más grande, ni el más corpulento, ni el más voluminoso, ni el más rico, ni el más “poderoso” (quítele o póngale las comillas), ni el más violento, ni el más rapaz, ni el más ladino, ni el más calculador; el más fuerte es aquel capaz de sobreponerse a cualquier desventura con el ánimo entero y la dignidad intacta. Es aquel que atraviesa el vendaval de la adversidad y recula y retrocede y rebrota -como cerezo en medio de la nieve- y no se da por vencido jamás ni deja que lo aplaste el peso de su desventura particular.

El más fuerte es el que cumple a cabalidad con sus obligaciones y honra su palabra y le da sentido a cosas que al día de hoy parecieran olvidadas y resulta imprescindible rescatar de los rescoldos: Valor, honor, integridad, entereza, devoción, virtud, fe.

El más fuerte se construye, se constituye en paradigma tras la fuerza y la razón de su voluntad, no de su instinto. El más fuerte es, no espera a ser ni intenta aprovecharse de la flaqueza ajena.

El más fuerte se exhibe y se pavonea y no tiene miedo ni siquiera de sí  mismo, pues se conoce y sabe que detrás de cada esquina se asoma la vicisitud mas no la teme y se apresta a combatirla con todas sus fuerzas, sabedor de que ser el más fuerte no significa ir e intentar ganar de todas, todas; sino más bien, no doblegarse bajo la carga que le imponen los reveses de la fortuna y hallar la fuerza en su interior y así cada vez hasta el último aliento.

Dicen, que Mahatma Gandhi solía decir, entre otras, estas dos verdades irrefutables (en mi opinión):

  1. Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado”, y
  1. Dicen que soy héroe, yo débil, tímido, casi insignificante, si siendo como soy hice lo que hice, imagínense lo que pueden hacer todos ustedes juntos”.

Creo que si intentáramos ser felices a pesar -y a costa- del dolor (real) que nos circunda, la vida sería la cosa digna de vivirse que nos prometieron nuestros padres o vislumbramos en el acto de amar.

Por lo demás, Darwin estaba equivocado, es imposible que el ser humano descienda del chango; acabada de escribir esa frase, volteo y miro al espejo y me da cosita la afirmación anterior… que conste.

Sonría… O inténtelo, por lo menos, hasta que se le haga una sana costumbre.

Luis Villegas Montes.

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