DE QUE ESTAN VIVOS, ESTAN VIVOS.

Se atribuye a Don Juan Tenorio de Zorrilla la famosa frase: “Los muertos que vos matáis, gozan de cabal salud”, a propósito de la polémica acerca de lo que ocurre en el día de muertos y sobre su posible visita al mundo de los vivos, justamente este día 2 de noviembre.

La tradición señala que los seres que mueren cobran vida en este día y que vienen de visita al mundo tangible, para lo cual, cumpliendo con las más elementales reglas de cortesía, los sobrevivientes debemos atenderlos como ellos se merecen; con mayor razón, si se trata de muertitos de nuestro cariño y afectos, a quienes les conocimos gustos y preferencias, por lo cual proliferan en la mayor parte de los hogares los altares de recepción, cuidadosamente avituallados de comestibles, bastimento y bebestibles del gusto del muertito, cuando este aun se encontraba entre nosotros.

Para la mayoría de los creyentes la muerte es consecuencia del pecado cometido por nuestro padre Adán, transmitido a todos sus congéneres a título gratuito; aunque algunos difieren en cuanto al estado provisional de espera mientras llega ese momento de rendir cuentas al creador en el juicio final y de recibir, bien sea la recompensa para los santos o el castigo eterno para las almas de los réprobos pero, mientras tanto, al ser polvo, al polvo debe volver quien se convierte en difunto, en cuanto empieza la descomposición de su cuerpo, siendo este rito la última instancia terrenal.

Se crea lo que se crea, la conclusión de la mayoría, sobre quienes pierden los signos vitales para pasar a la clasificación de los muertos es que, en palabras del filósofo Perogrullo, el que se muere, se muere; y que este jamás vuelve por estos lares, así se celebre el día de los muertos aquí en la tierra, o se conmemore su aniversario, natalicio o cabo de año; aunque también queda claro que habrá, en un día que no se encuentra determinado por los seres humanos, una resurrección de muertos, a cargo del mismísimo Dios.

Por lo que a mi toca, desde hace ya más de cincuenta años que acudo a los cementerios de Tuxpan para visitar las tumbas de mis difuntos. El de la calle Galeana, en donde se encuentran, si es que queda algo, los restos de mi abuela Nina, a quien no tuve el gusto de tratar, de mi tío Manuel “La Coruña”, viejo camionero de la CTM inicial, quien reposa al lado de su amada esposa, mi tía Bartola, de quien recuerdo esa variada y amplísima cocina, cuyos platillos le acercaron por lo menos unos cincuenta compadrazgos. En el Panteón nuevo (¿nuevo?) se encuentran los restos de mi tía Elisa Castañeda y de su esposo Bernardino, al lado de mis queridos primos Irene y Rutilo y mi amado sobrinito Nathanael, más las tumbas de muchos seres que conocí y estimé en vida; así que razones personales para asistir sin falta cada año, las tengo. Sin embargo, uno de los más poderosos motivos de mis visitas es porque este día puedo ver que estos lugares cobran una vida inusual y veo a muchos muertos en potencia; amigos que como yo vamos muriendo cada segundo que pasa porque así lo denotan nuestras canas, nuestras calvas y lo arrugado de nuestra piel, hasta que la gracia de Dios nos marque la hora de contribuir con nuestra dotación de polvo a la tierra y ser parte del festejo del 2 de noviembre.

Siempre he creído, independientemente de los datos bíblicos que conozco y en los que creo a pie juntillas, respecto a los muertos, sobre la eternidad del alma y el plan de salvación para obtener la vida eterna que, cuando una persona es sepultada, esta no muere del todo, aunque ya no presente signos vitales su cuerpo porque, con nuestras remembranzas y evocaciones, les traemos nuevamente a la vida en cualquier momento, porque los visualizamos en versión original, en video y audio, cuando nos referimos a sus obras, a su ejemplo o a su legado de vida; cuando recordamos nostálgicos sus frases y sus ocurrencias, les hacemos cobrar vida, sea el día de muertos o cualquier día del año. Por eso afirmo convencido: de que viven los muertos, viven. De veras

Por Ezequiel Castañeda Nevárez.

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