UNA CINTA QUE NO SE OLVIDA
- Siglo Nuevo lunes 11 de oct, 2010
Por: Arturo González González
CINE
A 21 años de su estreno y pese a sus carencias, Rojo amanecer sigue siendo el filme referencial de los hechos ocurridos en la capital mexicana la trágica noche del 2 de octubre de 1968. ¿A qué se debe esa permanencia?
¿Por qué una película con un presupuesto que provocaría la risa de cualquier cineasta independiente de los Estados Unidos es hoy un hito en la historia del cine mexicano? ¿Cómo es que una cinta con notorias deficiencias se ha convertido en referente obligado para cualquier cinéfilo? ¿Qué hace que Rojo amanecer (Jorge Fons, 1989), con todo y sus defectos, se mantenga vigente 21 años después de su estreno? La respuesta está en una palabra: necesidad.
TIEMPOS DIFÍCILES
Jorge Fons Pérez (Tuxpan, Veracruz, 1939) se encontraba trabajando en un episodio del tríptico Trampas de amor cuando el Ejército reprimió brutalmente una manifestación de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas, el 2 de octubre de 1968. Poco se habló en los días posteriores sobre lo acontecido aquella aciaga tarde-noche. Una vez más la censura oficial se impuso. El gobierno de Gustavo Díaz Ordaz quería mostrar la ‘mejor cara’ de México en las olimpiadas que comenzarían 10 días después.
El país entró a la década de los setenta con una juventud acallada a palo y plomo. La masacre de Tlatelolco se convirtió en un tabú para la sociedad mexicana. Únicamente se hablaba del tema en medios de circulación marginal y en libros testimoniales de participantes o simpatizantes con el movimiento estudiantil. En casi todo el país se vivía una especie de amnesia.
Además de la verdad, otra de las víctimas de los avatares políticos de la desastrosa era Echeverría-López Portillo fue el cine nacional. Había escaso apoyo y pocas libertades. En ese contexto la prometedora carrera de Jorge Fons se vio truncada, pese al talento demostrado por el veracruzano en cintas como Los cachorros (1971) y Fe, esperanza y caridad (1972).
Las décadas de los setenta y ochenta fueron de precariedad. Mientras el veracruzano sobrevivía como director con películas de escasa difusión y proyectos en el extranjero, el país se sumía en una de las peores crisis económicas de su historia.
CARENCIAS Y VIRTUDES
En 1989, un año después de la cuestionada elección presidencial en la que resultó triunfante Carlos Salinas de Gortari, Fons realizó su filme más importante hasta ese momento. Con un presupuesto limitado, una paupérrima producción y bajo la mirada celosa de la nueva administración en el poder, tomó la decisión de rodar en una sola locación. Así, la trama se desarrolla dentro de un departamento del edificio Chihuahua, parte del conjunto habitacional de Tlatelolco. En clave de thriller y drama político, la cinta narra la vida de una prototípica familia de clase media durante el 2 de octubre del 68 y la madrugada del día siguiente.
Los principales problemas de la obra son de carácter técnico y tienen que ver con la reducida disposición de recursos económicos. Además de la pésima calidad de la imagen, derivada de un mal revelado de la película, Rojo amanecer presenta serias deficiencias en el sonido y la edición. A lo anterior hay que agregar una musicalización que es, en el mejor de los casos, mediocre. En menor medida, el filme adolece de un nivel dispar en las actuaciones y de diálogos poco creíbles, sobre todo al inicio.
Pero también posee grandes virtudes. Una de las más importantes es el argumento. A lo largo de 96 minutos el espectador se adentra un complejo acontecimiento histórico a través del microcosmos de un hogar en donde están representadas tres generaciones y diversas posturas respecto al movimiento estudiantil.
La cabeza de la familia es Humberto (Héctor Bonilla) un burócrata resignado a la omnipotencia del gobierno. Alicia (María Rojo) es el ama de casa entregada a su familia, alejada de la política pero sensible a la realidad que le rodea. Don Roque (Jorge Fegán) es el padre de Alicia, que como ex militar ve en la obediencia la única posibilidad de relación entre pueblo y gobernantes. Jorge (Demián Bichir) y Sergio (Bruno Bichir) son estudiantes militantes del movimiento, idealistas e ingenuos, víctimas del lado más oscuro de la política mexicana. Graciela (Paloma Robles) y Carlitos (Ademar Arau), son los miembros más jóvenes de la familia; ella vive en sus sueños de adolescencia, él en la inocencia de su infancia. A la puerta de este hogar llega la violencia del exterior, que termina por aplastarlos a todos.
Las interpretaciones de Bonilla, Rojo, Demián y el niño Ademar son dignas de todos los elogios y contrastan con las del elenco secundario, conformado por los estudiantes que se refugian en el departamento y los militares y policías que perpetran la represión.
Otro gran logro de la cinta es la fotografía. Por medio de una amplia variedad de encuadres bien trabajados, Miguel Garzón logra evitar que la claustrofobia intencional acabe por asfixiar involuntariamente al espectador. La tensión creciente plasmada en el guión se ve reforzada por un atinado manejo de la cámara y el escenario.
Por otra parte, el director consiguió construir un discurso coherente a través de un lenguaje bien definido, salpicado de símbolos. En la escena inicial aparece el abuelo don Roque al momento de pararse de la cama para comenzar un día que parecía ser como cualquier otro. En la última escena se observa al sobreviviente Carlitos, cuando sale del edificio al amanecer del 3 de octubre; detrás de él alguien barre la sangre, frente a él pasa un soldado. Todo lo demás ocurre entre estos dos extremos... del México que nunca fue se llega al México huérfano y mutilado.
También es meritorio que lejos del panfleto, el realizador reconstruye con veracidad lo sucedido, con base en fuentes confiables. Algunas de las frases de los policías y militares en la película aparecen en documentos testimoniales sobre lo acontecido durante esa larga noche.
Como pudo, Fons llevó a la pantalla por primera vez un evento que marcó a una generación. Y lo hizo porque creía necesario contar la historia, saldar la deuda con nuestro pasado reciente. De esa necesidad viene que a pesar de sus evidentes carencias, y junto con sus notables virtudes, Rojo amanecer sea hoy un referente obligado que no sólo abrió las puertas hacia nuevas posibilidades de hacer cine en México, sino que contribuyó a poner en la agenda nacional un suceso histórico del que muy pocos querían o se atrevían a hablar y al que urgía pasar revista.
Luego de la propuesta de Fons, no ha habido otra que aborde de forma tan directa lo que pasó aquel trágico día en Tlatelolco. Por eso, luego de dos décadas, Rojo amanecer no se olvida.
Correo-e: argonzalez@elsiglodetorreon.com.mx
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