EL AUDITORIO NACIONAL Y LA BAMBA
EL AUDITORIO NACIONAL Y LA BAMBA.
¿Recuerda usted una de las estrofas de tan conocida canción: “Para subir al cielo se necesita una escalera grande, una escalera grande y otra chiquita, ay, y arriba y arriba”? Uno de tantos viernes de agosto, por fin, lo entendí: La música es la escalera con la que sube el alma al cielo. La música es esa escalera grande y la otra más chiquita. Hace pocos días, en pleno Auditorio Nacional, en medio de un duelo entre un requinto y un arpa, entendí de golpe de qué va la cosa con la música; luego vino el 3 de septiembre y me confirmó en mis barruntos
Se dice -por parte de los entendidos-, que las “fugas” son composiciones musicales que se sustentan en el empleo de “un tema” cuya melodía y ritmo son claramente reconocibles y la “imitación” o “reafirmación” del mismo en una voz distinta a la original y en diferentes alturas. Esta combinación construye una especie de “espiral” pues, sin perderse el tema principal, se borda y se vuelve a bordar sobre él de modo que parece infinito. Yo no entiendo muy bien estos conceptos; para la música no soy malo, soy pésimo; digo, tampoco soy Adriana, mi mujer, que un día se arrancó cantando el Himno Nacional al son de la Marcha de Zacatecas (en serio). Como sea, debo decir que de los 7 a los 12 años vagué como alma en pena por entre los vericuetos de la sílaba tónica, los acentos prosódicos u ortográficos y las tildes; de nada me servía (me confundía más) que la maestra aplaudiera las palabras para hacernos distinguir cómo, en un vocablo cualquiera, había una sílaba que sonaba más fuerte. Por más que lo intentaba y paraba la oreja sólo escuchaba una sucesión de ruidos y nada más; por esa época se me extravió la vocación y me sentía cantaor de flamenco; nomás las castañuelas eché en falta y taconee como loco por medio año.
Claro que nunca dije “papa” en vez de “papá”; ni “mama” en lugar de “mamá”; y escribía correctamente ambas locuciones en su adecuado contexto, pero no distinguía la diferencia escrita en el famoso tono de las sílabas. Ya quería yo que me hubieran aplaudido “tambor” o “carretilla”. Hasta que llegó la maestra Lupita -por quien siento un afecto y gratitud indeclinables, pues la primera biblioteca doméstica a la que entré como Pedro por su casa fue a la suya, con un azoro y una alegría indescriptibles- y mandó al carajo los aplausos y me enseñó un pequeño truco: Alargar la vocal de la sílaba, así vería cómo sonaba “más fuerte” y ahí sí ya lo entendí: “Estuuuudio” era distinto de “estudiooo”; “liiiiimite” de “limiiiite” y éste de “limiteeee” -hasta esa bendita fecha entendí el chiste del Loco Valdés quien solía decir en sus mocedades que él pensaba que “circulo” era un Lord inglés-.
Retomando el tema de estas líneas, el viernes 28 fui a ver y a escuchar a Óscar Chávez al Auditorio Nacional; ya había asistido en ocasión anterior a alguna presentación suya pero me gusta mucho y pues, había que ir. ¡Ay! ¡Cómo lo disfruté! Al 28 le siguió el 3 de septiembre, en el mismo escenario, esta vez con la Orquesta Sinfónica de Minería bajo la batuta del Maestro Carlos Miguel Prieto y tres coros, interpretando arias corales de la Ópera Romántica, de Verdi a Wagner. ¡Fue fantástico! Definitivamente tengo “blandos” los ojos.
Pero vayamos por orden: Para mí, el Auditorio Nacional ha sido un lugar de grandes revelaciones; y las grandes revelaciones, según infiero a partir de mis reacciones, por lo general me sitúan en el linde de las lágrimas. La primera vez que asistí a él fue para la toma de protesta de Vicente Fox. ¿A qué negarlo? La verdad es que se me humedecieron los ojos; claro que si hubiera sabido cómo nos iba a ir en los siguientes 10 años ahí no más me tiro al piso a berrear; pero no, no lo sabía, y asistir a ese acto me estremeció hasta el esqueleto. Bueno, pues otro tanto me ocurrió el 28 de agosto y el 3 de septiembre.
El 28 de agosto fui a ver a Óscar Chávez, como ya dije. Cierto es que a los asistentes nos quedó a deber un montón de cosas; las canciones de protesta fueron sólo dos, por ejemplo, la primera medio malona; y la segunda, un corrido intitulado: “Rius para principiantes”. Rius nunca ha sido santo de mi devoción. Lo leo y una sonrisa aflora a mis labios hasta que, como Paco Ignacio Taibo II -quien, si le quitamos la carga ideológica, suele ser divertido-, incurre en esos lugares comunes de la izquierda mexicana salpicada de huelgas, patrones, capital, lucha de clases, marxismo-leninismo, etc., y carga la tinta de su pluma de suerte tal que sólo resultan dos tonos: Blanco y negro; es decir, buenos y malos. Y los “buenos” siempre son rojos: El “Ché”, Fidel, Mao, Marx, Lenin, los rusos, etc.; total, dos canciones de protesta apenas. Luego se siguió con su repertorio: Una búsqueda constante e incansable de melodías y canciones mexicanas antiguas; ecos del bajío; de Michoacán, de Veracruz, de Morelos; “Flor de Capomo” cantada en yaqui; y la banda en todo su apogeo con sones sinaloenses y neoloneses. Al final, infaltables, insustituibles: “Por Ti”, que siempre me trae y me traerá a la memoria el recuerdo de mi madre; “Macondo”, ese himno a mi soledad que escuché una y mil veces en mis solitarios recorridos por el Estado de Chihuahua devorando kilómetros en pos de quimeras; “Flores Negras”, entre otras más, que cantó ya para el final a petición expresa del público que nomás no nos íbamos al amparo del conocido: “Otra, otra, otra”; por lo que debió regresar tres veces al escenario a “chipliar” a una devota asistencia. Sus palabras finales fueron: “Bueno, ya pues, pero ya, ¿eh?”. Los Morales estuvieron magistrales y fueron esa arpa y ese requinto las semillas de esta reflexión.
Justo una semana después, asistí a la presentación “Grandes Coros de la Ópera Romántica”; detallar el programa sería excesivo; rescato solamente el aria del Acto IV de Macbeth: “Patria oppressa”. ¿Qué si lloré? No… pero casi. ¿Y cómo no? Le dejo esta estrofa del Coro de los fugitivos escoceses y dígame luego si no es aplicable a esta dura realidad nacional, en lo particular a mi terruño natal, Chihuahua:
“¡Patria oprimida! ¡No, el dulce nombre
de madre no puedo darte,
ahora que toda tú, para tus hijos,
te has convertido en un sepulcro!
De los huérfanos y de los que lloran
por un esposo, por unos hijos,
al nacer el nuevo día
se alza un grito que hiere los cielos.
A ese grito el cielo responde
casi como si, conmovido,
quisiera propagar por el infinito,
¡patria oprimida, tu dolor!
La campana dobla siempre a muerto,
¡pero nadie es tan audaz
que ose derramar un llanto
inútil por aquellos que sufren y mueren!”.
La música -la frase no es mía- “es el lenguaje del alma”, se ha dicho y se dice bien. La música trasciende las barreras del idioma para hablar una lengua universal: La de los sentimientos. No obstante, traducir esos sentimientos, de ida o vuelta, exige un considerable esfuerzo intelectual y una gran sensibilidad; por ello, en principio, la música es fruto de la inteligencia. ¡Y no de una inteligencia cualquiera! Pues estuve en tan magno evento y si no salí más inteligente por lo menos salí menos tonto y con el corazón henchido de júbilo pues, otra vez al cobijo de un “Otra, otra, otra” mudo -pues la gente no gritó en lo absoluto, limitándose a permanecer sentada aplaudiendo a rabiar-, la orquesta y los coros nos brindaron dos arias más “de pilón”, entre ellas, “¡Va, pensiero!” de Nabucco, de Verdi; con mucho, mi aria coral favorita. Y otra vez, las estrofas de la magistral pieza vinieron a estrangularme la garganta y a nublar el pensamiento:
“¡Oh, mi patria, tan bella y perdida!
¡Oh recuerdo tan caro y fatal!
Arpa de oro de fatídicos vates,
¿por qué cuelgas muda del sauce?
Revive en nuestros pechos el recuerdo,
¡Que hable del tiempo que fue!
Al igual que el destino de Sólima
Canta un aire de crudo lamento
que te inspire el Señor un aliento,
que al padecer infunda virtud,
que al padecer infunda virtud,
que al padecer infunda virtud,
al padecer, la virtud”.
Dos comentarios finales: A partir de ahora, me declaro ferviente admirador del Maestro Carlos Miguel Prieto; un hombre con un currículum impresionante y sin embargo, de una gentileza y una sencillez simplemente admirables. Y por último: ¿Sabía usted que Richard Wagner compuso una famosa “Marcha Nupcial”? Yo no.
Luis Villegas Montes.
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