EL CRISTALAZO

 

 

El recato y la censura

Rafael Cardona /CRONICA

Indudablemente esta ola de violencia ha movido demasiadas cosas en México. El periodismo, no podía ser la excepción.
Por años los informadores de cualquier medio, ya fuera impreso o electrónico (no había entonces redes cibernéticas de chismorreo estilo Tiwter), vivimos sometidos a la técnica de escribir entre líneas, cuidar el sesgo y el matiz, nos conformábamos con los códigos no escritos de la conveniencia y la exigencia, de la libertad y el dictado.
El periodismo mexicano se escribía la mitad con tinta invisible y la otra mitad con tinta de sumadora. Un poco en la redacción, otro tanto en la venta de páginas.
Pero en el fondo todo mundo anhelaba una prensa a la cual el pueblo no le gritara “vendida”. Una prensa más notable por su publicación y no por sus silencios. Y cuando las condiciones políticas llegaron, el libertinaje hizo su aparición a veces con los peores rasgos.
Sin los frenos impuestos por el poder y su extensión a las “sanas costumbres”, los periódicos y en general los medios no se volvieron mejores, pero sí ganaron vulgaridad, frivolidad, amarillísimo, sensacionalismo e incultura.
Y por ahí vamos tirando, a veces bien, a veces no tanto.
Pero ahora la ubicua presencia del crimen organizado nos lleva a situaciones nunca antes vistas. Algunos medios ya han declarado abiertamente su intención de no atender asuntos relacionados con el narcotráfico; otros han sufrido atentados y más de medio centenar de periodistas han sido desaparecidos o asesinados. Abandonamos el control y ahora sufrimos la autocensura. Muchos reporteros ya perdieron el derecho gozoso de firmar sus textos. Anónimos por conveniencia o por necesidad.
Muchos son los riesgos y pocos los códigos. Como dijo alguien: cuando ya nos sabíamos las respuestas nos cambiaron las preguntas.
Durante mucho tiempo, cuando un periodista caía víctima de un asesino a sueldo, la respuesta era inmediata: Quién sabe en qué estaba metido. Después dijeron, quién sabe en qué no quiso meterse. Pero ambos casos son una estupidez.
El hecho simple es la peligrosidad de esta profesión en un entorno de peligro generalizado. No son gajes del oficio, mentira, son riesgos de la ingobernabilidad, de la impunidad, del mal gobierno; del peor sistema de justicia.
Por eso a veces no sabemos cómo reaccionar. ¿Debemos publicar esto o aquello? ¿Conviene hacer esto o lo de más allá? Y así en un sin fin de preguntas para las cuales no siempre se tienen las actitudes editoriales (ni personales) convenientes, precisamente por no saber cuáles son ni cual conveniencia usar como medida.
Si antes la independencia se probaba con alejarse del gobierno; hoy no sabemos de quienes más debemos alejarnos y si la independencia es verdaderamente posible.
La verdadera pregunta es, ¿sabemos qué hacer? A veces no. Este es un ejemplo reciente:
El miércoles 28, la edición de Milenio en Torreón, Coahuila publicó esta trascendental noticia:
“Al caer de las escaleras de una segunda planta, un menor de tan sólo cuatro años que se encontraba jugando en su domicilio resultó con graves lesiones en el municipio de Escobedo”.
Ese mismo día la edición “nacional”; o sea, la publicada en el Distrito Federal publicó esto:
“Cuatro periodistas, tres de ellos de distintos medios de la región de La Laguna y otro enviado desde la capital del país, fueron secuestrados el pasado lunes y son retenidos por un grupo del crimen organizado.
“Los reporteros cubrían informativamente el motín de reos y las protestas de familiares en el Centro de Readaptación Social número 2, de Gómez Palacio, Durango, penal que desde el pasado domingo se encuentra bajo control de la Policía Federal, ante las acusaciones de corrupción contra sus directivos”.

Sin embargo ya reconocida la gravedad de este último asunto, uno se pregunta: ¿por qué no lo destacaron en la edición local? Al menos yo no lo vi en la edición on line de Torreón.
Quizá por una razón muy simple, por un acuerdo de silencio cauteloso para no dar a conocer noticias en las cuales se hallen involucrados los informadores en medio de una negociación. O sea, la autocensura o la conveniencia o la supervivencia. ¿Quien lo sabe?
Uno de los directivos de ese grupo, escribió ese día (en referencia a un comunicado alusivo de la CNDH): “¿No habrá pasado por su cabeza (de la comisión) que no sólo los medios afectados, sino prácticamente la totalidad de los medios nacionales habían optado por unas horas de silencio solidario?” Pues no.
Pero el silencio, solidario, solitario o como sea, no puede prevalecer. De eso venimos huyendo. El propio diario Milenio, a pesar de todo, divulgó a la mañana siguiente los hechos con prolijo despliegue.
Hoy, ante estas nuevas realidades de agobio y asedio, todos corremos el riesgo de actuar de manera equivocada, de acusarnos mutuamente, como decía Evelyn Waugh de los periodistas, “en un ambiente de inmitigada miseria”.

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