mitológicas


VITIS vinífera. No hay duda, la botánica es el último baluarte
en el cual aún cabe la poesía en la Ciencia. Hay, en el nombre
científi co de la vid, algo de antiguo, algo de rojo, un poco de fuego
y de la luz del Sol hecha prodigio a través de la alquimia de la
fotosíntesis. La palabra castellana vino proviene del latín vinum, a la
vez emparentada con el sánscrito vana que significa  amor. También
contienen una buena dosis de misterio, por ejemplo, los mitos
diversos del diluvio universal, narran cómo esos supervivientes
de la gran inundación, fueron, todos, los descubridores de la
transformación de la uva en vino. ¿En qué momento, y cómo, la
narración original se extendió por el viejo mundo y llevó consigo
el mito del descubrimiento de la vitivinicultura?
El mito de Educación (el Noé griego) y su esposa Pirra, nos
dice: era hermano de Ariadna, que era la madre, por Dionisio (que
entre los latinos se llamó Baco) de varias tribus que rendían culto
al vino (el vino llegó a Grecia desde Creta y a ésta desde Palestina),
según escribe Robert Graves en Los Mitos Griegos. Su nombre
significa Marinero del Vino Nuevo y el de su esposa Pyrrha (rojo
ardiente), es un adjetivo aplicado al vino. Pero, tal vez, Deucalión
y Dionisio sean el mismo personaje. De esta manera, sostener
una copa de vino en la mano es evocar los misterios Dionisíacos
(y darse un paseo sensual por los desenfrenos eróticos de las
Bacanales). Por supuesto, estos nombres evocan oscuros rituales
iniciáticos provenientes de la región que se considera la cuna del
vino, la antiquísima Sumer (un estandarte de la ciudad de Ur, de
5.000 años de antigüedad, atestigua un brindis de paz con vino).
En la fiesta del año nuevo otoñal de Babilonia, Siria y Palestina
se celebraba la entrega de vino nuevo a los constructores del arca,
como se lee en la, como diría Borges, despedazada, y acaso la
más antigua de las epopeyas, la de Gilgamesh. En Grecia la vid
era el décimo árbol sagrado y correspondía al mes de la vendimia,
Septiembre. La vid, con su hoja de cinco puntas representaba la
mano de la Madre Tierra, la diosa Rea.
La difusión de la vitivinicultura por la Europa prehistórica
sustituyó la veneración de los dioses anteriores, los de la cerveza
y la hiedra (y tal vez los de los hongos alucinógenos) por el vino.
La misma cerámica se adaptó a las ceremonias con vino: Ganímedes,
el escanciador divino de Zeus (identificado con el signo
zodiacal de Acuario), podía llevar una humilde escudilla como
una jarra de oro; los objetos en torno a la vinicultura se especializaron:
la mezcla del vino se hacía en cráteras de tierra cocida
o bronce, se extraía con un cucharón llamado Kythos y se vertía
en una copa de dos asas llamada Kylix; se refinaron: los ritones
o cuernos para beber, estaban tallados con formas animales (carneros,
toros), carecían de base y su diseño impedía que fuera posada
en alguna superficie, se destinaba a pasar de mano en mano
en los Simposios; se transformaron en medios de propaganda religiosa:
las hermosas ánforas griegas ilustradas (de invención cananea,
usadas en un principio para almacenar el vino) representan
mitos que esclarecen arqueológicamente importantes rituales
de la época en la cual fueron hechos; o política: la isla Egea de
Quíos fue la mayor exportadora de vino de calidad, su cerámica
estaba a la par, la mistérica esfinge es su sello distintivo; se sacralizaron
más allá de la vida cotidiana: diez vasos de vino eran
llamados la copa de la consolación, que los judíos regalaban a
los deudos de algún pariente fallecido. Y es que, vino y religión
han estado unidos desde el principio. Así, la Iglesia Católica
mientras difundía su fe, difundía el vino, esencia del Dogma de
la Transubstanciación de la Misa. San Isidoro de Sevilla, que
vivió a caballo entre el fin del Imperio Romano (el paganismo)
y la Edad Media (el cristianismo), apuntó: El báculo (baculum)
fue inventado por Baco (Bachus), descubridor de la vid, “para
que en él se apoyaran los hombres afectados por el vino.”
Sus escritos, muchas veces ingenuos, erróneos y curiosos, no
dejan de ser, a veces, verídicos. La palabra vino, creía él, es esta
porque apenas terminado de beber, llena las “venas” con sangre.
Sobre la vid, apuntó: se denomina vid porque tiene fuerza (vis)
para echar rápidamente raíces. En cambio, otros piensan que deben
el nombre de vides (vites) a que se entrelazan unas a otras
con sus lazos (vitta) y se ligan a los árboles vecinos, por los que
trepan. Son flexibles por naturaleza y con sus brazos se aferran a
aquéllos con que se entrelazan.
Fuego líquido
Desde la era de Gilgamesh, letras y vino han avanzado juntos.
Grandes autores han dedicado alabanzas al vino y han cantado al
fuego de las copas sus virtudes. Sobre este particular, el filósofo
latino Horacio escribió: No es posible que puedan agradar ni
perdurar por mucho tiempo los versos escritos por quienes no
beben más que agua. También aseguraba que las musas huelen
a vino. Y el gran maldito, Baudelaire, afirmó que el hombre que
sólo bebe agua, seguramente oculta algún secreto. Byron cantaba:
llena la copa vacía, vacía la llena: nunca la dejes vacía,
nunca la mantengas llena. Pero quien tal vez celebró mejor al
vino es Omar Khayam. Para el poeta filósofo, precursor de los
existencialistas, sublime agnóstico, el vino está indisolublemente
unido a la vida, a la cual alegra y le otorga una razón para –sensualmente–
experimentarla. Según muchos comentaristas de su
obra, la taberna es la metáfora de la vida jubilosa de los hombres:
Óyeme, jovenzuelo. Esta rosa, este césped, están frescos, lozanos;
mañana estarán ambos marchitos. Bebe vino y coge ahora
la rosa, pues sólo de mirarla ha de trocarse en polvo (Rubaiyat
35). Intrínsecamente unido a la vida y sus manifestaciones, el
vino servía de vehículo numinoso en la triple invocación a Baco
(¡Evohé! gritaban las bacantes, rasgaban sus vestiduras e iban
destrozando todo a su paso): vino, mujeres y canto, como tam-
Una de las muchas representaciones del dios griego Dionysos
(para los romanos Bachus). La estatua pudo haber sido obra
de Praxiteles (400-330 A. C.), aunque muchos escultores
posteriores, incluso de la Edad Media, copiaron sus obras.
Marzo de 2010 5

GASTRONÓMICAS
bién lo supieron los emperadores del Vals, los Strauss, en cuya
música subyace mucho de neo paganismo.
No es de extrañar que, en la descripción de una naturaleza
muerta de Jean-Baptiste Simeón Chardin, en un artículo póstumo
aparecido en el Le Figaró Litteraire, Marcel Proust aludiera a la
manera que se sacia el fuego de la sed más ardiente:
Transparentes como el día y deseables como manantiales,
unos vasos en que algunos sorbos de vino dulce se refocilan como
en el fondo de la garganta, están al lado de otros vasos ya casi
vacíos como si al lado de los emblemas de la sed ardiente, estuvieran
los emblemas de la sed aplacada.
Después, irse a dormir, para despertar al otro día y seguir,
como vanamente escribiera Baudelaire:
(…) hay que embriagarse sin cesar.
¿Pero de qué? De vino, de poesía o virtud, a vuestra guisa.
Y es que, si sabemos que la vida es corta, debemos viajar, como
los protagonistas de la película Sideways (Alexander Payne, 2004),
entre copas, en la cual el vino también es vehículo del amor y la
vida: Me gusta pensar en lo que estaba pasando el año que las
uvas crecían. Cómo brillaba el sol; si llovía.
O como en esa obra maestra del buen comer y el saber beber, Babettes
Gaestebud (El festín de Babette, Gabriel Axel, 1987) basada en
un cuento de Isak Dinesen, que son las medidas esenciales de la existencia
a través de los misterios y dones ancestrales de la mujer.
Porque: Para no ser los esclavizados martirizados del Tiempo,
embriagaos, embriagaos, sin cesar. De vino, de poesía o de virtud,
a vuestra guisa… ●
Pé de J. Pauner es un narrador y ensayista nacido en Tuxpan,
Veracruz, México en 1973. Ha sido traducido al catalán y ganado
algunos premios en el género del cuento corto. Como biólogo
terrestre (en este caso fi rmando como Pedro Paunero), ha
ejercido el activismo en el área de la ecología. Se ha desenvuelto
como crítico de cine, de arte y como Performer. Su obra erótica
se ha comparado a veces a la de Jean Genet y Céline.

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