un siglo de lucha

 

TOMADA DE EL INTERNACIONALISTA

 

 

De la gran huelga minera de 1906 a la actual:
urge una dirección revolucionaria

Cananea:
un siglo de lucha de clases internacionalista

El 1° de junio de 2006 marcó el centenario de la huelga de los mineros de cobre de Cananea, Sonora. El consorcio que ahora explota la mina, el Grupo México, decidió celebrar el evento a su manera: intentó impedir la conmemoración al obligar a los trabajadores a cumplir sus faenas normales. Ante este burdo atropello –una descarada violación del Contrato Colectivo de Trabajo, donde está fijado el aniversario de los Mártires de Cananea como día festivo– los combativos mineros de la mayor mina cuprífera de América Latina iniciaron una huelga. Durante casi 50 días, los huelguistas de Cananea lucharon hombro a hombro con sus compañeros sonorenses de la mina La Caridad, en Nacozari, y de La Calera, en Agua Prieta, y con los acereros de la siderúrgica SICARTSA-Las Truchas en Lázaro Cárdenas, Michoacán. Ahí cayeron bajo el fuego enemigo dos huelguistas en una batalla campal que logró repeler un intento policíaco-militar de romper la ocupación que llevaban a cabo los obreros de la más grande siderúrgica latinoamericana.

Los siderúrgicos de SICARTSA obtuvieron una victoria rotunda, con un aumento salarial del 8 por ciento, el pago de los salarios y prestaciones caídos y el retiro de todas las demandas contra los huelguistas. Los mineros de Cananea, en cambio, abandonados por su “sindicato” nacional, tuvieron que volver al trabajo con las manos vacías. El propio Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos y Similares de la República Mexicana (SNTMMSRM), a pesar de encontrarse bajo ataque gubernamental, se ciñó a la corporativista legislación laboral mexicana. El SNTMMSRM tiró la toalla cuando la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje rescindió el contrato colectivo con el Grupo México. Los aguerridos mineros se vieron obligados a retirar las banderas rojinegras por una sencilla razón: la falta de una dirección obrera clasista y revolucionaria. Pero hoy, nuevamente, los combativos trabajadores de la Sección 65 llevan más de 130 días en huelga sin doblegarse.

Tras la muerte de 65 mineros del carbón, sepultados vivos en Pasta de Conchos, Coahuila, en febrero de 2006, hubo una avalancha de comparaciones de las condiciones actuales de la minería con las que prevalecían hace cien años en Cananea (ver “Asesinato capitalista en Pasta de Conchos”, El Internacionalista [Edición México], n° 2, agosto de 2006). Un siglo después, el acoso patronal contra los trabajadores es tan brutal como en el pasado. En los albores del siglo XX las mentirosas estadísticas oficiales señalaban a la minería como el trabajo más arriesgado del país. Hoy sigue siendo la más peligrosa de las 121 ramas industriales más importantes. Los mineros de Pasta de Conchos fueron víctimas de una criminal falta de observancia de las más elementales normas de seguridad en el trabajo por parte de la patronal (el mismo Grupo México) y de los gobiernos estatal y federal, contando con la anuencia del “sindicato” minero.

Y no son sólo las terribles condiciones laborales en las minas las que siguen cobrando la vida de los obreros. Al igual que hace un siglo, la clase dominante sigue optando por la “paz de los panteones”. Mientras en 2006 el gobernador Ulises Ruiz de Oaxaca del Partido Revolucionario Institucional arremetía en contra de los maestros en huelga, acusándolos de atentar contra la educación de los niños, resultando en el asesinato de más de 20 partidarios de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO), al mismo tiempo el también priísta gobernador sonorense Eduardo Bours cerraba las escuelas de Cananea, buscando presionar a los mineros al privar a sus hijos de instrucción.

José de la Cruz Porfirio Diaz, el dictador que lanzó la industrialización y abrió México al capital extranjero. La huelga de Cananea de 1906 era uno de los eventos clave que llevaron a su derrocamiento en 1910, después de casi 40 años en el poder.

Mucho se ha escrito sobre la epopeya de los mineros de Cananea de 1906. Junto con las huelgas de los textileros de Río Blanco de 1907, ha sido incorporada en la historia oficial de la rebelión en contra de la dictadura de Porfirio Díaz. Estas luchas son descritas en todos los textos escolares como precursoras de la Revolución Mexicana de 1910 a 1917. Esteban Baca Calderón y Manuel Diéguez, los que la historia autorizada erigió como paladines de la lucha minera, han entrado en la iconografía revolucionaria. El grito de batalla, “¡Cinco pesos y ocho horas de trabajo, viva México!” que se lanzó frente a las oficinas de la compañía norteamericana entonces dueña de la mina, se ha hecho famoso como la expresión sucinta de un programa democrático y nacionalista. Sin embargo, los mineros de Cananea marcharon tras banderas rojas y, a diferencia de los voceros pequeñoburgueses Baca Calderón y Diéguez que hablaron en su nombre, los verdaderos dirigentes mineros, sindicalistas revolucionarios mexicanos y estadounidenses, luchaban por una revolución obrera internacional.

Origen y desarrollo de la huelga de 1906

Como señala el historiador Javier Torres Parés en su libro La revolución sin frontera (UNAM, 1990), “El movimiento obrero de México, en su proceso de formación, estableció múltiples vínculos con el proletariado de E.U.A.” Incluso, “en las zonas fronterizas...llegaron a constituir una sola región de movilización obrera”. A principios del siglo XX, alrededor de medio millón de mexicanos vivían en el suroeste estadounidense, donde constituían el grueso del personal de mantenimiento de los ferrocarriles, de los mineros de carbón y cobre, y de los trabajadores agrícolas. Torres Parés subraya la influencia que ejercieron los socialistas, anarquistas y sindicalistas revolucionarios de los Industrial Workers of the World (IWW – Obreros Industriales del Mundo) en Estados Unidos en la evolución del Partido Liberal Mexicano (PLM). Los principales dirigentes de éste, los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón, se encontraban en el exilio en EE.UU. y desde St. Louis estuvieron en contacto con los dirigentes del PLM de Cananea en particular. En las minas, trabajadores norteamericanos (muchos de ellos simpatizantes del IWW) formaban la tercera parte de los 7,500 empleados de la Cananea Central Copper Company (CCCC). Ya en 1902, 1903 y 1904, los trabajadores calificados norteamericanos en Cananea habían estallado varias huelgas.

Diversos periodistas liberales y “progresistas” han señalado ciertas semejanzas entre los eventos de 1906 y la lucha minera hoy. Un día después de la matanza de SICARTSA, Luis Hernández Navarro publicó un artículo, “Cananea, otra vez” (La Jornada, 21 de abril de 2006). El columnista Miguel Ángel Granados Chapa, por su parte, escribió: “Las adversas condiciones de trabajo en la minería de cobre en Cananea, Sonora, produjeron el 1° de junio de 1906 una huelga reprimida a sangre y fuego. Hoy allí se plantea al gobierno un desafío sindical en defensa de la autonomía de los gremios” (Reforma, 1° de junio). Granados Chapa recuerda el trato discriminatorio de los mineros mexicanos, tanto la exclusión de los trabajos mejor pagados como el que eran pagados en pesos mexicanos mientras la casi totalidad de sus despensas eran en dólares (pues Cananea dependía de importaciones de la población de Naco, Arizona por sus provisiones). Estos hechos hicieron percibir a diversos radicales “el potencial revolucionario del gremialismo minero”, anota Granados Chapa, por lo que el PLM dirigido por los hermanos Flores Magón y “agrupamientos radicales norteamericanos” enviaron delegados a la región.

Entre los mineros había un particular resentimiento por el trato arbitrario que recibían de los supervisores, reflejo del régimen paternalista del dueño de la compañía, el “coronel” William C. Greene, un manipulador financiero en Wall Street sin capital propio que se erigió en “barón” del cobre y que gobernó el campamento minero como un feudo personal. Greene había construido un enclave norteamericano en el desierto sonorense: en siete años no sólo adquirió las concesiones mineras, sino que consiguió el dominio del comercio local con sus tiendas de raya, construyó una planta de concentración, así como las líneas ferroviarias que ligaban Cananea con Naco y Nogales en Arizona.

La tradicional interpretación nacionalista de la huelga de Cananea se basa en gran parte en el relato de Esteban Barca Calderón, Juicio sobre la guerra del Yaqui y Génesis de la huelga de Cananea (1980). Éste denunció en particular “la hegemonía racial en toda la empresa, en nuestro propio suelo, a costa de los intereses nacionales, a costa del asalariado mexicano y de la dignidad patria y de los más elementales principios de justicia y decoro nacional”.


Mineros marcharon sobre las oficinas de la compañía para presentar su pliego de peticiones
el 1° de junio de 1906. (Foto: Agustin Victor Casasola)

La justificada antipatía hacia el racista trato y sistemática discriminación contra el trabajador mexicano por el patrón norteamericano sí jugó un papel importante en la huelga. Sin embargo, hubo otros elementos que alimentaron la rebelión, como el temor de perder el empleo ante la concesión a contratistas de parte del mineral y la oposición a la dictadura porfiriana. Barca Calderón, quien posteriormente fungió como oficial en el ejército anti reeleccionista de Madero y terminó su vida pública como senador del PRI, era un intelectual pequeñoburgués recién llegado a la zona. Ahí se relacionó con Manuel Diéguez, un pequeño comerciante local. Esta capa se quejaba ante las autoridades locales de la CCCC por pisotear la “libertad de comercio”. Las quejas de los trabajadores mismos eran otras, y aunque los patrones y supervisores trataban a todo mexicano como súbdito, los mineros mexicanos no consideraban como idénticos a todos los empleados norteamericanos de la empresa. Hacia los abusivos capataces tenían un odio de clase acompañado de resentimiento por la dominación nacional. Sin embargo, entre los mineros norteamericanos con quienes trabajaban en los equipos, encontraron fuertes aliados.

Sobre el estallido de la huelga, hay muchas fuentes. Adolfo Gilly, en su libro, La revolución interrumpida (Era, 1971), relata que los mineros “se declararon en huelga exigiendo la destitución de un mayordomo, un salario mínimo de cinco pesos por ocho horas de trabajo, trato respetuoso y que en todas las tareas se ocupara, a igualdad de aptitudes, un 75 por ciento de personal mexicano y un 25 por ciento extranjero. Exponían sus demandas en un manifiesto en el cual atacaban al gobierno dictatorial como aliado de los patrones extranjeros.” El desarrollo de la huelga misma y la consiguiente represión es bien conocido en sus líneas generales. En el libro escrito por un colectivo de autores coordinado por Eugenia Meyer, La lucha obrera en Cananea 1906 (Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1980) se da una exposición detallada de la versión aceptada de los eventos.

Según esta versión, la lucha fue precipitada por el anuncio el 31 de mayo (de 1906) en la mina Oversight de que se reduciría el número de obreros y aumentaría la carga de trabajo de cada minero. En la madrugada del 1° de junio los trabajadores se congregaron frente a las oficinas de la mina y se declararon en huelga por los motivos señalados. Mandaron llamar a Diéguez y Baca Calderón para que fungieran como voceros ante la empresa. Unos dos mil mineros recorrieron las minas, los talleres, la fundición y la concentradora, uniéndose masivamente al movimiento. En la tarde del día 1º, la manifestación minera pasó por las oficinas de la CCCC y su centro comercial para marchar luego, precedida por una bandera mexicana y varias banderas rojas, a la maderería. Ahí fueron repelidos por agua a presión y disparos de rifle, cayendo muerto un trabajador. Enfurecidos, los huelguistas incendiaron la maderería, muriendo ahí dos supervisores norteamericanos.

Cuando los huelguistas regresaron al palacio municipal, el patrón Greene trató de convencerles a que volvieran al trabajo, pero no se le hizo caso. Empleados de confianza de la empresa, sobre todo norteamericanos, abrieron fuego sobre la muchedumbre. Del techo de un hotel, francotiradores dispararon indiscriminadamente contra los mineros, matando a varios. De acuerdo con reportes en los periódicos norteamericanos Tucson Citizen y Douglas Daily Dispatch, “Uno de los dirigentes, quien según todos los testigos oculares portaba una bandera roja, seguía incitando a los mexicanos.... Algunos de los norteamericanos más excitados de repente abrieron fuego y el resultado fue un tiroteo general. El dirigente que enarboló la bandera fue alcanzado por al menos 15 balas” (citado por Herbert O. Brayer, “The Cananea Incident”, New Mexico Historical Review, octubre de 1938). Los fusilamientos continuaron toda la tarde y noche, con un saldo de más de 20 trabajadores mexicanos muertos.

Entretanto, el dueño Greene envió un mensaje por telégrafo al gobernador del estado, Rafael Izábal, pidiendo su propia presencia en el lugar y el envío de tropas a Cananea. Como éstas, por falta de vía de comunicación directa, sólo podrían llegar dos días después, también pidió ayuda de Washington y del estado de Arizona. Del centro minero de Bisbee, se envió una fuerza de 275 Arizona Rangers (policías rurales paramilitares), que en la madrugada del día 2 de junio cruzó la frontera en Naco, donde el mandatario sonorense Izábal los juramentó como “voluntarios”. Su comandante, el capitán Rynning, fue nombrado con mismo rango como oficial del ejército mexicano.

La milicia norteamericana llegó por tren más tarde en la mañana a Cananea, donde Izábal arengó a los sublevados rechazando un alza de sueldo y el pago igual entre trabajadores mexicanos y norteamericanos. Entre sus argumentos mencionó que las prostitutas norteamericanas costaban más que las mexicanas. De hecho, el gobierno de Porfirio Díaz había decretado una ley de salario máximo. A la vez, el gobernador Izábal amenazó con enviar a todo huelguista que se negara a retomar el trabajo a la guerra genocida que estaba librando en contra de los indígenas yaquis. Cuando oradores obreros respondieron, fueron encarcelados en el acto junto con los dirigentes de la huelga. En la tarde llegó un destacamento de policías paramilitares rurales y se retiraron los Rangers. Al otro día arribó un pelotón de 100 soldados mexicanos. El pueblo fue puesto bajo ocupación militar.

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