LA VIDA ES BELLA
LA VIDA ES BELLA
Uriel Flores Aguayo
Es de tal obviedad la terrible situación mundial que estamos viviendo, con efectos devastadores en todos los ámbitos de nuestra sociedad, que referirnos a ella tiene más sentido para insistir persistentemente en la responsabilidad social ante la pandemia en curso y ascenso. Estamos tan afectados que debemos ser muy cuidadosos hasta con las palabras que ocupamos para referirnos a esta desgracia; igualmente ser sensibles al momento para decir algo al respecto. Llegamos a una Navidad rara, distinta, atípica, en condiciones todavía alarmantes. Es imposible abstraerse de las sensaciones de tristeza por no poder convivir con los seres queridos, personas cercanas y amistades. Es la gran prueba de nuestra vida y, lamentablemente, la estamos reprobando. Este misterioso y poderoso virus vino a mostrar nuestros grados de civilización, cultura y educación. Apelar a las supuestas bondades de un pueblo imaginario es mera retórica. También expuso el nivel de los liderazgos políticos e institucionales. Las imágenes e información mundial impide explicaciones de localismos mediocres. Nunca como ahora ha quedado clara la relevancia vital de la ciencia, la información oportuna, el profesionalismo médico y la seriedad de los liderazgos políticos.
Estamos en días tradicionalmente emocionales, que se suponen alegres, de convivir y regalar, cuando afloran los buenos deseos. Pues casi nada de eso podremos hacer ante el alto riesgo de contagios. Nunca salimos del primer brote y de la primera ola y ya estamos ahogándonos en una segunda ola que amenaza con convertirse en tsunami. Andamos apesadumbrados y temerosos. Seguimos aprendiendo con alto costo en salud física y mental. Ya sabemos lo básico pero nos cuesta trabajo enfrentar el embate sostenido e imparable del maldito virus. Ojalá no nos venza el miedo y podamos dominar a este asesino invisible.
Nuestros días son de altibajos. Vamos de la rutina del relativo confinamiento a las salidas indispensables, en general con los cuidados indicados universalmente. Cada vez son más constantes y cercanos los informes y casos de muertes. Impacta, sin duda, en el ánimo, trae miedo y obliga a la protección mínima. Es de sentido común. Abrir las redes sociales es la entrada inmediata a las esquelas formales o en mensajes, es enterarse que mucha gente está falleciendo, incluidos algunos conocidos y amigos. De pronto, llega el silencio, el frío de la muerte, el golpe, la sensación de pérdida, la tristeza y la ansiedad. Es muy fuerte saber que ya no se verá más a un amigo o a algún conocido. Nos hacemos conscientes de nuestra vulnerabilidad.
Mientras enfrentamos estas crisis que son de salud, economía y social, y nos proponemos seguir sanos y vivos, evocamos a nuestros seres queridos que habitan el más allá, que se fueron al viaje eterno por otras causas. Es una fuente de oxígeno traer a nuestros recuerdos aquellos tiempos de la infancia. Recrear el rostro de nuestros padres, ver los colores de esos momentos felices, de fe, simples y alegres, de misterios y descubrimientos. Ese pasado, a diferencia de la política y la historia en general, si nos refresca y protege, es la evidencia de que éramos felices y de que, con errores y deformaciones obvias, nos las arreglábamos para salir adelante. Fuimos de muchas maneras, ojalá mejoremos.Está en nosotros, en cada quien y colectivamente, sin dispensa de las obligaciones gubernamentales, superar esta tragedia, por definirla de alguna manera.
De corazón, a mis lectores, pocos o muchos, quiero desearles que tengan la paciencia y la creatividad para pasar estas fechas decembrinas y navideñas, con el afecto de sus seres queridos. Les envío un afectuoso abrazo. Y si, con virus y todo, la vida es bella.
Recadito: En efecto, exceso de autoestima o la siempre atrevida ignorancia.
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