LA MUERTE EN SU DOMICILIO
LA MUERTE EN SU DOMICILIO
Por Víctor M. Estupiñán Munguía*
“Nada se parece tanto a un altar como una tumba.”
Alfred de Musset
¿Acaso tiene domicilio la muerte? ¿Vive en algún lugar? ¿Dónde la podemos ubicar?
La historia más antigua de la muerte la encontramos en el imaginario de los libros sagrados. La Biblia en Génesis nos da cuenta de ello. Incluso de “la muerte del cosmos”, cuando se dice que la obscuridad era la muerte de la luz. Cuando supuestamente no había nada. Seguramente que allí estaban la muerte pero también la vida. Quién sabe por qué no las pudieron ver.
También existen evidencias de que la muerte era “atendida” por los primeros “homos”, pues se han encontrado “entierros” y vestigios de rituales muy antiguos. Son sepulturas arcaicas, pero el sentimiento hacia la muerte posee una antigüedad asombrosa. Con ello se demuestra que las “criaturas en evolución” se encontraban ligadas a los efectos de la muerte.
Las formas de sepulturas, posiciones y demás características son propiedad de cada período y culturas del mundo. Se llegó a sepultar en rodillas, parados, sentados, con orientación hacia el sol, entre más. También se atizó mortajas con restos humanos. Así mismo, se utilizó la lucha por inmortalizar el cuerpo, sobre todo en las pirámides de Egipto. Así, durante un tiempo, en un instante eterno o, en un eterno instante, la muerte se domicilia en la vida. Otras en las tumbas.
La tierra entera, incluyendo el mar, es la gran tumba del hombre, se ha convertido en un cementerio, sólo por un breve tiempo. Quizá 5 o 10 mil años, después, cuando la última partícula llegue al límite de su indivisibilidad, ¡saz!, el salto cuántico y, que se haga la luz y, se inicia el viaje al Éter; al reencuentro con el Uno.
Por otra parte, en México como en muchos países del mundo, al difunto se le construye un “altar”. Ahora bien, si aplicamos una interpretación psicoanalítica es para que el difunto se encuentre “en alto”. Si en vida no pudo estar en “alto”, pues “de perdida” que sea ya muerto. De paso, según la cromología, lo blanqueamos y, lo purificamos simbólicamente. Tenemos que esforzarnos porque su presencia perdure (per-dure) lo más posible. Incluso, según las costumbres de nuestra realidad, si no se cuenta con recursos económicos suficientes, se le levanta un montículo de tierra, anunciando que allí “vive” un muerto. Es su humilde casita de tierra.
Sin lugar a dudas, que la muerte tiene sus paradas y sus tiempos. A veces llega a una tumba, otras se ahoga en las olas del mar, o es su hueseada leña para el apetito voraz del fuego purificador. En otras es tirado el cuerpo que contiene la muerte con presencia en la calle, al rio, como en la India. Todas las paradas son “por mientras”. Después, “los restos” y sus últimas partículas, emprenden el vuelo perfilándose a las alturas superiores. Se elevan a las casas donde viven los soles, a los caminos por donde viajan las estrellas y las diosas resonancias. Por rutas por donde los millones de planetas cantan con notas infinitas y corazones infantiles en una ópera armoniosa. Recorriendo los patios galácticos, poniéndose ante los ojos amados de la luz que, arrulla bajo el pecho, marcado con el compás de la eternidad y de los brazos del Uno.
Es cuando la encontramos en harapos, vestida de piel y cuerpo. Su disfraz es prosaico. La muerte es el orgasmo de la vida, se vuelve óvulo y semen del cosmos. Con la muerte, el cigoto cósmico queda fecundado. El cuerpo, con su muerte, es lo que el espermatozoide al óvulo. Se activa un nuevo proceso regenerativo, transformacional. El inicio de una nueva vida vibrante, donde la luz conlleva la vida eterna como germen eterno.
Las tumbas son generalmente de cemento, de granito, ambas nos remite a las piedras. De allí que levantar una tumba en estos términos, es colocar un gran peso sobre el lugar donde el difunto “descansa”. Esta palabra se reconvierte subconscientemente en una posible duda, es decir, si se encuentra descansando, ¿Quiere decir que puede volver a la vida, a levantarse? ¿Acaso ese es el motivo subconsciente de colocarle tanta piedras disfrazadas de capillas, o altar? Sabemos que anteriormente se le colocaban piedras para que las fieras no escarbaran y saciaran su hambre en los cuerpos. Pero actualmente, en muchos casos se sepultan bastante hondo de allí el famoso dicho “tres metros bajo tierra”, además de un ataúd, ya sea metálica o de madera. A esta última he visto que la clavan antes de ser descendida; en cambio la primera tiene broche o “seguro” y, muchas veces se le agrega una tapa de ladrillo con cemento. Después, viene la tierra, a continuación una base de cemento y, por último, el altar y más estético, cuando el estatus económico lo permite. Después de esta contabilidad de materiales y tanto peso, seguramente que el muerto, aunque quisiera volver no podrá salir.
Sin lugar a dudas de que los individuos le tenemos pánico, miedo a la muerte. ¿Tememos a la posibilidad de que resucitáramos? Quizá en algunos casos coinciden en que se le teme tanto al difunto, como al símbolo de la muerte y, por ello, se le coloca tato peso. ¿Pero entonces por qué el día de muertos se les hace fiesta, ritual? ¿Ritual sí, pero realidad no?
En otras, las tumbas, altares y capillas, es con la intención subconsciente de quererlos purificar de lo que fueron y, de los pecados mundanos, más allá de la vida. Es el caso sorprendente de las tumbas de los narcos de Sinaloa entre otros. Que prácticamente algunas son capillas e, iglesias y, otras, poseen todo el perfil de basílicas a escala. La presencia, la notoriedad se sigue buscando después de la vida, se detecta en el lujo, en la competitividad; todo ello, producto de la percepción que se sumó del “hombre exitoso”, que el sistema capitalista promueve como la filosofía más completa.
El primer domicilio y, el último de la muerte, es nuestra Madre Tierra y, después, gracias a un salto cuántico a la luz, al Éter, al Cosmos, al Uno. Después, para volver a germinar como eterna peregrina en el ciclo de la luz, con pulso de vida. Es la Tierra donde la muerte se materializa, se reviste de cuerpo humano, pero es en el cosmos donde se raya de luz y claroscuros de vibraciones. Sin duda que la muerte se domicilia en la vida del Uno. Su hogar es circular como el nido de las aves y, su puerta gigante recibe sin parar el toc, toc, del diapasón del Universo.
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*Víctor M. Estupiñán Munguía: Artesano de la palabra, escultor de ideas, danzante de emociones, arquitecto de sentimientos, pensador por distracción Cósmica, contador de estrellas por insomnio creativo, pintor de sueños por terapia humanista, especialista en transgredir las reglas ortográficas de la Real Academia Española, con neurosis cultural debido a que no puedo crear poemas que lleguen al corazón, chingólogo y sonorólogo, amigo del “Río Sonora”, víctima de la libertad, democracia y ecocidio del capitalismo bárbaro, pero con licencia de la Madre Naturaleza para cortar flores y olerlas.- Miembro de S.I.P.E.A. (Sociedad Internacional de Poetas, Escritores y Artistas)- Sonora “Por la paz del mundo” victor-79@live.com.mx
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