LO QUE SALGA MÁS BARATO Y DEJÁTE DE CHINGADERAS
LO QUE SALGA MÁS BARATO Y DEJÁTE DE CHINGADERAS
Víctor M. Estupiñán Munguía*
El silencio se encontraba sentado como un gran rey en aquella sala de tercio pelo verde pistache; mientras que la tarde obligaba la presencia de la melancolía. Ambas se encontraban instaladas como grandes huéspedes en aquella casa de la Colonia San Benito. Mientras que la luz antes de retirarse, como niña traviesa se asomaba tímidamente por una rendija de la ventana de aquella casa con apariencia de tranquilidad. Ese era el cuadro que la realidad pincelaba, con colores de realidad, mientras que el olor del café tocaba insistentemente en las ventanas de la nariz. En eso, cuando mi amigo Santiago ya totalmente poseído por aquel clima de nostalgia, siente y ve la oportunidad de hacerle una pregunta a su esposa María Socorro, la cual iba pasando por un lado del comedor:
-María Socorro, te quiero hacer una pregunta y quiero que por favor me contestes con sinceridad, ¿sí?- a ver,…dime ¿cuál es la pregunta? ¿Qué quieres saber?
-Si hoy me muriera a la noche ¿qué harías con mi cuerpo? ¿Me cremarías o me sepultarías?-, María Socorro de forma inmediata y sin titubear en ningún momento le contestó: lo que salga más barato. ¿Por qué? -No, por nada-
Luego, mirándolo a la cara le pregunta María Socorro: ¿vas a querer café? Si, ¿con azúcar o sin azúcar? Y Santiago le contesta un poco molesto: -Lo que salga más barato-
Mientras que ese mismo día dos horas más tarde, a eso de las seis y media de la tarde, mi amigo Arturo había sacado una mesita al jardín colocándola pegada al cerco. Luego, se introdujo a su casa a pasos apurados, parecía que algo importante se le había olvidado en el interior de su casa. A los pocos minutos sale por la misma puerta trayendo entre sus manos un pequeño libro de poesías. Acomodó la silla, abrió el libro y se dispuso a beber aquellos versos escritos en un lenguaje mágico. A medida que pasaron los minutos, todo su cuerpo se fue relajando de sobremanera. Sus ojos fueron comiendo líneas tras líneas y, hojas tras hojas, hasta que decidieron hacer un descanso ante tanta en salivación ocular. No hizo falta salsa alguna para degustar aquel banquete tan especial. Sus ojos le exigieron nuevos escenarios donde descansar. De tal suerte que los tiró hacia arriba, al combo, para esto ya había anochecido. Hacía rato que había prendido la luz del patio para poder leer aquellos verso capaces de modificar el ritmo del corazón y el metabolismo, a cualquiera que los leyera con la pasión debida. Cuando de repente, sus ojos se toparon con algo que les provocó su entera atención. Se incorporó de su silla y de tres pasos llegó al apagador de la luz y, estirando su brazo de inmediato lo hizo. Dio otros tres pasos para trasladarse y volver a pararse frente a su mesa, sin dejar de ver el cielo con asombro. Algo asombroso había descubierto, no lo podía creer. Su emoción fue tanta que se empezó a desparramar. En eso empieza a gritar con una emoción descomunal. Al tiempo que sus cejas se arquearon, sus ojos ya habían crecido como adultos, parecía que sus cuencas no los iban a poder seguir conteniendo. Mientras que sus músculos dibujaron otra cara diferente a la mi amigo Arturo. Parecía que se había colocado una máscara. Al tiempo que de sus boca salió un grito empujado por las fuerzas de sus pulmones: -¡Rosario!… ¡Rosario! ¡Apúrate Rosario! ¡Ven rápido! ¡Ven Rosario, ven a ver esto! ¡Córrele por favor!- mientras que el grito ni tarde ni perezoso, atravesó rápido el poco aire que se encontraba entre él y su esposa. El grito llegó como raya y emocionado hasta la cocina donde se encontraba su esposa Rosario lavando los trastes. Se introdujo sin permiso alguno hasta el interior del oído para sacudir la atención sobre el chorro de agua y los trastes que estaba lavando. Con tanta adrenalina de aquel grito, Rosario rápidamente cerró la llave y casi tiró el plato que estaba limpiando. Salió despavorida, todavía con espuma en las manos y, el corazón a punto de salírsele. De nueve pasos llegó temblando a donde se encontraba parado Arturo. Con la preocupación a cuestas de que se podía tratar de una tragedia, en esas fracciones de segundos pensó lo peor. De repente se frena al encontrarse a Arturo con el brazo extendido, sus ojos desorbitados y, señalando hacia el cielo. Con el color de los chinos en la cara, Rosario pregunta: ¿Qué pasó…qué pasa Arturo? ¡Dime rápido! ¿Qué pasa Arturo?-¡Mira…mira para allá!.. ¿Dónde Arturo? ¿Dónde? ¿Qué es Arturo? ¡Allá arriba!… ¡Arriba! mira que preciosidad! Mira Rosario… ¿habías visto una luna así de preciosa? ¿Verdad que no? En eso Rosario ve la luna y de inmediato su rostro se empieza a transformar, toma aire y sus pulmones se hinchan a más no poder, para luego dejar un grito cargad de ira:¡Déjate de chingaderas Arturo! ¿Para eso me gritaste, casi me matas del susto? ¡Déjate de chingaderas Arturo!…¡Mañana se vence la renta de la casa cabrón!
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*Víctor M. Estupiñán Munguía: Artesano de la palabra, escultor de ideas, danzante de emociones, arquitecto de sentimientos, pensador por distracción Cósmica, contador de estrellas por insomnio creativo, pintor de sueños por terapia humanista, especialista en transgredir las reglas ortográficas de la Real Academia Española, con neurosis cultural debido a que no puedo crear poemas que lleguen al corazón, chingólogo y sonorólogo, amigo del “Río Sonora”, víctima de la libertad, democracia y ecocidio del capitalismo bárbaro, pero con licencia de la Madre Naturaleza para cortar flores y olerlas.- Miembro de S.I.P.E.A. (Sociedad Internacional de Poetas, Escritores y Artistas)- Sonora “Por la paz del mundo” victor-79@live.com.mx
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