ALMA GRANDE
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Matar periodistas, terrorismo
Por Ángel Álvaro Peña
La muerte de un compañero duele y no por ocurrir continuamente el dolor es menos. Al contrario. La herida de una sociedad que exige justicia nunca se cierra. La impunidad vuelve a convocar a la muerte y los enemigos de la verdad, matan a todo el que se le cruce por el camino sin importar nada ni nadie, simplemente imponen su ley y tienen garantizada la libertad.
Ahora fue en Ciudad Victoria, Tamaulipas, fue asesinado a golpes Héctor González Antonio, en una calle de la colonia Estrella, de esa ciudad.
Francisco Cabeza de Vaca, gobernador de Tamaulipas, expresó sus “más sentidas condolencias a la familia, amigos y colegas” del periodista Héctor González Antonio. Su muerte no quedará impune; tienen mi compromiso de que se investigará y castigará al o los responsables. Descanse en Paz”, comentó en Twitter. Si el procurador de uno de los estados más violentos del país lograra encontrar y castigar a los asesinos del periodista, logrará algo que no suele suceder en México en los últimos seis años. Esperemos que lo logre y se restablezca la ley no solo en esa entidad, que buena falta le hace sino en todo el país y en el mundo, porque los asesinatos a periodistas representan la mejor manera de fragmentar la historia, de crear lagunas, de lastimar a la humanidad.
En realidad es poca la conciencia que existe en el poder sobre la agresividad contra los periodistas, porque con su desaparición también se borra parte del pasado y, por lo tanto, buena parte del futuro.
Matar a cualquier ser humano nos regresa al tiempo de la barbarie. Nos descalifica como seres civilizados, Nos coloca a la altura del hombre de las cavernas, cuando matar a un semejante era una acción sin castigo. Esto invitaba a seguir haciéndolo.
En la época de las cavernas no había castigo porque la ley que imperaba era la del más fuerte. Y uno se pregunta si hemos avanzado al ver que matan a periodistas en México y la autoridad está al margen permitiendo que impere la ley del más fuerte o del mejor armado.
Hace unos días fue asesinada a golpes Alicia Díaz González, reportera de El Financiero, en el interior de su vivienda, ubicada en el sexto sector de la colonia Paseo Residencial, de esa ciudad. Era la quinta periodista asesinada en el país en lo que va del año. Ahora con Héctor González Antonio, van seis. Es decir, más de un asesinato de periodistas cada mes.
A pesar de estas pruebas contundentes sobre la impunidad y la indiferencia de las autoridades, éstas sigue afirmando especulaciones como si fuesen reales y antes de investigar afirman dos supuestos, uno, que su asesinato no se debió a motivos relacionados con su profesión; dos, que podría haber sido cómplice de algunos delincuentes.
Así, el fiscal general de Tabasco, Fernando Valenzuela Pernas, informó que como resultado de las investigaciones en torno al asesinato del periodista Juan Carlos Huerta Gutiérrez, se puede asegurar que el homicidio ocurrido apenas hace un par de semanas -muy rápido para una conclusión tan contundente- no tiene que ver con su labor periodística.
Si en lugar de periodistas fueran funcionarios públicos ya hubieran legislado para hacer más severas las leyes contra los asesinos de los burócratas de altos vuelos, pero todo régimen autoritario tiene en los periodistas a un enemigo, o, por lo menos un estorbo.
Mientras más triquiñuelas hay que esconder más peligrosos se vuelven los periodistas para los miembros de la administración pública.
Han muerto ocho periodistas desde el inicio del año electoral, una treintena de candidatos y más de mil han renunciado a su candidatura. Estamos hablando de que el crimen organizado pudiera estar detrás de por lo menos una parte importante de estos hechos. Pero si no hay averiguación nunca lo sabremos.
La sociedad entre capos y funcionarios públicos suele existir, esos funcionarios públicos son los primeros en rechazar una amnistía que deberá definir el legislativo. Ahora los políticos negocian con los delincuentes en lo oscurito, pero no permitan que lo hagan otros abiertamente. Es lógico.
Es así como en este dilema, el crimen organizado quiere tener un papel importante en estos meses de crucial trascendencia para el país.
México tiene en el asesinato de la manera más violenta contra los periodistas un severo cuestionamiento a su sistema de justicia y a su sistema político. Así deben interpretarlo todos los miembros de la actual administración y de otras anteriores, donde el crimen organizado tuvo influencias políticas en México.
Matar periodistas es también anunciar que puede asesinarse sin castigo. Colocar el hecho en las primeras planas de los periódicos para sembrar el terror. Es decir, es un acto muy cercano al terrorismo que asegura nuestro gobierno no existe en nuestro país.
No podemos hacernos los desentendidos y pensar que el asesinato de comunicadores se trata casos aislados. Son un castigo para la sociedad y profundo dolor para sus familias. Matar periodistas es un acto de terrorismo.
Una definición simplista es la siguiente: Forma violenta de lucha política, mediante la cual se persigue la destrucción del orden establecido o la creación de un clima de terror e inseguridad susceptible de intimidar a los adversarios o a la población en general.
En el gran escenario de la comunicación contemporánea matar a un periodista es un espectáculo donde el crimen suele quedar sin castigo. PEGA Y CORRE.- Los grupos armados que atacan trenes y vehículos de carga siguen atentando contra la integridad de los veracruzanos, y a pesar de que se solicitó ayuda a la Federación, los ataques no han disminuido. Esta vez robaron la mercancía de un camión que viajaba del puerto de Veracruz a Tuxpan. Amordazaron al conductor y se llevaron la mercancía. La impunidad es obvia y significativa… Esta columna se publica los lunes, miércoles y viernes.
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