SERIS OPERACIÓN PELÍCANO





Seris, operación pelícano
                                                                         Por Víctor M. Estupiñán Munguía*


 “Aún tiene que probarse que la inteligencia tenga algún valor para la supervivencia”.
Arthur Clarke

Los Seris, la tribu más subdesarrollada a la llegada  de los españoles al noroeste y, la última en abrirse al mestizaje; sin embargo, para poder sobrevivir en un desierto de los más inhóspitos del mundo tuvo que desarrollar astucia e, inteligencia que hoy nos sigue causando sorpresa y admiración.

La mejor escuela para ellos fue la propia realidad hostil y por demás violenta. Las lecciones fueron las experiencias arrancadas muchas de ellas de la observación directa de su entorno inmediato. Un verdadero infierno rodeado de mar y un desierto de los más incandescentes del mundo.

Escogieron para pertrecharse un infierno dialectizado por una masa de líquido y, otra de arena hirviendo. Todos eran sus enemigos y, por ello no era para menos el de haber escogido con dichas características estratégicas.


Por otra parte, había veces que la caza escaseaba  en lo que comprendía su territorio o, cada vez se encontraban las piezas más alejados por lo que tenían que salir a cazar; siempre y cuando los grupos hostiles les permitían por ser  un número superior.

Otras, prácticamente los tenían rodeados para que no salieran de su territorio, bajo pena de que si lo hacían podían entrar y matar a sus moradores.

Como acostumbraban la rapiña prácticamente todos eran sus enemigos, por lo que había veces que se juntaban para guerrearlos y, tenerlos siempre vigilados.

Además de lo anterior, muchas veces coincidían que la marea era mala y no permitía la pesca, por lo que la situación se veía agravada.

Ante este panorama tan desbastador, los Seris, tuvieron que ingeniárselas para poder alimentarse. Y, qué mejor que sacar ventaja de la misma realidad que les daba lecciones constantes de sobrevivencia.
De tal forma que para conseguir agua dulce tenían que chupar y masticar las pulpas de algunos cactus.

Sin embargo, el problema del alimento era más grave. Primeramente echaban mano de todo lo que se pudiera comer, como lagartijas, tortugas de tierra, víboras, huevos y polluelos de halcones conseguidos de los nidos más próximos, tarántulas, roedores, etc.;

Después, cuando todo posible recurso se hubiera agotado, en una ocasión observaron como los pelícanos son aves muy solidarias, tan es así, que cuando la mamá pelícano muere y deja a los polluelos huérfanos, todos los demás pelícanos se juntan y cooperan para llevarles comida.

Unas veces van los machos, otras rondas les toca a hembras y así sucesivamente, hasta saciarlos. La dosis se repite cuantas veces sea necesario, hasta que los polluelos crecen y pueden valerse por sí mismos.


Pues bien, esa lección de solidaridad fue la que los Seris observaron y, la misma que le sacaron provecho en situaciones de crisis de hambruna.

“La operación pelícano” de los Seris los salvó muchas veces de estar prácticamente sitiados por semanas y meses.

Debo recordar que dichas “casas” prácticamente eran una especie de zanja, la cual le colocaban unos palos por ambos  lados para luego unirlos, formando un arco. Posteriormente a dicha estructura la cubrían con pieles de pelícanos y conchas de tortugas del mar o caguamas.

Después, se metían en ellas y, con la poca humedad de la arena se medio aliviaban de aquel infierno terrenal.  
El método consistía en atrapar un polluelo y, dejarlo que el hambre hiciera de las suyas, para efectos de aquel pichón pidiera auxilio a los de su clase, seguros de que pronto iban a aparecer haciendo fila para alimentarlo.

Llegaba uno y luego otro, después otros, tanto machos como hembras. No podían negar su herencia genética por tantos miles de años auxiliando a los más desvalidos.

De tal forma que el polluelo era amarrado en la entrada de dicha choza en una estaca y una pata.
Por supuesto que lo ataban de una pata a una estaca, por fuera de lo que eran sus casas semienterradas.

Una vez que los pelícanos adultos se presentaban a satisfacer el hambre del desvalido de su clase, los Seris sacaban sus largos brazos por una hendidura y los agarraban de las patas. De esa manera se proveían de carne, sangre y pieles.
    

*Víctor M. Estupiñán Munguía: Artesano de la palabra, escultor de ideas, danzante de emociones, arquitecto de sentimientos, pensador por distracción Cósmica, contador de estrellas por insomnio creativo, pintor de sueños por terapia humanista, sonorólogo y chingólogo, especialista en transgredir las reglas ortográficas de la Real Academia Española, con neurosis cultural debido a que no puedo crear poemas que lleguen al corazón, víctima de la libertad, democracia y ecocidio del capitalismo bárbaro, pero con licencia de la Madre Naturaleza para cortar flores y olerlas.-  Miembro de S.I.P.E.A. (Sociedad Internacional de Poetas, Escritores y Artistas)- Sonora “Por la paz del mundo”           victor-79@live.com.mx

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