(ZENIT- Ciudad del Vaticano).- El papa emérito Benedicto XVI cumple mañana 65 años de sacerdocio, motivo por el cual el santo padre Francisco ha querido participar hoy en el homenaje que se ha celebrado en el Vaticano, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico.
Además del homenajeado participaron también diversos cardenales, entre los cuales Gerhard Müller, responsable de la edición de la Opera omnia de Joseph Ratzinger y el Card. Angelo Sodano, decano del Colegio Cardenalicio. El coro pontificio de la Capilla Sixtina estuvo también en el evento, entonando diversos cantos polifónicos
El papa Francisco en su discurso ha recordado la pregunta de Jesús a Pedro: ‘¿Me amas?’. Así, ha querido citar una reflexión de Benedicto XVI, en la que indica que en ese ‘me amas’ se funda la misión que Jesús da de pastorear el rebaño.
Señaló también que el Monasterio de Mater Ecclesiae no es un lugar de la cultura del descarte donde se envía a quienes no tienen más fuerzas, sino un sitio del cual se irradia tranquilidad, fuerza, confianza, madurez, una fe, una dedicación y una fidelidad “que me hacen tanto bien y me dan fuerza, así como a toda la Iglesia”. Y Francisco concluyó refiriéndose al papa emérito y afirmando que esta “es la nota que domina una vida entera entregada al servicio sacerdotal y la teología, que no por casualidad usted ha definido como ‘la búsqueda del amado’”. Sobre la cual, concluyó Francisco, “usted siempre ha dado testimonio y da testimonio aún hoy en día”.
Palabras del papa Francisco:
«Santidad, hoy festejamos la historia de una llamada que inició hace 65 años con su ordenación sacerdotal el 29 de junio de 1951 en la catedral de Freising. ¿Pero cuál es la nota de fondo que recorre esta larga historia y que desde el primer inicio hasta hoy la domina cada vez más?
El Coro Pontificio de la Capilla Sixtina ha entonado varios cantos durante la ceremonia
En una de las tantas hermosas páginas que usted le dedica al sacerdocio, subraya cómo en la hora de la llamada definitiva de Simón, Jesús mirándolo en profundidad le pregunta una sola cosa: ‘¿Me amas?’.
¡Que bello y verdadero es esto! Porque es aquí –usted dice– es en aquel ‘me amas’ que el Señor fundamenta su pastoreo, porque solo si hay amor por el Señor, Él puede realizar el pastoreo a través de nosotros: ‘Señor tú sabes que te amo’.
Es esta la nota que domina una vida intensa empleada en el servicio sacerdotal y a favor de una verdadera teología que Ud. no por casualidad ha definido como ‘la receta del amado’; sobre esto usted siempre ha dado testimonio y testimonia todavía hoy: que la cosa decisiva en nuestras jornadas –de sol o de lluvia– aquello con la cual solamente viene todo el resto, es que el Señor esté verdaderamente presente, que lo deseamos, que interiormente estamos cerca de Él, que lo amamos, que realmente creemos profundamente en Él y creyendo lo amamos realmente.
Es este amar que verdaderamente nos llena el corazón, este creer es aquello que nos hace caminar seguros y tranquilos sobre las aguas, también en medio de la tempestad, justamente como sucedió con Pedro. Este amar y este creer es lo que nos permite amar al futuro no con miedo o nostalgia, sino con alegría, también en los años avanzados de nuestra vida.
Y así, justamente viviendo y dando testimonio hoy de manera tan intensa y luminosa esta única cosa verdaderamente decisiva -tener los ojos y el corazón dirigido a Dios- usted santidad sigue sirviendo a la Iglesia, no deja de contribuir realmente con vigor y sabiduría a su crecimiento; y lo hace desde aquel pequeño monasterio Mater Ecclesiae, en el Vaticano, que se revela así ser algo muy diverso que uno de esos rincones olvidados en la cual la cultura del descarte de hoy tiende a relegar a las personas cuando debido a la edad, las fuerzas faltan.
Es todo lo contrario. Y permita que lo diga con fuerza su sucesor ¡que ha elegido llamarse Francisco! Porque el camino espiritual de san Francisco inició en San Damián, pero el verdadero lugar amado, el corazón palpitante de la Orden, allí donde la fundó y donde al final de cuentas entregó su vida a Dios fue en la Porziúncola, la ‘pequeña porción’, el rincón junto a la Madre Iglesia; junto a María que, por su fe así firme y por su vivir así enteramente el amor y en el amor con el Señor, todas las generaciones la llamaron bienaventurada.
Así la providencia, quiso que usted, querido hermano, llegara a un lugar por así decir propiamente ‘franciscano’ del cual se irradia tranquilidad, paz, fuerza, confianza, madurez, una fe, una dedicación y una fidelidad que me hacen tanto bien y me dan fuerza así como a toda la Iglesia, así como y un sano y alegre sentido del humor.
El deseo con el cual quiero concluir es por lo tanto un deseo que dirijo a usted junto a todos nosotros y a la Iglesia entera: que usted, santidad, pueda continuar sintiendo que la mano del Dios misericordioso la sostiene, que pueda sentir y darnos testimonio del amor de Dios; que con Pedro y Pablo pueda continuar a exultar con gran alegría mientras camina hacia la meta de la fe».
Concluidas las palabras del Santo Padre, Benedicto XVI recordó que “hace 65 años, un hermano ordenado junto a mi decidió escribir sobre la estampa de recuerdo de su primera misa una palabra en griego: Eukaristomen” que significa celebrar y vivir el misterio eucarístico. Y añadió: “Estoy convencido que con esta palabra en sus diversas dimensiones se diga todo lo que se puede decir en este momento”, y agradeció a todos los presentes por este sentido homenaje.
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