LA LEYENDA DEL PUENTE DE LA CALZADA, TUXPAN, VER.
Hace ya tiempo Don Mario Marín, estimado personaje en la ciudad de Tuxpan, y dueño de varias unidades de taxis, narraba que a dos de sus choferes se les había aparecido la Llorona, una mujer que con su llanto helaba el alma de quien le escuchaba, al tiempo que lloraba se les quedaba viendo con sus enormes ojos que al mirarlos parecía caían a un pozo sin fondo.
El Tuxpan de antaño, no contaba con tantos vehículos para ir hasta La Barra un lugar que está cerca de la playa Norte, “ las carreras” o los viajes especiales significaba para ellos un ingreso más y no existía tanta inseguridad, pues la población flotante era realmente poca y todos se conocían “ de oídas” es decir se sabía quienes eran los fuereños, por lo tanto una carrera no exponía a los choferes a un asalto;pero no solo los choferes de don Mario tuvieron estos encuentros fantasmales, sino que han sido varios los ruleteros que siguen experimentando encuentros del más allá.
Una noche Javier X, conducía el taxi hacia La Barra y sintió la presencia de alguien, pensó que era imposible pues no había levantado pasaje, era común que algún bromista se escondiera en la parte posterior del auto, pero era imposible, había revisado bien, no había nadie.
De repente ahí estaba la mujer, toda vestida de blanco de vaporosa tela, nada dijo, no lloró, no gritó, solo lo miraba y sus labios se movían , intentó salir del auto, acelerar, pero cualquier decisión era equivocada, se estacionó , pidió a Cristo y esperó su destino, fuera cual fuera; pasó un largo tiempo y sintió el sudor correr bajo su ropa, rostro, y poco a poco abrió sus ojos la aparición se había esfumado, cuando lo platicó todos se burlaron hasta que…
Carlos X, doblándose de risa, cubrió el turno de Javier X, como Carlos X, era un descreído; subió a una mujer que sugestivamente le hacía señas en el puente “La Calzada” el tráfico era escaso, la noche más densa que lo normal y con voz que a Carlos le pareció extraña, la mujer le pidió la llevara a un lugar cercano al Faro, por el espejo retrovisor checaba a la dama que seguía ahí, cuando casi para llegar al Faro, a petición de su pasajera se detuvo para que descendiera, pero ya no había nadie; tan solo un penetrante olor a humedad y un rosario con cuentas gastadas, hasta entonces el chofer se acordó que había un Dios.
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