2015: EL AÑO QUE TENEMOS QUE VIVIR

 

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Uriel Flores Aguayo

Así como viene tenemos que vivir este año, con las obvias oportunidades de incidir en  algo en el curso de los acontecimientos y en los resultados, en lo grande y en los detalles, en lo estructural y en lo personal; no podemos  irnos de vacaciones infinitas, abstraernos para siempre, evadirnos de  la realidad, hacer como que no pasa nada, cruzarnos de brazos o quedarnos callados si queremos algunas mejoras en nuestras vidas, para el año que corre y para un poco más. El panorama es sombrío  en casi todo: la violencia azota a nuestro país, en algunos casos en grado de barbarie, alimentada por la impunidad y las complicidades oficiales; la economía nacional da tumbos, el peso se devalúa, dejamos de ganar con el petróleo y el consumo interno se desploma; los casos de corrupción se elevan y tocan a la familia presidencial; la demanda de justicia para Ayotzinapa está viva; el gobierno federal elude respuestas de fondo y serias, pospone las soluciones y le apuesta al desgaste del movimiento, en una actitud antidemocrática; la crisis es generalizada, es política y de gobernabilidad. 

Este es año electoral, a nivel federal y en algunas entidades, se renueva la cámara de diputados y se eligen gobernadores; son bajas las expectativas de votación ante el brutal descrédito de los partidos y la actividad política  en general. Lo peor de todo, lo que casi cancela alguna utilidad democrática  de las elecciones, es que no se ve voluntad de cambio en los actores políticos, quienes proceden en forma tradicional, como lo harían en condiciones de normalidad, que no se tienen. Si la mayoría de los ciudadanos no votan vacían de contenido e importancia a las elecciones, deslegitiman a los electos e instalan un circulo vicioso de crisis crónica que nos coloca en una realidad adversa para todo, para una vida normal, de paz, justicia y bienestar. 

Un año nuevo plantea propósitos que casi no pasan de lo personal y de deseos abstractos o buenos propósitos en general; es un ciclo anual que puede volverse rutinario e intrascendente si solo se hace como formalidad o ritual. Cuesta un poco mas ir a los deseos ciudadanos y democráticos, implica información, toma de posiciones y un relativo compromiso colectivo. Para cambiar se trata de eso, de ser uno mismo y ser los demás, no quedarse en el conformismo o ver de lejos los problemas, pasar a un nivel cualitativo, de mejores  personas y de cierta trascendencia. De alguna manera las elecciones en curso abren una oportunidad de participación, soy partidario de que se vote, que no se deje de ejercer el sufragio, como actitud cívica y para no dejar el espacio al garete. Es comprensible la postura de los que se cuestionan sobre la efectividad de su voto y sobre la calidad de los candidatos y sus partidos; pero eso es lo que hay, en el futuro puede haber una oferta más calificada pero eso será resultado de las votaciones de hoy. Pienso también que el desanimo es tal, lamentablemente, que las masivas expresiones electorales se van a esperar para el 2018, en las elecciones presidenciales. 

Se vale soñar, somos realidad y sueño, no podemos vivir sin sueños, mitad y mitad por lo menos, con los pies en la tierra pero con la luz de la utopía. Los sueños, chicos y grandes, deben ser personales y colectivos: soñar para uno mismo y soñar para los demás. Es de obviedad asumir que los sueños se construyen, que son resultado de trabajo, que serán más valorados en la medida que sean producto del esfuerzo. El sueño, lo ideal, es aspiración y meta. En este inicio de año bien vale la pena soñar con la vida que queremos, con la sociedad y gobierno que queremos. Tenemos derecho a querer un presidente honesto y capaz, a tener representantes que nos representen, a una vida digna, a libertad de prensa, a voto libre, a la paz, a las oportunidades básicas para niños y jóvenes; no es mucho pedir, debe estar al alcance de nuestras manos. 

Me parece fundamental el saneamiento y oxigenación de nuestra vida  publica, como espacio común, como inspiración y efecto de los ámbitos privados. De ese planteamiento se derivarían ciertas reglas, ejemplos e inescrupuloso respeto a los espacios públicos. La ciudad debe ser asumida como nuestra casa común, donde todos ejerzamos derechos pero también cumplamos con obligaciones; nos conviene, es lo normal, que tengamos una ciudad limpia, funcional, agradable, sustentable, incluyente, pacifica, solidaria, tolerante, etc.. No es una ocurrencia, no anda desconectada de lo anterior. Se trata de un espacio pequeño, de una muestra para lo grande, para el país, para  la nación. De sueños chiquitos se pueden ir construyendo  los sueños grandes.

Recadito: El 20 de enero presento mi segundo informe de labores legislativas. 

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