VETERANOS DE EL ÁGUILA CUENTAN SUS HISTORIAS

MEMORIA POLITICA DE MEX.

 

 

 

Jornada Huasteca

 

Livia Díaz

Poza Rica, Ver.- Tanto el operador de la maquinita Cecilio Mercado Yáñez, como la maestra Teresa Castro Cervantes, tienen escrúpulos al hablar de la miseria que se vivía en la villa, hoy ciudad de Poza Rica, cuando eran niños.

Para la profesora de muchas generaciones de estudiantes, la pobreza era algo desconocido, hasta que se casó con uno “que supuestamente, era rico”; y para el petrolero Cecilio, es algo relativo que sólo significa que hay algunos que no están a nivel de los demás.

Ambos vivieron la época en la que no existía Petróleos Mexicanos (PEMEX), y sus padres fueron trabajadores de la empresa inglesa El Águila.

Coincidentemente, comienzan sus recuerdos, de cuando eran niños, a los cinco años. Ese año Cecilio perdió a su padre, y la maestra Teresa, comenzó a trabajar.

La villa era “un lodazal”. No había calles trazadas y las aulas de las escuelas eran de otates. El papá de Cecilio ganaba en los años 30, cinco pesos por semana. “Tan solo para que se dé una idea de la cantidad, -me dice mientras desayuna petroleros (huevos revueltos con frijoles de la olla),- en el año 51 yo ganaba en PEMEX unos 85 pesos por semana.”

La profesora, que este año entró en los 83, recuerda que al lado de su casa, también de “jarro” (adobe) y madera, había una zanja en donde comenzó a sembrar cebollas y otras plantas que se dió cuenta que eran para comer.

Cuenta que la compañía El Águila hizo lavaderos públicos y la construcción era grande, para unos 24, en donde se la pasaba con su mamá. Siendo la única mujer de cinco hermanos, se convirtió en su compañera y también ayudante.

Al poco tiempo empezó a aprender a remojar la ropa en legía, que era negra y apestosa, y además a lavar con ayuda de otras vecinas de lavadero “porque allí me la pasaba todo el tiempo.

El día de Teresa comenzaba a las cuatro de la mañana, cuando su mamá comenzaba a echar tortillas, “la primera tortilla del comal, calientita, era para mí.” Por eso, y muchas cosas más, para la profesora, no existía, como hoy, esa relación de pobreza con felicidad, o carencias y no distingue en su infancia, a pesar de una vida muy dura, algo que le motivara a relacionarlo; en el caso de Cecilio, la cosa es similar.

Dijo que antes se trabajaba menos pero también se podía vivir con menos.

Cuando su padre falleció ya tenía una relación con PEMEX que debió heredar su mamá, pero no eran las cosas sindicales lo ordenada que son en esta época, ni los derechos de los trabajadores petroleros fueron respetados como ahora.

Él piensa que le daban algunas chambitas, pequeños contratos de tres días o dos, con espacios entre ellos de semanas. En lugar de darle la plaza como correspondía, pero da testimonio de que eso no fue impedimento para llevar una vida tranquila y tener los recuerdos de una vida feliz.

Trabajó en muchos departamentos pero el departamento del Ferrocarril, en el que se operaba y realizaban maniobras de carga y transporte de La Maquinita, que recorría el tramo Cobos – Furberos es el que recuerda con más cariño.

La Maquinita un día se detuvo y la vía del tren se quitó, pero él no sabe porqué. Sólo recuerda que antes, las cosas no eran como ahora, ni en el sindicato ni en la ciudad. Toda la gente se conocía, pero “a la vez desconocían mucho el asunto petrolero”, y eso es por ejemplo, lo que le pasó a su papá.

La profesora dice que la gente del pueblo se agrupaba para tener escuelas. Ella comenzó en las letras escuchando la lectura de las noticias de la segunda guerra mundial, que le leía su tío, del periódico Novedades y después entró con un profesor, en la zona adonde ahora se ubica la escuela Vicente Guerrero, y allí estudió dos años, hasta que el maestro Cirilo G. Bastian, se cansó de recibir poco salario y gastar mucho en pasajes y comidas, pues provenía de Gutiérrez Zamora y se fue.

Por eso ella aparece como primera generación de la escuela Artículo 123, pero reveló, que esto nadie lo sabe, que en realidad ya había estado en esa escuelita hecha por vaqueros con otates y jarro, para los niños pobres de Poza Rica, que por lo visto, eran todos, o al menos, los mexicanos.

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