SANTA MARÍA DE GUADALUPE, ESPAÑA (6 DE SEPT.)
Santa María de Guadalupe, España ( 6 de septiembre)
septiembre 5, 2013
La Guadalupe de Cáceres (Extremadura), cuyo origen coloca la leyenda hacia el siglo VI, fue hallada en la ribera del Río Guadalupe (río escondido, en árabe) en la Sierra de Villuercas, allá por el 1326 después de la expulsión de los moros de aquella zona.
La imagen española de la “Guadalupe” es una antigua talla de madera de cedro y policromada, una escultura románica revestida por ricos mantos de precioso brocado que le confieren una forma triangular muy del gusto de la época.
Su apariencia es muy diferente al lienzo del Tepeyac, no sólo por sus rasgos ibérico-bizantinos, sino además porque lleva al Niño Jesús en su brazo izquierdo; un cetro real en su mano derecha y una gran corona de oro sobre su cabeza.
La imagen española de la “Guadalupe” es una antigua talla de madera de cedro y policromada, una escultura románica revestida por ricos mantos de precioso brocado que le confieren una forma triangular muy del gusto de la época. Su apariencia es muy diferente al lienzo del Tepeyac, no sólo por sus rasgos ibérico-bizantinos, sino además porque lleva al Niño Jesús en su brazo izquierdo; un cetro real en su mano derecha y una gran corona de oro sobre su cabeza.
Mide la talla de Nuestra Señora, 59 cms de alto y pesa 3.975 gramos. Pertenece al grupo de Vírgenes Negras de la Europa Occidental del siglo XII.
EL ORIGEN DE LA IMAGEN
La leyenda, conocida ciertamente en el siglo XVI pretende remontar sus orígenes al evangelista San Lucas. Antes de morir María, habría tallado varias copias tomándola como modelo. Tanta devoción cobró a una de ellas, que quiso fuese enterrada con él en su sepulcro de Acaya (Asia Menor).
Cuando a mediados del siglo IV se hallaron los restos de este evangelista, también apareció la imagen de la Señora. Y fueron trasladados a Bizancio.
Pronto el icono de María gozó de gran devoción, pues a su intercesión se debió un prodigio operado con motivo de un terremoto que azotó la ciudad, por el año 446.
Un siglo más tarde se encontraron en Bizancio el cardenal Gregorio, enviado por el papa Pelagio II como nuncio apostólico ante el emperador, y San Leandro, arzobispo de Sevilla que había acudido a la capital del Imperio de parte de su rey San Hermenegildo para solicitar ayuda contra los moros. Gregorio y Leandro quedaron unidos por profunda amistad. Corría del año 581.
Durante su estancia en Bizancio murió el emperador Tiberio II, sucediéndole Mauricio – 582 -, que amaba grandemente a Gregorio. Al ser éste llamado a Roma por el papa, el emperador le regaló entre otras cosas la milagrosa imagen, la cabeza de San Lucas y un brazo de San Andrés.
Elevado Gregorio al solio pontificio en el año 590, puso la devota imagen en su oratorio privado; y sacándola en procesión con motivo de una cruel pestilencia que asoló a la Ciudad Eterna, vieron los romanos con asombro cómo la peste se calmaba al aparecer un ángel sobre el pueblo, a la altura de un castillo – desde entonces denominado de Sant Angelo -, limpiando sangre de una espada, mientras un coro de espíritus celestiales entonaba el “Regina Coeli laetare, alleluia”, a lo que el papa, conmovido, añadió: “Ora pro nobis Deum, alleluia”.
El papa Gregorio mandó la imagen milagrosa a su amigo San Leandro, con ocasión de hallarse en la Ciudad Eterna su hermano San Isidoro. Yendo en el navío de aquellos que llevaban este regalo que San Gregorio enviaba a San Leandro, hubo una gran tempestad en el mar. Uno de los clérigos, movido con fe y devoción sacó la dicha imagen de Nuestra Señora Santa María y suplicáronle con mucha humildad y devoción que de tan gran peligro los quisiese librar. Después de calmar una tempestad en el mar, llegó la Virgen al puerto de Sevilla, donde San Leandro la recibió con todo el pueblo.
El santo arzobispo la colocó en su iglesia principal, y aquí recibió ferviente culto hasta la invasión musulmana. Para librarla de la profanación, fue sacada de Sevilla por unos piadosos clérigos con otras reliquias, y escondida junto al rio Guadalupe en la sierra de las Villuercas, permaneciendo enterrada hasta su descubrimiento.
EL HALLAZGO
Sucedió, según cuenta el hecho una sencilla leyenda rimada, allá mediado el siglo XIII. Nos hallamos en una región agreste, corazón de Extremadura, en los repliegues de los montes de Toledo vecinos al pico de las Villuercas, en la aldea de Alía. Un pastor de nombre Gil Cordero, recontando el ganado a la hora del encierro, echó de menos una vaca. Partió a buscarla. Internóse por aquellos montes, robledales bravíos, buenos para la caza de osos en verano al decir del libro de La Montería, hasta llegar a un riachuelo de arábigo nombre, el Guadalupejo (río escondido). Remontóle. A la derecha, desviándose de su curso y siguiendo probablemente los restos de una calzada romana, encontró, luego de pasados tres días, la vaca, muerta pero intacta, respetada por las fieras. Sacó de la vaina un cuchillo de monte y se dispuso a desollarla. Comenzó, según costumbre, haciéndole en el pecho dos incisiones en forma de cruz. Y entonces…
El pastor vio a la Señora. La Señora Santa María le dijo:
—Ve a comunicar a los clérigos de Cáceres que en el sitio donde yace tu vaca hay enterrada una gloriosa imagen mía. Quiero la desentierren, le erijan una capilla y le tributen el culto debido, porque mediante ella yo derramaré misericordias. Vendrán gentes de todas las tierras y haré innumerables milagros. Que se dé a todos cuantos vengan a visitarme comida y hospedaje gratuitos. Y será edificado un pueblo.
Desaparecida la visión y preso de la emoción consiguiente, contempló el pastor con asombro que la vaca, resucitada, pacía quieta a la sombra de un roble, conservando entre las patas delanteras una cicatriz en forma de cruz.
Partió para Cáceres y al llegar a casa encontró a su mujer hecha un mar de lágrimas, pues un hijo suyo acababa de morir. El, después de consolarla, la invitó con fe a confiar en la Señora Santa María de Guadalupe, que se le había aparecido, y le suplicó resucitase a su hijo al que había prometido como servidor perpetuo de su Casa. “En esa hora se levantó el mozo vivo y sano, y dijo a su padre: Señor padre, aguisad y vamos para Santa María de Guadalupe”.
Marchó a la ciudad. Con ello consiguió persuadir a los clérigos, que se encaminaron en algún número al lugar del prodigio. Las autoridades Eclesiales encontraron la entrada hacia una cueva subterránea y además, la imagen con los documentos. A pesar de haber estado enterrada por 600 años, la imagen de madera oriental fue examinada y se pudo constatar que se hallaba en perfectas condiciones
EL MONASTERIO
Un antiguo cronista guadalupense, fray Diego de Ecija, monje en el monasterio entre los años 1467 y 1534, escribió un códice que fue editado, en 1953, en Cáceres. Ecij
a recoge la tradición oral de los monjes más viejos sobre las etapas de creación y desarrollo del monasterio:
“Y así parece haber sido esta iglesia edificada tres veces: la primera fue la choza o eremitorio, que se hizo cuando la imagen fue hallada por los clérigos de Cáceres.”
El primer custodio del santuario fue Pedro García “tenedor de la eglesia e hospital de Sancta María de Guadalupe”, que muere hacia 1330, y que recibió donativos y mandas, para engrandecer la ermita o choza primitiva en la que alojaron la imagen tras su hallazgo por el pastor.
Continua fray Diego: “La segunda, la que se hizo después, que era una iglesia pequeña y, como el rey dice en su carta, medio caída que mandó que se hiciese mayor.”
Alfonso XI, en su primera visita a Guadalupe, hacia 1330, mando ensanchar la primitiva iglesia, le otorgó varios beneficios económicos y ordenó edificar a su alrededor hospitales o albergues para peregrinos.
Hacia 1336 la iglesia quedó convertida en espacioso templo de estilo mudéjar toledano. El santuario estaba adscrito al curato de Alía, en el arzobispado de Toledo.
Y sigue diciendo nuestro fraile: “La tercera fue la que este rey mandó hacer al cardenal cuando vino a visitar esta iglesia, como dice en su privilegio, y el don Toribio, que estaba en lugar del cardenal, la labró suntuosamente, como es dicho y la engrandeció para que cupiesen las gentes que a ella venían, la cual permanece ahora.“
Alfonso XI mandó señalar los términos del santuario de forma que Guadalupe quedó totalmente emancipada de Talavera.
Toribio Fernández, primero como procurador del cardenal y luego como segundo prior secular, se encargó de esta nueva ampliación del santuario entre los años 1341 y 1367
La iglesia fue ensanchada en sus partes contiguas con nuevas edificaciones, imprimiendo al conjunto un cierto aire de fortaleza y quedando inalterado el perímetro del templo construido hasta 1336, que es el recinto de la iglesia actual.
Y el de Ecija finaliza: “Y después que fue entregada a los frailes de nuestro padre San Jerónimo, el muy reverendo padre fray Fernán Yañez, prosiguió después la obra del monasterio como estaba comenzada y acabó la iglesia”
En el año 1389 llegaron al monasterio 31 monjes de la recién nacida Orden de San Jerónimo, llevando al frente a uno de sus cofundadores, el padre Yáñez, a quien Enrique III quiso para arzobispo de Toledo, sin poderlo recabar de su modestia.
Los monjes Jerónimos gobernaron el monasterio durante más de cuatro siglos (1389-1835). Entre 1835 y 1908 el monasterio pasó a depender de diferentes párrocos y sufrió un enorme deterioro. En 1908 fue entregado a la Orden Franciscana que tuteló su restauración y conservación hasta nuestros días.
La popularidad del santuario llego a su tope durante el tiempo de los grandes descubrimientos de Colón, quien llevaba consigo una réplica de la imagen, como lo hicieron los Conquistadores.
Luego vinieron los años negros. En 1835 la exclaustración terminó con lo poco que dejaron los franceses y poco a poco la inmensa mayoría de los españoles olvidaron a la Virgen de Guadalupe. Su monasterio fue en gran parte destruido; sus riquezas aventadas; sirvió hasta de cuartel…
Alfonso XIII y el Primado de las Españas quisieron reparar tanta ingratitud, coronándola solemnemente en 1928.
La imagen se encuentra detrás del altar principal en un cuarto llamado el Camarín, el cual está ricamente decorado. La decoración va de acuerdo a la reina del santuario, quien está posada en un moderno trono esmaltado que fue diseñado en 1953. Los trajes de Nuestra Señora pueden ser visto en la “Vitrina de la Reliquias”, un cuarto contiguo al santuario.
LAS GRACIAS DE NUESTRA SEÑORA
Sería imposible enumerarlas. Recordemos solamente algunos de los nombres más ilustres y hechos más significativos:
La casa de Trastamara tuvo extraordinaria devoción a la Virgen. Para ayudar a Juan I en la batalla de Aljubarrota se vendió su primer trono. Juan II se buscó entre los monjes del monasterio un consejero, a la muerte del valido don Alvaro de Luna. Doña María de Aragón y Enrique IV (enterrados en el monasterio) tuvieron por confesor al extático padre Cabañuelas, de quien se cuenta uno de los milagros eucarísticos más célebres de España.
La vida de los Reyes Católicos tiene estrechísima relación con Guadalupe. En 1464, teniendo Isabel trece años, se celebra en el santuario su primer concierto matrimonial con el portugués Alfonso V, y el segundo en 1469. Más de veinte veces vino ella al monasterio con diversos motivos, y siempre en busca de la sombra de la Virgen, ordenando por último que su testamento fuese conservado siempre en el monasterio. Yendo a Guadalupe visitó la muerte a su esposo don Fernando, quien ya había sido librado por intercesión de la Virgen del atentado que sufrió en Barcelona el 1492.
Durante el reinado de Fernando e Isabel se realizan dos gestas que van a definir para siempre el perfil y la misión histórica de España en el mundo: la integración nacional y unidad religiosa por la toma de Granada y la conquista y cristianización de América.
Devotamente se encomendó a Nuestra Señora la reina Isabel, mediante las oraciones de los monjes, cuando la guerra de Granada. En Guadalupe se firmaron en 20 de junio de 1488 las cartas reales a Juan de Peñalosa, dándole facultades para que “constriñades a los maestres y gentes dellas (las carabelas) que fueren menester, que vayan con él (Colón) para que las puedan llevar a donde por vos le ha sido mandado”.
Si por la Virgen pudo comenzarse el viaje, por la Virgen se pudo terminar, porque, cuando al regreso les asaltó durísima tempestad en las islas Azores, se encomendaron a Santa María de Guadalupe, prometiendo ir, aquél a quien designare la suerte, a llevarle un grueso cirio a su casa, siendo el mismo almirante el designado para traerlo. Por eso en el segundo viaje puso el nombre de Guadalupe a la primera isla descubierta —Turuqueira— y a los pies de la imagen (29 de julio de 1496) consagró las primicias espirituales del Nuevo Mundo, ya que hizo bautizar a los dos primeros indios que recibieron este sacramento en España.
Si a ello añadimos que los grandes conquistadores de América, nacidos al amparo de la Virgen de Guadalupe en la región extremeña (Pizarro, Cortés, Ovando, etc.) aprendieron desde niños a encomendarse a Ella, no nos extrañará que llevasen su devoción al Nuevo Mundo y acudiesen a Ella en sus momentos difíciles, como hizo señaladamente Cortés, quien, cual prenda de agradecimiento, le envió en una ocasión una hermosa lámpara y un alacrán de oro.
Así encontramos el nombre de la Virgen de Guadalupe extendido por toda la geografía americana, desde el Tepeyac, en Méjico, hasta Lima, pasando por Guápulo (Quito), Potosí, Sucre, Pacasmayo, Ica, Chuquiabo, Misque, Trujillo, Cochabamba y Oruro.
Cuando el último rey de España, Alfonso XIII, le ciñó hermosísima corona, como representante de tantos antecesores suyos en el trono y en la devoción, pudo leerse en ella: Regina Hispaniarum, ora pro nobis (Reina de las Españas, ora por nosotros): reconocimiento de esta atribución suya de realeza sobre toda la Hispanidad.
Porque no fue solamente América, sino todo lugar donde lo español puso su planta. El Gran Capitán, su devotísimo, la llevó por Nápoles, Palermo, Mesina. Ella ayudó a Cisneros en la conquista de Orán y Cisneros, en buena ley de caballería andante a lo divino, le envió 300 cautivos por él libertados para que le dieran gracias, viniendo luego también él para hacerl
o personalmente.
Estuvo presente en Lepanto con don Juan de Austria; con Felipe II en la guerra contra los moriscos de Granada; con don Sebastián de Portugal en la guerra de Marruecos (precisamente fue en Guadalupe donde Felipe II le negó ayuda militar y la mano de su hija Isabel Clara); presidió las negociaciones que llevaron a la unidad ibérica en tiempo de este rey.
La invocó el conde-duque de Olivares en la batalla de Fuenterrabía; Alvarez de Sotomayor en la batalla de Budapest contra los turcos (1686), y le envió su corazón para que yaciera siempre a sus pies; el conde de Alcaudete en las batallas de Temeswar (1716) y de Belgrado (1717). La llevaron a Flandes el duque de Alba e Isabel Clara Eugenia, a Hungría el emperador Fernando; Carlos V a Alemania; a Inglaterra la desgraciada María Tudor. Todo el esplendor de la España de los Austrias, cuyos reyes la visitaron innúmeras veces, le ofrecieron sus mejores exvotos, propagaron su devoción por el mundo. Hasta Polonia, el Congo, Grecia, conocieron y rezaron al Señor por intercesión de la Virgen de Guadalupe; hasta la lejana India a donde la llevaron los portugueses.
Brilló peculiarmente el Poder de Nuestra Señora en la liberación de cautivos, de forma tal que a sus devotos se les daba trato de especial vigilancia en los mercados de esclavos de Berbería, por la presteza con que alcanzaban libertad. Cautivo insigne que supo esto por experiencia fue Miguel de Cervantes, quien vino a ofrecerle sus cadenas después del cautiverio de Argel.
Y fue San Juan de Dios quien escuchó en Guadalupe de labios de la Virgen la orden de consagrarse al cuidado de los enfermos, que eran atendidos, por otra parte, en el monasterio con tanto esmero, que llegaron a ser mundialmente famosas sus escuelas de medicina, donde se practicó por vez primera en Europa la autopsia.
La casa de Borbón, menos afecta al santuario, recibió también muchos beneficios de la Virgen. El monasterio ayudó mucho a Carlos III en la guerra contra Inglaterra; a Carlos IV contra la Revolución Francesa; a Godoy contra Inglaterra. Y cuando la invasión francesa asoló España, el monasterio se volcó exhaustivamente en ayuda de los patriotas empeñando todas las alhajas de la Virgen.
El 4 de noviembre de 1982 el Papa Juan Pablo II veneró esta imagen.Celebró una liturgia de la palabra, y pronunció una homilía sobre el drama y reto humano, social y cristiano de las migraciones.
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