¿VOLVER AL URBANISMO PORFIRIANO?

 

jueves, 29 de mayo de 2014

 

by CiudadanosEnRed

Existe una relación causal directa entre el carácter y ambiente físico de la ciudad y la salud social, las conductas cívicas, la cohesión y vitalidad ciudadanas. La sociedad moderna es una creación física. En buena medida, las ciudades que hemos creado en México durante décadas han propiciado la decadencia cívica y el fin del hombre público. No puede existir una comunidad, ni lazos de confianza y reciprocidad, ni identidad y dignidad ciudadana en una ciudad carcomida, extensa y desarticulada, segregada; donde imperan la exclusión y la reclusión en fraccionamientos bardeados y centros comerciales que ofrecen un grotesco remedo de vida pública urbana. Tampoco, donde la mayor parte los espacios e infraestructuras públicas cae en la degradación, la fealdad, la inmundicia y la ocupación ilegal.

Antiguamente se planeaban barrios con criterios cívicos, históricos, estéticos y culturales. Ahí están los extraordinarios ejemplos de planeación y desarrollo urbano porfiriano en las colonias Santa María la Ribera, San Rafael, Roma y Tabacalera, y otras posteriores; con todo y plazas, parques, comercios, escuelas, transporte (tranvías) y servicios públicos. Todo lo perdimos. Nos entregamos a la minimización de costos, que arroja palomares monotemáticos de viviendas infinitesimales aisladas de la ciudad. Y a la exclusión pretenciosa y de mal gusto en los suburbios, dentro de guetos amurallados para McMansions mexicanas, adscritos a enclaves de oficinas exo-urbanas hacia donde emigran los corporativos que abandonan la ciudad (porque ahí cerca vive el CEO), aunque a los infelices empleados se les imponga un viacrucis infinito de traslados (Santa Fe).

El Estado renunció a hacer ciudad y a crear barrios y comunidades cívicas, dejó todo en manos de manufactureros de vivienda subsidiada masiva y en serie, y de la informalidad. La ignorancia e incapacidad de políticos y funcionarios de espíritu provinciano, un déficit casi total de cultura urbana entre la población, y reminiscencias rurales de utopías bucólicas en el imaginario colectivo, fertilizaron este modelo desde el lado de la demanda. Proyectos exo-urbanos motivados por el esnobismo y el interés, programas de desarrollo urbano locales, así como normas y regulaciones de uso del suelo lo codificaron, permitieron y alentaron. México se enfrascó en una cruzada anti-ciudad, ante la mirada indiferente o impotente del gobierno federal. A éste, sólo le interesó la construcción de casas a granel, e ignoró el imperativo de diseñar y desarrollar verdaderos barrios y comunidades urbanas, donde convivieran productivamente la vivienda socialmente diversificada, comercios, servicios, e incluso industrias, con espacios públicos funcionales, dignos y bellos, que ofrecieran un sentido de pertenencia e integración a la sociedad.

La minimización de costos en la vivienda oficial ha traído consigo no sólo la necrosis del tejido urbano, estrechez extrema, lejanía, dispersión, y neurosis social, sino degradación en la calidad: ductos de plástico, puertas huecas, y paredes de grosor capilar que destruyen la intimidad. La dispersión y lejanía extinguen al peatón y al espacio público, extrapolan los costos de transporte, convierten a los ciudadanos en automovilistas agresivos que compiten por cada metro de asfalto, colapsan la productividad y la vida familiar, elevan el número de coches, reducen el ingreso y aumentan la cartera vencida, además de generar el fenómeno de la vivienda abandonada.

Es urgente una política seria de reconstrucción de ciudades, no de producción en serie de vivienda, ni de multiplicación de espacios para autos: recrear la vida cívica urbana; hacer efectivo el derecho a la ciudad; reconstruir el espacio público para desarrollar ciudadanía, calidad de vida y cohesión social; integrar el tejido urbano sin bardas ni rejas; crecer para arriba, densificar y diversificar; conectar e incluir.

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