EL MUERTO MÁS HERMOSO DEL MUNDO

 


 

 

 

Por Eduardo García Guerrero

Gabito

Siendo la literatura mi mayor afición, y Gabriel García Márquez mi escritor preferido, siempre pensé que, cuando éste muriera, ése sería uno de los días más tristes de mi vida.

Curiosamente no fue así.

Este pasado jueves de Semana Mayor, cuando me enteré por los diarios que había muerto mi más admirado novelista, me tomé la noticia con bastante calma, tanta, que me sorprendí a mí mismo con mi actitud. Tuvieron que pasar varios días, tras su deceso, para que empezara yo a comprender mi inesperado comportamiento.

Es que, para empezar, –y perdónenme la cita- la muerte de García Márquez fue una muerte anunciada, y eso nos preparó para soportar un poco mejor su partida.

Además, 87 años no son pocos, y vivirlos a intensidad, como él lo hizo, los hacen más plenos. El pensar en esa plenitud, se convierte en un paliativo para quienes nos quedamos acá abajo, batallando con la vida.

Escribió lo que quiso y como él lo quiso y, para su fortuna, encontró que lo que él quería escribir, era lo que todos nosotros queríamos leer.

Formó una bonita familia y cultivó una pléyade de amigos, desparramados por el mundo, ése mundo que lo colmó de honores y de atenciones y que le dio los más altos premios a que puede aspirar un escritor. Y cuando hablo de premios, no me refiero al Nobel o al Cervantes, no señor, ésos no eran los galardones que García Márquez más apreciaba y guardaba dentro de su corazón. La admiración de la sencilla gente del pueblo, y el hecho de que sus escritos fueran conocidos hasta por el más humilde de los habitantes del mundo de habla hispana, eran para él la recompensa máxima a sus afanes literarios.

En alguna ocasión, después de pasar una tarde entera seguido por sus admiradores, que se esforzaban por darle un abrazo, estrechar su mano o sencillamente tocar la tela de su guayabera, don Gabriel, con esa sencillez apabullante que lo caracterizaba, le preguntó a su esposa Mercedes; ¿Por qué me quiere tanto la gente?.

¡Ah que don Gabriel éste!, ¿pues que no se acordó usted entonces de lo que le respondió a un entrevistador, cuando le preguntó porqué escribía, y usted le contestó; para que me quieran más mis amigos? Pues déjeme decirle, dondequiera que se encuentre, que sus propósitos los alcanzó con creces, pues no nada más logró que lo quisieron más sus amigos sino que, además, consiguió que todos los que lo leemos, nos convirtiéramos también en sus amigos, creando un virtuoso círculo literario al que todo mundo quiere pertenecer.

Como la mayoría de sus seguidores, aproveché los días de asueto de la Semana Mayor para leer uno de sus libros, sumándome a ese homenaje silencioso y multitudinario que don Gabriel debe haber visto con gran alegría dondequiera que se encuentre ahora. Escogí para este tributo particular el primer libro de él que tuve en mis manos. Es un ejemplar de una recopilación de cuentos que lleva por título La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada. Este ejemplar en particular me lo regaló un gran amigo, por allá en 1972. Nunca terminaré de agradecerle por ese valioso regalo, con el que me contagió el virus garciamarquiano que corre cada vez más fuerte por mi sangre.

Uno de los cuentos que más me gustan de esta colección se llama El ahogado más hermoso del mundo, y en él nos narra las peripecias de un ahogado, cuyo cadáver aparece de repente en la playa de un pueblo sin nombre, asombrando a sus habitantes por su enorme estatura y su altiva belleza. Las mujeres del pueblo terminan enamorándose del cadáver, al que nombran como Esteban, y le comienzan a preparar un funeral como nunca se había visto en el humilde poblado. Los hombres, primero recelosos y después también atrapados por la magia del bello ahogado, terminan sumándose a las exequias y, como requisito preventivo, recorren los pueblos cercanos para investigar la identidad del muerto. Cuando regresan con la noticia de que el ahogado no era de ninguna población vecina, estallan todos en júbilo, proclamando entonces que el muerto era de ellos.

En una fastuosa procesión llena de flores, llevan el cuerpo a un acantilado, desde donde lo tiran al mar, el que se convierte otra vez en su sepulcro. En ese trayecto, al ir recorriendo el pueblo y comparándolo contra la belleza del ahogado, sus habitantes se dan cuenta de su aridez y desolación, todo debido a la estrechez de sus sueños.

Después de eso, nada volvió a ser igual en el pueblo sin nombre; sus habitantes empezaron a hermosearlo y a plantar enormes jardines de flores, cuyo aroma era sentido desde altamar por los barcos de pasajeros.

Ahora, los capitanes de los cruceros, al pasar por ese punto de la costa, se dirigían a los pasajeros para narrarles la belleza de ese lugar que una vez fuera feo y que ahora se había convertido en un vergel oloroso a lirios, y remataban su discurso diciéndoles… es el pueblo de Esteban.

Una vez que terminé de leer el cuento, sentí la conocida sensación que me asedia cada vez que descubro el hilo conductor de un nuevo relato, ese hilo que bailotea tercamente en mis pensamientos y en mis sueños y no me deja en paz, hasta que me siento ante mi computadora y empiezo a entretejerlo con otros hilos, para someter su empecinamiento.

¿Por qué fue que Gabriel García Márquez decidió quedarse a vivir en México?

Pudiendo vivir en España, o en cualquier otra nación latinoamericana, terminó sus días pacíficamente en nuestro país.

Yo creo que, así como Esteban no decidió en que playa lo depositarían las olas, así fue como a Gabriel García Márquez lo llevaron los acontecimientos a nuestra tierra. Y así como los habitantes de aquel pueblo sin nombre adoptaron a Esteban como suyo, así los mexicanos adoptamos a García Márquez y lo hicimos nuestro para siempre.

De alguna manera, la belleza del alma de Gabriel García Márquez ensanchó nuestros sueños y, desde su llegada a México, nuestro país empezó a ser más bello de lo que ya era.

Por eso, la próxima vez que me toque visitar la Ciudad de México, cuando el avión sobrevuele a ese pueblo magnificado que es nuestra capital, me voltearé a mi compañero de asiento y le diré…Es el pueblo de Gabriel.

Comentarios

Entradas populares