CUARTA SEMANA DE CUARESMA


Lunes 31 de Marzo 2014

 

La Cuaresma

 


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4º Semana de Cuaresma (Juan 4, 43-54)

«Entonces vino de nuevo a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaún, el cual, al oír que Jesús venía de Judea hacia Galilea, se acercó a él y le rogaba que bajase y curara a su hijo, pues estaba muriéndose. Jesús le dijo: Si no veis signos y prodigios, no creéis. Le respondió el funcionario real: Señor baja antes de que se muera mi hijo. Jesús le contestó: Vete, tu hijo vive. Aquel hombre creyó en la palabra que Jesús le dijo y se marchó. Mientras bajaba, sus siervos le salieron a su encuentro diciendo que su hijo vivía. Les preguntó la hora en que empezó a mejorar Le respondieron: Ayer a la hora séptima le dejó la fiebre. Entonces el padre cayó en la cuenta de que aquélla era la hora en que Jesús le había dicho: Tu hijo vive. Y creyó él y toda su casa.» (Juan 4, 43-54)

1º. Jesús, cuántas veces te quejas de la incredulidad de aquella gente: «Si no veis signos y prodigios, no creéis.»

Y, aun viendo los milagros, no quieren reconocerte como quien eres: el Hijo de Dios.

Por eso les tienes que decir: «Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, creed en las obras, aunque no me creáis a mí, para que conozcáis y sepáis que el Padre está en mí y yo en el Padre». (Juan 10,37-38).

Jesús, es fácil creer cuando se ve un milagro tan patente.

Con la curación del muchacho, «creyó él y toda su cosa»

Pero no es esta fe la que produjo el milagro.

No es la fe posterior a la curación, sino la fe anterior en tu palabra: «Aquel hombre creyó en la palabra que Jesús le dijo y se marchó.»

Entonces se produjo el milagro.

Jesús, dame más fe.

Que crea realmente que Tú eres Dios, y que tu Palabra es la Verdad, porque no puedes engañarte ni engañarme.

Y que, fiado de tu palabra, me decida a seguirte más de cerca; porque Tú sólo buscas lo mejor para mi, lo que me va a hacer más feliz.

Pero he de creer «antes», y demostrarlo con hechos -oración, trabajo, servicio- para enamorarme de Ti y afianzarme en la fe.

No vale decir: haré más cuando lo sienta, o cuando vea los resultados.

Aquel hombre de Cafarnaún caminó todo un día para pedirte el milagro.

No se quedó esperando hasta que pasaras por su casa. Eso es fe.

2º. «Dios es el de siempre. -Hombres de fe hacen falta: y se renovarán los prodigios que leemos en la Santa Escritura.

-»Ecce non est abbreviata manus Domini» -¡El brazo de Dios, su poder no se ha empequeñecido!(Camino.-586).

Jesús, Tú eres el de siempre.

Sólo necesitas que yo corresponda con fe y con generosidad, y se renovarán los prodigios.

No se trata necesariamente de esos milagros de los primeros tiempos, curaciones portentosas para confirmar la fe de la Iglesia naciente.

Esos milagros «fueron precisos al principio para confirmar con ellos la fe. Pero, una vez que la fe de la Iglesia está confirmada, los milagros no son necesarios» (San Jerónimo).

Aunque se den algunas curaciones milagrosas, son casos excepcionales, entre otras cosas porque Tú nos has enseñado que la enfermedad no es un mal.

El único verdadero mal es el pecado, y por eso, los milagros más necesarios son los espirituales: las conversiones interiores.

Si a veces no veo más milagros espirituales, si a veces no soy capaz de atraer a la vida cristiana ni a los de mi propia casa, es porque me falta fe.

Hombres de fe hacen falta.

Hombres y mujeres como Pablo, o como la Magdalena.

Y el mundo volverá a ser cristiano, con una mayor madurez y con una extensión como nunca en la historia.

«Aquel hombre creyó en la palabra que Jesús le dijo.»

Jesús, que crea más en tu palabra; que sea uno de esos hombres de fe que necesitas.

Ayúdame; aumenta mi fe, mi esperanza, mi amor a Ti.

Refuerza mi fe en tu presencia real en la Eucaristía; en tu acción a través de los sacramentos, especialmente el de la Confesión; en tu Iglesia.

Incrementa mi esperanza en la vida eterna, que he de luchar por alcanzar para mí y para los que me rodean.

Enciéndeme de amor a Ti, para que crezca también mi amor a los demás.

Esta meditación está tomada de:
"Una cita con Dios" de Pablo Cardona.
Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona

Meditaciones



El fariseo y el publicano

I. Muchos pasajes del Evangelio muestran a Jesús que se retiraba y quedaba a solas para orar. Era una actitud habitual del Señor, especialmente en los momentos más importantes de su ministerio público. ¡Cómo nos ayuda contemplarlo! La oración es indispensable para nosotros, porque si dejamos el trato con Dios, nuestra vida espiritual languidece poco a poco. En cambio, la oración nos une a Dios, quien nos dice: Sin Mí, no podéis hacer nada (Juan 15, 5). Conviene orar perseverantemente (Lucas 18, 1), sin desfallecer nunca. Hemos de hablar con Él y tratarle mucho, con insistencia, en todas las circunstancias de nuestra vida, sabiendo que verdaderamente Él nos ve y nos oye. Además, ahora, durante este tiempo de Cuaresma, vamos con Jesucristo camino de la Cruz, y "sin oración, ¡qué difícil es acompañarle!" (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino). Quizá sea la necesidad de la oración, junto con la de vivir la caridad, uno de los puntos en los que el Señor insistió más veces en su predicación.

II. En la oración personal se habla con Dios como en la conversación que se tiene con un amigo, sabiéndolo presente, siempre atento a lo que decimos, oyéndonos y contestando. Es en esta conversación íntima, como la que ahora intentamos mantener con Dios, donde abrimos nuestra alma al Señor, para adorar, dar gracias, pedirle ayuda, para profundizar en las enseñanzas divinas. Nunca puede ser una plegaria anónima, impersonal, perdida entre los demás, porque Dios, que ha redimido a cada hombre, desea mantener un diálogo con cada uno de ellos: un diálogo de una persona concreta con su Padre Dios. "Me has escrito: "orar es hablar con Dios. Pero ¿de qué? -¿De qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias... ¡flaquezas! : y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y conocerte: ¡tratarse!"

III. Hemos de poner los medios para hacer nuestra oración con recogimiento, luchando con decisión contra las distracciones, mortificando la imaginación y la memoria. En el lugar más adecuado según nuestras circunstancias; siempre que sea posible, ante el Señor en el Sagrario. Nuestro Ángel Custodio nos ayudará; lo importante es no querer estar distraídos y no estarlo voluntariamente. Acudamos a la Virgen que pasó largas horas mirando a Jesús, hablando con Él, tratándole con sencillez y veneración. Ella nos enseñará a hablar con Jesús.

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