AMAR A DIOS A TRAVES DE LA RECONCILIACIÓN

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POR LA VERDAD Y LA CONFIANZA

 

Dra. Zaida Alicia Lladó castillo

Cuando alguien necesita una reconciliación con otra persona, es porque existió previamente un rompimiento, porque se tuvo un motivo justificado o injustificado para deshacer lo que se había construido antes: afecto, amistad, amor, respeto, compañía, apoyo, comprensión, etc.

A veces los seres humanos, nos empeñamos en ser siempre los mismos, es decir, en aceptar sólo lo que es bueno o malo para sí, sin ubicarnos en el hecho de que en este mundo, no se está solo y se tiene que tomar en cuenta la forma de pensar y proceder de las personas que existen a alrededor; mismas, a las que se hiere en forma voluntaria o involuntaria, con malas, descuidadas e inoportunas acciones u omisiones y que al no tomar en cuenta su existencia, les faltamos el respeto.

Y lo hacemos en la familia, con nuestros hijos, hermanos, padres, pareja, etc., o en la vida social con nuestros compañeros de trabajo, amistades o con quienes convivimos en comunidad, etc. Estos, reciben nuestros desplantes y malos modos de nuestra forma egoísta de actuar y ello, cuando llega a los niveles extremos, provoca distanciamientos e incluso rompimientos en la relación.

Y cuando sucede, en ocasiones nos arrepentimos y llegamos a pedir perdón; pero, cuando nos gana la soberbia y no aceptamos el error, ni tratamos de corregir o reconstruir lo dañado y la dejamos correr, puede suceder que la relación se deteriore o culmine en un rompimiento definitivo.

Y ¿es justo perder un buen amigo por esas diferencias? ¿Romper una relación de amor por egoísmos personales? ¿Perder la comunicación con un hijo, por no cambiar de actitud? ¿Por qué no buscar la reconciliación? ¿Cómo hacerlo?

Bueno pues, en esta Semana Santa—y yo diría que todos los días de nuestra vida--, en especial para los que profesamos la religión católica, la iglesia nos invita a hacer un espacio de autoanálisis y buscar el sentido de la reconciliación. Y lo primero que pide es que te reconcilies consigo mismo:

Al respecto la Biblia nos dice: “Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo, por Cristo... Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, y envió a su hijo Jesús, para que con su sufrimiento fueran perdonados nuestros pecados” (Corintios 5:18:19)

Es decir: el propio Jesús perdonó a los que lo sacrificaron y con ello, fue el primero en demostrar la reconciliación con sus enemigos. Cuando Cristo murió en la Cruz, él satisfizo el juicio de Dios e hizo posible que los enemigos de Dios encontraran la paz con Él. (Juan: 15:15)

Por lo tanto, tratando de aplicar ello en nuestro actuar cotidiano, comprende hacer el mismo ejercicio que Jesús hizo con los que lo sacrificaron: con su dolor--ofrecido como una forma de redención a Dios--, salvó y perdonó a todos los pecadores.

Entonces, para lograr la reconciliación se empieza con el perdón hacia nosotros mismos, haciendo un análisis honesto de: nuestras actuaciones, aceptando nuestros defectos, nuestras limitaciones, nuestros vicios, nuestras enfermedades físicas y emocionales; aceptando en suma que no somos perfectos y que para perdonar hay que primero aceptar la imperfección individual y cambiar para ser mejores; pero también ser prudentes en la comprensión de los demás, eliminando lo malo, lo que nos ha provocado problemas y con ello pedir perdón a Dios…para poder estar en la mejor disposición de pedir perdón también a quienes hemos ofendido o dañado con nuestros actos intencionales o no intencionales.

Por eso, cuando dos viejos amigos resuelven sus diferencias y restauran su relación, o cuando los esposos se vuelven a acercar y tratan de limar sus diferencias hablando con la verdad, respeto y llegan a acuerdos, ha ocurrido la reconciliación y…en ese proceso está presente Dios. Pero si por el contrario, no se logra el auto-perdón previo a la búsqueda de la reconciliación, se corre el riesgo de volver a reaccionar con obstinación, repetir los errores y volver a dañar el vínculo. Es decir, no hubo la disposición de reconocer los errores y por lo tanto, no habrá interés de cambiar o de lograr entender a los demás. Si no hay arrepentimiento mutuo, no hay reconciliación.

Luego entonces cuando se razona realmente el resultado del sacrificio de Jesús, nos lleva a entender por qué nuestra relación puede cambiar de enemistad a amistad con él. Y eso es maravilloso, porque si nos congraciamos, podremos alimentar nuestras relaciones con mejores elementos, con mayor fortaleza moral, emocional y física y con ello, optar por llevar una mejor vida donde valoremos: el amor, la comprensión, la paz y armonía hacia el interior y exterior. Y si lo logramos, creo que será el mejor regalo que la vida nos puede dar.

Y esto no es sólo misticismo, también lo he observado en la realidad. Y pongo como ejemplo lo que sucede en los funerales. Cuando una persona poderosa se va de este mundo, a veces los vivos tratan de suplir con lujos lo que no pudo dar el fallecido en vida. De nada sirve que velen a una persona en una bella capilla, con miles de flores y que le pongan el mejor y más costoso ataúd, si el valor de su existencia sólo se mide por el oropel, el poder o el dinero. Yo he despedido a amigos: con un funeral modesto en su casa, con la gente que tiene que estar, contando con el afecto de quienes lo extrañarán por su bondad, sapiencia y humildad y que lo recordarán para siempre, y ello hablará de lo que fue y dio en vida. Y esa es la mejor herencia para su familia y descendencia.

Por eso, es bueno tomarse este espacio para liberar lo que llevamos dentro y desechar todo aquello que nos hace ciegos, para dar entrada a la virtud del arrepentimiento y de la reconciliación a tiempo y eso permita emprende una nueva vida.

Les deseo que pasen una Semana Santa con mucha paz junto a sus seres queridos.

Gracias y hasta la próxima.

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