CONTRA LA INSEGURIDAD Y LA ANGUSTIA:DESCANSO, HOGAR, AMOR
Es necesario tener lugares a los que poder volver porque si no, la angustia se apodera del alma
Padre Carlos Padilla
Vinogradov Illya
Tener una autoestima alta nos capacita para la vida, para el amor, para vivir plenamente. Nos ayuda a ser felices sin compararnos, sin querer ser como otros, sin pretender ser lo que no somos. Nos permite así poseernos a nosotros mismos, sin miedo a la vida y a sus cambios.
Pero a veces nos damos cuenta de lo difícil que es. Tenemos miedo, no nos aceptamos como somos, buscamos reconocimiento. Como dice una canción: « ¿Cómo ser yo mismo sin más pretensiones, sin buscar elogios, sin querer la gloria? ¿Cómo ser valiente sin miedo a la vida? ¿Cómo hacer que todo en mí tenga sentido?».
Queremos una autoestima alta que nos ayude a caminar confiados, anclados en otros corazones y en lugares concretos. Soñamos con ser capaces de mantenernos firmes en medio de la inseguridad de este mundo. Es un gran reto, porque hoy, cada vez más, el hombre se siente inseguro, sufre en su inestabilidad en el alma y no logra ser dueño de su propia vida.
¿Por qué no es posible? Ya no recordamos que un día, el de nuestro bautismo, Dios pronunció un «Sí, quiero» sobre nuestra vida. Olvidamos su voz, nos sentimos desarraigados, no amados de forma incondicional. Nos sentimos vulnerables, frágiles, en este mundo inseguro, cambiante.
La carencia de amor en el alma genera una experiencia constante de descobijamiento existencial. Como decía el Padre José Kentenich: «El hombre de hoy ya no está vinculado a un nido; siente la necesidad instintiva de tener un nido, pero ya no lo tiene. De ahí su desamparo, su carencia de cobijamiento»[1].
Es nuestra misma experiencia, hoy abundan las personas desenraizadas, sin hogar, que viven inseguras y con angustia en este mundo tan exigente. Tal vez nosotros también estamos desarraigados. ¿Dónde tengo anclado yo mi corazón? ¿Dónde están mis raíces?
Siempre recuerdo un ejercicio que hicimos al comenzar el noviciado. Consistía en aprender a meditar y para ello nos concentrábamos y pensábamos en un lugar al que pudiéramos peregrinar espiritualmente, en nuestra mente, en el corazón. Había que pensar en un lugar que estuviera bien grabado en la memoria del alma. Un lugar de la infancia, un paisaje querido, con rostros concretos, con historias urdidas con amor en el alma.
Pensaba que a todos nos viene bien hacer ese ejercicio de vez en cuando. Hay lugares en los que descansamos, en los que somos nosotros mismos, en los que recobramos la paz perdida y podemos volver a levantarnos sin miedo.
Lo triste es que hay muchas personas que no tienen lugares en los que descansar, porque han perdido sus raíces. Decía el Padre José Kentenich: «El núcleo del problema pedagógico es la falta de hogar. La educación consistirá en acoger, en cultivar el hogar. El desarraigo, debe ser complementado y debe desembocar en la reconquista del hogar, del terruño, del amor al hogar»[2].
Es necesario recuperar nuestro hogar, tener lugares a los que poder volver. Porque si no lo hacemos, la angustia se apodera del alma, penetra hasta lo más profundo de nuestro ser, y nos hace perder la confianza en nosotros mismos.
Es por eso que el hombre busca desesperadamente ocasiones en las que demostrar cuánto vale. Lugares y personas en los que ser aceptado y reconocido.
Quisiera poder ser como es, con autenticidad, sin tener que demostrarle nada a nadie, pero raras veces lo logra. Por eso busca enfermizamente conseguir la aceptación de aquellos a los que ama, la aceptación de todos para poder ser feliz. Busca un hogar, un lugar de descanso, un espacio abierto en el que poder ser él mismo sin miedo al rechazo, sin tener que demostrar nada.
Nuestra naturaleza humana está herida en lo más profundo por la falta de amor, de aceptación, de hogar
Falta descanso en el alma que vaga por la vida sin anclajes seguros, huyendo sin encontrar, buscando sin detenerse.
Queremos aprender a descansar en Dios y en los hombres. Buscamos un hogar en el que poder dejar lo que nos inquieta y preocupa, un hogar en el que vivir de verdad.
María Inmaculada refleja ese hombre auténtico y arraigado con el que Dios ha soñado. Ella, cobijada en su Padre, arraigada en el corazón de Dios, camina segura. En Ella vence la gracia. Se hace fuerte la naturaleza.
Es verdad que nosotros, que sí pecamos, nos sentimos a veces lejos de ese amor de Dios. Sabemos que la confianza que recibimos de Dios es un don, una gracia.
María vivió siempre anclada y cobijada en Dios, siempre en paz. Ella descansaba en el amor profundo que Dios le había entregado: «Bendita tú, llena de gracia».
María se supo amada y aprendió a confiar. Supo que Dios la había amado desde la eternidad y se dejó hacer por su amor. Decía el Padre Kentenich: «En la Inmaculada se pone de manifiesto el triunfo de la gracia sobre lo puramente natural. No ha sido afectada por el poder del demonio. Vencedora de los instintos, vencedora de la naturaleza. Victoriosa por la gracia. En María Dios no ha fracasado. Cobra forma y figura el ser humano tal como Dios lo ha pensado y planteado desde toda la eternidad»[3].
Añadía el Padre Kentenich: «Nosotros, los que vivimos en el mundo, necesitamos santos canonizados. Que se haga realidad la imagen del ser humano pleno que se nos representa en María. ¿Y cuándo se hará realidad? No sólo cuando luchemos y aspiremos a ello; porque sentimos que a veces nuestra alma está fatigada, que no tenemos fuerzas para seguir adelante. Entonces tiene que pronunciarse la palabra que obra el milagro, la transformación: ¡Fiat! Esperamos y creemos con confianza y victoriosidad que Dios ha pronunciado esa palabra»[4].
Sólo así es posible vivir sin agobios, poniendo cada cosa en su lugar. Cuando escuchamos de nuevo en el corazón esa palabra que lo cambia todo: Fiat. Y entonces nos dejamos hacer por Dios.
[1] J. Kentenich, Niños ante Dios, 244
[2] J. Kentenich, Que surja el hombre nuevo.
[3] J. Kentenich, Kentenich Reader, Tomo III, Texto tomado semana de acción de gracias, crónica 1939-45
[4] J. Kentenich, Kentenich Reader Tomo III, Texto tomado semana de acción de gracias, crónica 1939-45
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