AQUEL LOQUITO DEL PUEBLO
Por Víctor Manuel Estupiñán Munguía*
“En el reino de la imaginación absoluta se es joven muy tarde. Hay que perder el paraíso terrenal para vivir verdaderamente en él, para vivirlo en la realidad de sus imágenes, en la sublimación absoluta que trasciende toda pasión.”
“La fenomenología del ensueño puede despejar el complejo de memoria y de imaginación. Se hace necesariamente sensible a las diferenciaciones del símbolo...
Y los recuerdos se afinan. La casa onírica asume en el ensueño una extraordinaria sensibilidad.”
Gastón Bachelard, “La Poética Del Espacio”,1992:64,57
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Así como todo pueblo tiene sus perros, gallos, ríos, cielo, lunas, soles, árboles, polvos y, panteones; así mismo posee sus loquitos. Ningún pueblo es tal, si faltan ellos; unos pueblos tienen loquitos de más y, en cambio, en otros se juntan.
Serían pueblos a medias, pueblo o ciudades inconclusas, mutiladas, sin asombros de sus ocurrencias, como quien dice, pueblos des-alocados.
Para nuestra suerte, mi pueblo de adobe tenía algunos, eran los grandes personajes que le daban vida de más a la cotidianidad, de aquellos días que no volverán.
Sin embargo, hoy no hablaré del “Teguas locas”, ni del “Descalzo de Guadalupe”, tampoco de la “María loca”, que me merecen todo el respeto del mundo; sino que hablaré de uno que los supera a todos ellos. Seguramente que algunos, sin tentarse el corazón lo clasificarían como “el más loco de los locos”, es decir, como esquizofrénico.
La verdad es que es un personaje que seguramente aun visita a mi pueblo de adobe. Por cierto, anda “para arriba y para abajo”, como muchos “locos del montón”, pero a diferencia es que tienen un corazón y, una sangre muy liviana. Demasiada liviana y, transparente, aunque le gusta colarse a todos lados.
Le gusta visitar ciudades y recorrer asoleadamente, todos los caminos posibles. Cualquiera diría que es un ánima en pena. En cambio, mi madre decía que era sólo una pena que silbaba su alma.
“Loco loco”, pero vuelve al pueblo de adobe como relojito que no le falta cuerda. Y, quizá por ello, no se puede retrasar por ningún motivo cuerdo. Dicen y, se comenta por la gente, que su locura es de tal magnitud, que le alcanza para darle la vuelta al mundo.
En lo personal, puedo decir que fueron muchas las veces que lo vi llegar al pueblo. A veces caminando, otras, corriendo agotadoramente como “todo un loco de verdad”, con su entera y alocada pasión a cuestas.
Es un loquito testarudo como hay muchos. La vista de cualquiera del pueblo, casi siempre que se estiraba, seguro que se topaba con alguno. A este, parecía que le dictaban de “arriba”, de que hiciera daño.
Y efectivamente, “ni lento ni perezoso”, había ocasiones que empezaba su descarriada tarea sin parar. Desde que la noche dormía en mi pueblo “a pierna suelta” y, “a ronquido libre”, hasta, ya muy avanzada la mañana del día siguiente y, siguiente…
Su locura era tan peculiar, que se realizaba felizmente ejecutando daños posibles y, a veces, hasta imposibles. Lo que más le gustaba era jugar con tierra, basura y papeles inmundos.
También le encantaba hacer daños en las casas, ya sea cortando ramas y jalando las hojas de los árboles. Lo vi en muchas ocasiones, cuando iba corriendo por las calles libremente; jalaba y tiraba los botes de basura, en un franco afán loco de hacer daño y, molestar a todas las familias.
Indistintamente golpeaba los vidrios de las ventanas y de las puertas. Las azotaba para luego salir corriendo de las posibles miradas que lo seguían sin ser visto de cuerpo entero y, que irremediablemente reprobaban su actuación de delincuente juvenil; a veces, de adulto por sus obras malditas.
Muchas veces lo vi realizar maldades a diestra y siniestra. Era un loco descarado, por ello, se jactaba resumbonamente de ser un loco completo.
Sin embargo, todos los del pueblo opinaban que “le faltaba una tuerca” y, también un tornillo.
Sin embargo, yo pensaba de distinta manera. Que lo único que tenía, era precisamente, tan sólo un tornillo y una tuerca. Su “ventolera” era de lo más común y corriente; pero aún así, ningún otro loco se le aproximaba a su añejada locura milenaria.
No tenía cara para nadie, sólo el carácter neurótico de un loco ligero y, muy seguro de su profesión reprobable, socialmente hablando.
Cuando le entraba “la ventolera”, nadie lo podía parar. Gritaba, silbaba, y hasta aullaba, como espíritu chocarrero.
Su fuerza convulsiva y sus agitadas ráfaga al respirar, lo trasformaban de un loquito, a un verdadero locuaz. Sacaba fuerzas quien sabe de dónde, para agitar, aullar y, a veces hasta gritar con su pecho desarraigado y, su constante caminar sin rumbo fijo.
Lo hubieran visto, pobre loquito, su locura no tenía cura. Ni su caminar meta alguna que no fuera sólo “la ventolera” de su locura. Tenía una profunda fijación de niño, puesto que su debilidad era andar volando cometas o “papalotes”.
Sin embargo, también le encantaba andarle arrojando tierra a los ojos a perros, gatos, vacas, caballos y, a todo animal que se le atravesara.
Su comportamiento era tan similar cada vez que llegaba al pueblo de casas de adobes, que se podía predecir que era un loco que no descansaba. Muchas veces lo vi cuando les lanzaba malcriadamente tierra a los ojos de los niños y, también a los de los adultos. Era una conducta reiterada, de aquel loco “de remate”.
Sin embargo, no lo podían encerrar en la cárcel; a riesgo de que el que lo encerrara fuera señalado de más loco que él.
También le gustaba mucho subirles las faldas a las mujeres y niñas, para inmediatamente correr muy ligero, perdiéndose en las calles del pueblo. Es por esto, que era un loquito muy descarado, con pies ligeros y cara fugaz.
Era todo un loco impúdico. A veces se paseaba por todo el pueblo y, como si nada, andaba suelto con su locura a cuestas y, su cuerpo totalmente desnudo.
Era un loco pepenador de tierras, hurgaba en las basuras, le gustaba jugar con las bolsas y los papeles, le gustaba aspirar los olores fétidos, llevándoselos untados a su cuerpo.
Otras veces andaba “bichi” o, se tapaba con papel periódico la cabeza o los pies. Era un loquito de verdad muy loco. Su locura se le bajaba o se le subía, según su agitado corazón errante.
Su cuerpo era sucio y lleno de tierra, casi nunca lo vi totalmente limpio. Sólo cuando llovía se bañaba y se limpiaba.
Era un cuerpo grande con conducta de niño loco. Se restregaba cualquier inmundicia, le daba lo mismo masticar hilachas, pañales y papeles sucios. Así aguantaba aquellos días de mucho frío, sin ropa ni cobijas. Sólo lo acompañaba su inseparable y fiel locura.
Muchas veces en el invierno, lo vi con sus ojos húmedos, desorbitados, a través de los anteojos de mi casa.
A veces portaba una conducta calma, en otras, con lástima de hastío; nadie lo deseaba alojar. Este gran personaje que comúnmente rondaba, así como llegaba, así mismo se iba, perdiéndose en el reloj del cuerpo del silencio y, en la muñeca de la nada.
Una vez que lo espiaba, me levanté temprano para observarlo por la arena cristalizada de mi casa y, sin querer logré escuchar cuando en el patio el toronjo le dijo al naranjo, que tenía que crear naranjas grandes, dulces y jugosas para sus dueños. Con plática muy amena le siguió diciendo: “para lograrlo tienes que ser sensible al amor que aquí existe, mira, cuando la luna llegue a este patio de ternura y la observes bañándose, no la interrumpas. Obsérvala cuando con tanto amor, toma su ducha en la tina de la noche.
Es un verdadero espectáculo verla enjabonarse y hacer tanta espuma, con su champú, que llena de burbujas diamantadas el cielo entero.
También cuando el sol te alumbre tenuemente, no te voltees para otro lado y te hagas el disimulado, sino mejor relájate y deja que sus caricias recorran y se vayan filtrando por todo tu verde cuerpo.
Deja que lleguen hasta donde puedan y, quieran llegar. Ve recogiendo en cada hoja sus tibios pellizcos dorados, de monarca travieso.
A las estrellas, sonríeles con cada una de tus hojas. Esto no falla para que te contesten con bendiciones y, te recomienden ampliamente con el poder supremo, para que reconviertas el agua en dulces naranjas.
También observe cuando los árboles platicaban entre ellos en sana armonía, en esa ocasión, interlocutores madrugadores eran los pájaros que le revoloteaban sus verdes cabezas y, las luciérnagas le disparaban piropos escritos con haces de luz.
Todos eran árboles bien plantados e, intencionados y, muy responsables. Puesto que el amor que respiraban a diario en aquella casa de adobe, lo transformaban en un caudal de fruta bien reportada y, con sabor a jugo de vida gloriosa.
Continuando con el loquito de mi pueblo, cuando por fin se cansaba de recorrer una y otra vez el pueblo entero y, se ponía a juntar cajas, botes y bolsas para marcharse, todos nos poníamos muy contentos y alegres. Eso sucedía casi a los dos meses de estancia.
Por fin había llegado aquel día en que nos libraríamos de aquel loquito tan loco y, de su mal ejemplo social. Seguramente que el pueblo estaría con su ausencia más limpio, ordenado y libre por un año, de aquel loquito cochino, pesado y sangrón.
En muchas ocasiones, aun cuando era un niño, nos veía jugar a los trompos, baleros, yo-yos, canicas y pelota. De alguna forma, con su sola presencia nos pedía que le dejáramos también a él jugar.
La verdad es que era un loquito que no sabía respetar a nadie. Ya que de repente, cuando menos lo pensábamos, nos arrojaba tierra en la cara y en la ropa; basura en los ojos y, a veces hasta nos jaloneaba la ropa.
Por ello, cuando lo divisábamos a tiempo, corríamos a escondernos y cubrirnos de él. Sólo salíamos cuando se retiraba o se calmaba de su loca pasión de siempre. Parecía un caballo desembocado.
A todos los del pueblo les caía muy mal. Incluso, las beatas se expresaban muy mal de él. Y el párroco renegaba y sostenía que lo tenía muy aborrecido.
Decían que era una obra de Satanás. Que era su engendro preferido y, que lo enviaba por delante, para luego así provocar que la gente dijera herejías.
Recuerdo muy bien que fueron varias las veces que me tocó verlo entrar de repente a la iglesia y, en plena misa apagar todas las velas, tirar los candelabros y, hasta cerrarle el misal al padre. Es más, recuerdo cuando le jaloneo la sotana delante de todos y, sin poder hacer nada, más que esperar a que solito se fuera. Ya de retirada se llevaba el incienso y la fragancia de las flores del altar, masticándolo entre sus resoplidos.
Con todas esas anti-conductas sociales, era un loquito que estaba condenado a no tener ningún amigo, ni chicos ni grandes. Tenía la sangre fría, sin embargo, su humor no era pesado, más bien liviano, corredor y, hasta trasparente.
Estoy seguro que los que más lo odiaban eran las señoras ya grandes y las abuelitas gruñonas. Es decir, aquellas que eran muy amorosas y tiernas de corazón, precisamente eran ellas las que más lo odiaban y, “no lo tragaban”, pese a que tenían años y, más años lidiándolo.
Les faltaban palabras arrabaleras, puesto que lo maldecían a cada rato y con justa razón, puesto que era un loco desalmado y cuya “ventolera”, cuando le entraba su “ton y su son”, parecía interminable.
Aquel loquito no tenía alma, ni cara, ni nalgas, pero sí sexo masculino.
Cuando tenía dos o tres años, me enteré que aquel loquito tenía nombre y familia.
Así, aquel loquito a pesar de presentarse como huérfano, ¡quién lo hubiera pensado! Tenía quien le llorara. Su familia también era muy especial.
Su padre, seguramente cuando ya no lo aguantaba, lo echaba a la calle desentendiéndose de él por dos meses cuando menos.
Tiene un padre y una madre muy posesiva y, 10 hermanos más. Su madre es “una tal por cual”, que le dicen “vida” y, a su padre “año”.
Por cierto, recientemente me han comunicado que todavía hace de las suyas, allá, en las calles anchas, angostas, callejones y, baldíos de aquel pueblo de tierra; recibiéndolo irremediablemente.
Por fin, había descubierto que en nuestro pueblo de casas de adobe se llamaba: “enero loco” y, luego, le gustaba que le dijeran “febrero otro poco”.
También pude averiguar que a veces la gente le apodaba “El viento de enero”, en otras, “El Chiflón”...
* Víctor M. Estupiñán Munguía: Pensador por distracción Cósmica, contador de estrellas por insomnio creativo, pintor de sueños por terapia humanista, especialista en transgredir las reglas ortográficas de la Real Academia Española, con neurosis cultural debido a que no puedo crear poemas que lleguen al corazón, víctima de la libertad, democracia y ecocidio del capitalismo bárbaro, pero con licencia de la Madre Naturaleza para cortar flores y olerlas.- Miembro de S.I.P.E.A. (Sociedad Internacional de Poetas, Escritores y Artistas)- Sonor “Por la paz del mundo” victor-79@live.com.mx
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