¡NO MÁS NATALIAS!

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Publicado el 12 septiembre, 2013

 

Por Guadalupe Loaeza

Recuerdo que en la década de los sesenta, una que otra hermana mayor de una que otra amiga se había “comido la torta antes de recreo”, es decir, se había embarazado por el típico novio, “niño bien”, irresponsable quien se negaba rotundamente a reconocer su paternidad. Ante el temor del escándalo y del rechazo social, muchas de ellas optaban por abortar en alguna clínica de Suiza o Canadá. Otras elegían tener al bebé, quien por lo general era adoptado como hijo o hija por la abuela. El caso es que había, a como diera lugar, que guardar las apariencias. Gracias a ello, unas se casaban como “vírgenes” y otras iban por el mundo con una terrible culpa, pero sobre todo, con un resentimiento hacia el padre, ya sea del embrión abortado o del bebé que crecía sin saber quién era su papá. Con los años, me he encontrado con algunas de estas “hijas naturales” como se les llamaba. A pesar de que ya son adultas, siguen padeciendo mucho enojo por la ausencia del padre. He aquí el caso de Natalia y el porqué de la urgencia de escribir sobre ella.

Tal vez no pase una semana antes de que los magistrados del Primer Tribunal Colegiado en Materia Civil del Primer Circuito pongan punto final a una batalla legal que empezó hace seis años. Resolverán si Francisco Javier Pérez Pijoan debe indemnizar a Natalia Albert Llorente por el daño que le causó al no haberla reconocido como su hija o si deben premiar la irresponsabilidad y cinismo de éste al dejar impune el abandono de una mujer embarazada y de la hija que procreó en su relación con la madre de Natalia.

Natalia nació hace 32 años y fue, como tantos otros millones de mexicanos, hija de madre soltera. En un principio, al notar que no era exactamente igual a sus compañeras de escuela preguntó ingenuamente a su madre por qué ella no tenía papá y por qué durante su infancia había tragado tantas mentiras: que si estaba de viaje, que si vivía lejos, que si regresaría pronto y cosas por el estilo. Cuando cumplió 12 años su madre le confesó que durante varios años fue novia de un señor que la dejó cuando supo que estaba embarazada, pero ella decidió tener al bebé. Esto causó una profunda tristeza en la niña pero supo seguir con su vida y superar las continuas humillaciones que, de una forma u otra, sufría reiteradamente.

Cuando Natalia cumplió 15 años, decidió conocer a ese “señor”, su padre. Con un valor y una determinación apenas creíbles en una adolescente, se presentó en las oficinas de Nacional Financiera, donde se desempeñaba como director adjunto. Pidió hablar con él. Minutos después salió a recibirla un hombre lívido. Finalmente estaba enfrente, por primera y única vez, de quien debería ser el hombre más importante en su vida. Platicaron más de 20 minutos sobre cosas sin importancia. Al despedirse el papá de Natalia le aseguró que a partir de ahora las cosas serían diferentes, que se verían con frecuencia y que ahora sí empezaría a interesarse por ella.

Pero eso no fue sino una mentira más. Por la noche, de ese mismo día, Pérez Pijoan habló con la madre de Natalia para reclamarle que le hubiera permitido verlo y le prohibió terminantemente que volviera a acercarse a él. Cuando Natalia se enteró, cayó en una profunda depresión. ¿Por qué la rechazaba a ese grado? ¿Cuál había sido su culpa? ¿Por qué en el primer encuentro había estado tan cordial y horas después había cambiado totalmente su actitud? ¿Resignarse? Ya no más. Decidió entonces acogerse a las leyes para reclamar lo que en derecho le corresponde. Su padre la había abandonado. Su país no lo haría.

En 2007, empezó una batalla que aún dura hasta hoy. Natalia demandó el reconocimiento de la paternidad y una indemnización por el daño que le produjo el abandono y el no haber recibido, en toda su vida, un sólo centavo de quien la engendró. Pérez Pijoan negó la paternidad y alegó que nunca supo de su existencia. Natalia exigió que su padre se practicara la prueba del ADN y por decisión unánime de peritos resultó lo que ya sabía: Natalia Albert Llorente es hija de Francisco Javier Pérez Pijoan y de María Guadalupe Albert Llorente. Pérez Pijoan confesó ante el juez que sí sostuvo relaciones sexuales con la madre de Natalia y que sí supo que ella había quedado embarazada. Peritos de ambas partes certificaron además que Natalia sufrió daño psicológico a consecuencia del abandono sufrido.

A pesar de todo esto el juez resolvió que, aunque sí era hija biológica de Pérez Pijoan y aunque sí se probó que sufrió daño por la ausencia de la figura paterna, no era procedente una indemnización puesto que no se probó que el demandado hubiera estado enterado de su nacimiento y existencia. Para el señor juez no fue bastante que haya confesado en audiencia pública que sostuvo relaciones sexuales con la madre de Natalia y que supo que ésta quedó embarazada. Ni que los testigos hayan dado fe de lo anterior. Los magistrados que conocieron el recurso de apelación confirmaron el fallo.

Natalia vive hoy en Nueva Zelanda. Su padre la abandonó. Y los tribunales de su país, también. Se fue porque pudo irse, pero hay en México cinco millones de madres solteras y los más de cinco millones de hijos abandonados por su padre no pueden irse. Deben permanecer aquí, en donde el macho, desafortunadamente, sigue siendo como dice la canción: El Rey.

Espero que los magistrados del Primer Tribunal Colegiado vean en Natalia a los más de cinco millones de mexicanos abandonados por su padre. Espero que con su decisión sienten un precedente que ponga freno a ese machismo anacrónico, irresponsable y vergonzoso que tanto daño causa a tantas y tantas Natalias.

gloaezatovar@yahoo.com

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