ANGELINA JOLIE, BRAD PITT Y YO.
“Las mujeres son peores que los ladrones porque el ladrón te da a escoger entre la bolsa y la vida y la mujer quiere las dos”
A mí la vida de las estrellas es algo que me tiene perfectamente sin cuidado. Excepto por el Sol (el Astro Rey, no Luis Miguel), al que si le tengo su respetito por las chamuscadas que me ha dado, el ir y venir de los integrantes de la farándula me vale gorro. Eso hasta no sé qué día de la semana pasada en que llegó Adriana y me puso frente a los ojos su celular para que, haciendo bizcos, leyera su Facebook. Decía más o menos: Mi esposa se enfermó, estaba constantemente nerviosa, perdió 15 kilos. No era una mujer feliz. Nuestra relación estaba a punto de romperse; su belleza se estaba yendo a algún lugar, dejó de cuidarse; rehusó todo tipo de películas y rechazaba cualquier papel. Yo perdí las esperanzas y pensé que pronto nos divorciaríamos, entonces decidí actuar; después de todo yo tenía a la mujer más hermosa sobre la tierra y me era permitido dormir junto a ella y abrazarla cada noche: “Comencé a bañarla con flores, besos y cumplidos. La sorprendía y complacía a cada minuto. Le di muchos regalos y viví solo para ella. […] No lo vas a creer pero comenzó a florecer. Se puso mejor, empezó a ganar peso, ya no estaba nerviosa y comenzó a amarme más que nunca. […] la mujer es el reflejo de su hombre, si la amas al punto de la locura, se convertirá en tu verdadera locura”. Lo firmaba el hijo de &@#/’%”$ de Brad Pitt. Yo no sé qué estaba pensando, no cuando decidió consentir a su mujer, total, muy su gusto, sino cuando decidió hacerlo público. De la noche a la mañana nos pasó a fregar.
Desde entonces mi vida es un martirio, Después de leerlo, por supuesto me defendí; lo primero que pensé (y por prudencia no dije) es que, bueno, se trata de Angelina Jolie, la mujer más sexi del Mundo; en México, a lo más que llegamos es a una Angélica Rivera y a esa ya se la llevó Peña Nieto. Claro que de verbalizar ese argumento hasta mis cachetadas me tocan así que mi defensa fue brillante pero equívoca: En primer lugar, la mujer debe estar loca; es una persona relativamente joven, definitivamente hermosa, premiada, rica y famosa; su pareja sentimental es uno de los galanes más codiciados del mundo y la méndiga está deprimida; que vaya con el neurólogo, seguro se le acaba de secar la mitad del cerebro. En segundo lugar, es una malagradecida; colmada de bendiciones, era para que le diera gracias a Dios todo el día y fuera a Chalma, de rodillas, una vez al año. En tercer lugar, eso de que Brad Pitt, como Rubén Darío, se ande preguntando por los rincones: “La Princesa está triste, ¿qué tendrá la Princesa?”, está bien para gente como uno; que puede contar con los dedos de las manos (y de los pies) la cantidad de cosas de que se queja su consorte: Que no cerramos la tapa del inodoro, que dejamos los calzones desparramados por doquier (como si tuviéramos tantos), que no sacamos la basura, que dejamos abiertos los cajones de la cómoda, que no extendemos la toalla mojada, que… en fin, las mil y una naderías de que se suelen doler todas las esposas del Mundo, pero ¿Brad Pitt? Si tiene todo lo que un hombre puede desear, empezando por la propia Jolie; eso es no tener nada qué hacer. Más aún, en el colmo de la desesperación, Brad le puede decir a la trompuda de su vieja: “Mi vida, ahí afuera te espera un Maserati, un Porsche 911, un Lamborghini Diablo, un Veneno, un ‘Aventador’ (Ay Dios, ¿cuáles serán esos?), vámonos al Carnaval de Venecia y que la servidumbre se haga cargo de los niños”. En cambio, yo le propongo a Adriana que se suba a mi pick up (2003), que los lepes se coman unas “tortugas” (una tortas callejeras de 35 pesos), que vayamos a “Los Filtros” (en Camargo) y seguro se divorcia.
La cosa se recrudeció cuando el Adolfo, ante mi justa indignación por la deslealtad de Pitt, con su voz de adolescente -es decir, entre de pito y espantasuegras-, preguntó: “¿Por qué, papá?”; y yo empecé mi elocución con la célebre admonición de Facundo Cabral: “Las mujeres son peores que los ladrones porque el ladrón te da a escoger entre la bolsa y la vida y la mujer quiere las dos”; y Adriana me recriminó: “¿Ya vas a llenarle la cabeza al niño con tus tarugadas?”. “Si solo le estoy dando lecciones de defensa personal”; dije y continué: “Hijo mío, aguas, porque en un descuido, hasta te ensillan; y ni a comer zacate te llevan”.
Por no ir más lejos, hace dos o tres días, estábamos acostados, ella a punto de dormir y yo leyendo, cuando me dice con voz entre adormilada y hecha un basilisco: “¿No vas a prender el aire?”. La primera respuesta que se me ocurrió fue la genial de Fox: “¿Y yo por qué?”; si yo estaba reteagusto con el calorón. Con este clima y mi facha a mí lo único que me hace falta para ser feliz por entero es un sombrero de palma y saber “bailar el ombligo” pues, por lo demás, soy (y parezco) un ejemplar típico del trópico mexicano. Quíteme usted el acento -esa “ch” famosa, producto de mi cuna norteña- y ya está, bien podría decir: “Puej” y “jabrojito”.
Por otro lado, ni que el proceder de Brad Pitt fuera tan desinteresado, con seis o siete chamacos, el muy taimado ha de estar preocupado de que su cónyuge se muera de melancolía y lo vaya a dejar solo con tamaño problemón. Además, si yo veo florecer a Adriana, la pongo en una maceta y me la llevo al jardín, seco y pelón, el pobre, desde que la azalea que floreció hermosa y rotunda en abril, se achicharró sin remedio en junio. Pinche Sol (que no les da pensión a sus hijos -dice Aracely-).
Luis Villegas Montes.
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