LA VIRGEN DE GUADALUPE, ¿MITO O REALIDAD?

Alejandro Reza

La Guadalupana

jmzunzu

 

 

 

Por Héctor Medina Varalta

La Virgen de Guadalupe desde su supuesta aparición ha sido un ícono nacional: pobres y ricos, nobles y plebeyos, y hasta el Papa Juan Pablo II la han venerado. Tratando de ser imparcial, basé mis investigaciones en dos libros muy interesantes: “La Guadalupana, ¿fantasía o realidad?” de Alejandro García Heredia-en pro de las apariciones, y objetor del historiador García Icazbalceta, entre otros-y “El mito Guadalupano, símbolo de la eterna conquista” de Juan Miguel Zunzunegui-en contra. Ya el lector será el mejor juez sobre este asunto tan delicado, pues a muchos “les moverá el tapete.” Empecemos, pues, con Alejandro García quien escribe: La manta en la que se estampó la Guadalupana era un ayate-tejido ralo para envolver y cargar-(Diccionario de Aztequismos de Luis Cabrera) lo cual constituye ya de por sí un increíble: es inexplicable que la imagen esté realizada con tanta perfección en una tela usada para costales. Por ello en el presente libro, hemos preferido generalmente este término al de Tilma, de ‘Tilmantli’, el abrigo de los nahuas, el cual podría ser, incluso, de fino algodón.

La Virgen bajo la lupa

Sin embargo, Zunzunegui rebate esta objeción: El llamado ayate de Juan Diego donde aparece la imagen de la Virgen, mide 1.72 metros de altura por 1.09 de ancho, y no está hecho de henequén como sostiene la leyenda, sino de lino y cáñamo; es decir, de fibras más suaves, adecuadas para pintar y resistentes. Pero además es importante que hable del supuesto ayate, ya que éste es una prenda que los indígenas se amarraban al cuello y les llegaba a las rodillas. Si el “ayate” mide 1.72, querría decir que Juan Diego era un gigante de más de dos metros, ya que sólo del cuello a las rodillas mediría 1.72, y eso es, evidentemente, poco probable. O sea que ni el lienzo es un ayate de un indígena, ni es de hecho un ayate, ya que es otro tipo de tela.

Otro dato importante que aporta Zunzunegui es que en 1928, Gerardo Murillo, mejor conocido por su seudónimo; Dr. Atl, examinó la pintura y declaró que no estaba pintada sobre un ayate de fibras de maguey, que es lo que supuestamente vestía Juan Diego, sino en una tela fina de algodón, algo así como 50 años, lo que concuerda con la fecha en la que tal vez se llevó a cabo la sustitución de la imagen-según Zunzunegui ha sido suplantada muchas veces-, precisamente en la fecha del escándalo de la coronación, cuando de pronto, por milagro, la pintura ya no estaba coronada.

Elementos terrestres, no divinos

Otro dato importante que dio el restaurador José Sol Rosales en 1982, es que el lienzo, al contrario de lo que dice la versión del milagro, tiene un tratamiento para ser pintado, ya que fue cubierto previamente con brochazos de tinta blanca para poder pintar en su superficie. La versión milagrosa, para hacer más milagroso el milagro, cuenta que la tela de fibra de maguey (henequén) no es apta para pintar sobre ella y no dura más de 20 años, por lo que parte del milagro es la conservación; además, se dice que el lienzo no está preparado para pintar, por lo que se debieron caer los colores, pero por el milagro siguen ahí. Bueno, parece que la mano humana colabora con la divina, ya que el ayate no es ayate, es decir, no es maguey sino lino y cáñamo y sí tiene preparación para pintar sobre ella. Otro milagro del milagro, y que según algunos fue corroborado por la NASA, es que es imposible determinar el material de los pigmentos con los que se pintó, pero Sol Rosales deja claro que: El negro seguramente es un negro de humo usado tradicionalmente en todas las épocas; se conseguía en el México del siglo XVI recolectando el hollín del humo de ocote. El blanco es, con toda seguridad, sulfato de calcio que se conocía como tizatl, muy parecido al blanco de España usado en Europa. Los pigmentos azul y verde son, con mucha probabilidad, óxidos básicos de cobre, conocidos como azurita en su variedad azul, o en malaquita en su variedad verde. Las tierras son óxidos de hierro que dan una verdadera variedad de tonos pardos más o menos rojizos, según el contenido de hierro y si han sido calcinados o no. como pigmentos rojos, además del óxido de hierro rojo, se usaba el bermellón, compuesto de azufre y mercurio, y el carmín de la cochinilla mexicana. Me inclino a pensar que tenemos mezclas de estos tres colores en el manto carmín y en el aura bermellón.

La primera investigación fue en 1751

Ese año, el mismo restaurador llevó un examen con luz rasante y rayos ultravioletas, con el que detectó que en diversas áreas del manto hay repintes importantes, particularmente en la cara de la Virgen, en las manos y en el cuello; estos retoques, señaló el experto, fueron hechos con acuarela. Si el lector considera que anteriormente no se había hecho otra investigación, Zunzunegui escribe que en 1751 se mandó hacer la primera investigación, cuyo resultado fue poco confiable, ya que ésta quedó en manos del pintor oficial de la Iglesia, Miguel Cabrera, quien después de analizar la pintura dictaminó que era divina. Lo malo es que ese análisis duró pocas horas y que el señor Cabrera cobraba en la nómina de la Iglesia, y como no hay que morder la mano que lo alimenta a uno, la imagen resultó ser celestial. Sin embargo, los primeros en dudar de dicho análisis fueron las mismas autoridades religiosas en Roma. Así es que desde la casa matriz se mandó hacer otro análisis que ellos pudieran considerar imparcial; sólo que en vez de encargar la tarea a un pintor religioso, se la encargaron a un científico, matemático y doctor, el señor José Ignacio Bartolache, quien se tomó la cosa en serio y formó una comisión de tres profesores y un notario que testificaran los estudios, y encargó a cinco pintores que hiciera réplicas para probar colores y materiales. Al terminar su investigación, con métodos científicos, se dio cuenta de varias curiosidades en una obra celestial: La pintura tenía varias manos; es decir, estaba retocada y corregida. No estaba en un ayate de maguey como sería el de Juan Diego, sino en tela de palma; o sea que aquello no era la tilma de un indio. Tenía hongos y humedades en diversos lugares y el lienzo se estaba descascarando; es decir, que los ángeles son poco perfeccionistas.

Origen del Nican Mopohua

Por su parte, Alejandro Reza escribe que Los primeros antiguadalupanos, el español Muñoz, su amigo el padre Mier y luego el señor García Icazbalceta, afirmaban rotundamente que el mito de las apariciones lo había iniciado el padre Miguel Sánchez, el primero que escribió sobre el milagro de Guadalupe, cien años después de muerto el obispo Zumárraga. En la época de estos escritores el Nican Mopohua había sido poco estudiado y se le consideraba posterior al mencionado padre Sánchez; pero actualmente es tenido por expertos tan importantes como el doctor León-Portilla, o su maestro el padre Ángel María Garibay como: “una muestra extraordinaria, una joya de la literatura náhuatl (…) escrita por alguien que dominaba a la perfección esta lengua y su estilística, hacia 1560”.

No obstante, de acuerdo a Zunzunegui, en 1648 el padre Miguel Sánchez escribió un libro  sobre las apariciones de la Virgen. El libro llamado “La imagen de la Virgen María” pasó sin pena ni gloria, ya que para esa época a muchos religiosos les disgustaba el culto guadalupano, y la idea de una aparición milagrosa les agradaba todavía menos; y menos aún aceptaron que simplemente se tomara la leyenda ya existente en España-de la misma Virgen-. Pero un amigo del padre Sánchez, capellán del santuario de Guadalupe, el padre Lasso de la Vega, se dio a la tarea de traducir la obra al náhuatl, para que cualquiera se la pudiera leer a los indígenas que no hablaban español, que entonces eran muchísimos. Pero antes hay que decir que el padre Lasso de la Vega, a pesar de ser capellán de Guadalupe, fue el primero en quedarse con el ojo cuadrado ante la lectura del libro del padre Sánchez; es decir, el mismísimo guardián del santuario guadalupano puso su carota de ¡What! cuando leyó todas las cosas que su colega decía que habían pasado en el Tepeyac, y que él, responsable del santuario, simplemente ignoraba. Dicho de otra forma, Lasso de la Vega sabía que todo aquello no era verdad, pero le gustó el cuentecito como forma de atraer turistas, perdón, clientes, perdón de nuevo…, fieles y devotos creyentes.

Zumárraga no estaba en Nueva España en las supuestas apariciones

Así fue como en 1659 vio la luz la versión náhuatl de la leyenda guadalupana, que llevó por título las primeras palabras con las que comienza el Nican Mopohua, que quiere decir “aquí se narra” (…) La verdad es que dicho libro es hermoso pero no prueba nada; finalmente es la traducción al náhuatl de una obra escrita en español, donde se adapta una leyenda española del siglo XIV, más de 120 años después de que se dieran las supuestas apariciones.

Para concluir este breve ensayo, Zunzunegui relata que Carlos V, el rey de España, envió a Juan de Zumárraga en 1528 precisamente para ocupar el puesto de obispo de México, pero el sacerdote tuvo que regresar a España, ya que no había sido consagrado obispo por el Papa ni había autoridad alguna en este suelo que pudiera imponerle la mitra de obispo. Así que fue hasta abril de 1533 cuando fue consagrado obispo y hasta 1534 cuando llegó a Nueva España a ejercer su cargo. Cabe señalar también que hasta después de dicha fecha comenzó a escribir en Nueva España diversos artículos, cartas, memorias y un catecismo…, en ninguno de los cuales habla de Juan Diego, de la Virgen, del Tepeyac o de las apariciones. Años después, el 8 de septiembre de 1556 fray Francisco de Bustamante en un sermón dijo que el culto guadalupano generaba confusión entre los indios recién cristianizados, ya que por un lado se les prohibía la idolatría, y por el otro se les hacía dorar una imagen de la Virgen, cuyo autor humano en esos tiempos era de sobra conocido. Dirigiéndose específicamente al arzobispo Montúfar, señaló: “Si se trata de apartar a los indios de la idolatría, por qué se les obliga a adorar a la Virgen de Guadalupe, pintada ayer por el indio Marcos Cipac de Aquino (…) Quien sostenga que la Virgen del Tepeyac hace milagros, debe ser castigado con cien azotes; y quien persevere en ese error, deberá recibir doscientos.”

Recomiendo al lector leer ambos libros y que él mismo saque sus propias conclusiones.

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