JORNADA HUASTECA

 

Livia Díaz

Poza Rica, Ver.- No estoy segura de que la gente de esta ciudad sea muy consciente de la contaminación en que se vive. Recién desempacada del norte del estado, hace unos meses, me percaté de que aquí, las cosas no andan bien. Con los ojos enrojecidos por la contaminación en el aire, de la muchos culpan a PEMEX; pero que sin dudas tiene razón en los miles y miles de vehículos motorizados, alimentados con gasolina y diésel que pasan por aquí a todas horas, padecí como otros, las toses y las flemas, propios de las congestiones nasales y bronquiales de los polvos y partículas suspendidas, y de un desorden, para el que mi humanidad no estaba apta, después de vivir cuatro años en Tantoyuca, del que solo diré, que la mayoría de los que se quejan de ella, ignoran las ventajas de su hermosa ciudad, la limpieza de su medio ambiente, a pesar de sus arroyos de aguas negras, la riqueza de sus alimentos, a pesar de las técnicas aborígenes de cultivo que emplean, y de su hospitalidad.

Poza Rica sigue siendo hermosa, a pesar de que ya no tiene jacarandas, ni palo de rosa en el boulevard, y de que el único cedro que queda,  que se ha resistido a la muerte y los saqueos oficiales y permanece de pies frente al cajero de Banamex en la vicerrectoría de la Universidad Veracruzana,  se está muriendo poco a poco por vejez y enfermedad. Quedan algunos árboles frutales, una guayaba frente al avalo y un tamarindo por el monumento a los caídos, que de vez en cuando nos regalan la fruta. Los tordos, se mudaron, a veces se les ve sobre la plaza cristal, en donde por las tardes revolotean acomodándose en los árboles en la Jurisdicción Sanitaria y en la facultad de medicina, con sus danzas emplumadas, cubrir el cielo con sus nubes negras, sin vergüenza, enriqueciendo el estruendo de los camiones que pasan por la Lázaro Cárdenas y el tránsito, que a esa hora, es pico y por tanto, colosal.

Me hizo recordar, el verlos, el paseo de palomas en Tantoyuca, que se posan en los cables y en los techos de las casas. Sobre la casa que se encuentra frente al Güero Telas, con un poco de santidad, quizá, por las noches, encima de las láminas, duermen plácidamente, como bolas de algodón y por la mañana, emprenden el viaje, casi siempre en octubre. Cuando desde aquélla tierra llegué aquí, en octubre, no me esperaba que me iba a recibir como me recibió esa ciudad, con tiifoidea, esta vez no fue por comer tacos de a peso en el parque Constitución, sino por Dengue, que rememoró viejas victorias a la Salmonella.

Con esta dolencia aprendí que aquí, esa enfermedad transmitida por el mosquito, se combate con agua  de coco y agua de caña. Como extrañé la molienda de la caña de Tantoyuca, especialmente al ver que el precio del litro de esa bebida sabrosa, llegó hasta los 100 pesos, viendo en la epidemia, sendo negocio, los expendedores. Así también subió el precio del agua de coco, que estando de oferta bajó hasta a ocho pesos,  y también los electrolitos, había que andar de tienda en tienda buscando ofertas para no sucumbir en el bolsillo y enfrentar la enfermedad. Pero en octubre, no es la única verdad a enfrentar en este rincón cálido del mundo , también los precios de las cosas, aunque su valor, no estoy segura de que lo tengan muy claros los que viven en la una, y en la otra ciudad. Por ejemplo, si sabes bien buscar, encuentras lugares dignos en donde vivir y que cuestan lo mismo, que otros, inmundes e indignos, y en los que le saben y han aprendido a sacarle bien el dinero, al avecindado incauto que llegue con mucha necesidad y mucha prisa por acomodarse. En cambio, la ciudad petrolera, petrolera desde los ancestros, es decir los abuelos, los que la siguen manteniendo con sus pensiones, y su actividad, y los que le heredaron plazas y propiedades a sus hijos e hijas, que están criando a su primera generación con el producto de su trabajo y beneficios sindicales, al igual que los obreros que hicieron este país, desde la Ley Lerdo, tiene pocos espacios para el asentamiento de los nuevos avecindados. Si bien en Tantoyuca, es un negocio tener un local o departamentos para el que llegue, Poza Rica, es apática a ello, solo unos cuántos se lo toman en serio y han construido verdaderos emporios de vivienda en colonias céntricas, para los que vienen a vivir, algunos, más jugosos que otros, pues requieren facturas y acomodo, entonces, hasta el hotel más modesto se vuelve de gran interés, dejando para los más pobres las orillas de los arroyos y los ríos, en donde, en los rincones más insospechados, se encuentran a quienes ofrecen cuartos en interminables cuarterías y vecindades que son muy solicitadas, algunas tienen lista de espera, y esto es verídico, pero también hay para quienes este negocio, irregulado, como también sucede en la Perla de las Huastecas, caen en el abuso. Sucede que hay sitios en los que los arrendadores no ponen nada de su parte para el mantenimiento de las viviendas y sí están muy pendientes de las rentas, y cuando los inquilinos no pueden, han llegado a despojarlos, incluso de todos sus bienes, sin que haya poder alguno que pueda impedirlo, y que aquéllos, por vergüenza, lo permiten, también se dan casos.

Entre el deber y deber, hay mucho qué hablar en el Veracruz actual, pero esa ya es otra historia.

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