SUICIDIO EDUCATIVO

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Por los caminos de Sancho

COLUMNA  

 

 

Renward García Medrano

El problema no son sólo ni principalmente Elba Esther Gordillo y sus secuaces. Infortunadamente, el mal tiene raíces sociales muy profundas y una parte de la juventud está cancelando, tal vez sin saberlo, su mejor posibilidad de futuro, que es la educación.

Es muy difícil comprender un movimiento de lucha estudiantil contra dos materias del plan de estudios, inglés y computación, que son conocimientos indispensables en el mundo contemporáneo y lo serán cada día más. Es demagógica la concesión que les hizo la SEP y sarcástica la decisión de sustituir el inglés por lenguas tradicionales, y supongo que en vez de computación los jóvenes recibirán clases de ábaco y dibujo de códices. Lejos de prepararse para vivir en el siglo XXI, los normalistas michoacanos “ganaron” la demanda de formarse para vivir en el siglo XV y la autoridad federal no sólo los solapó sino que, como todo en este gobierno, declaró que había tenido éxito en la negociación.

Algo similar sucede con los alumnos de la Universidad de la Ciudad de México, sólo que ellos renuncian a la adquisición de conocimientos como parte de las pugnas entre las tribus que mandan en esa institución y en los círculos de poder capitalino. Un poco más civilizados –o precavidos– la parte más radical del 132 se han convertido en operadores de Carmen Aristegui y los poderes que, con ella como símbolo visible y con la democratización de la televisión como bandera, tratan de fracturar a un monopolio para abrirle espacio al de la familia más rica del mundo.

La inmoralidad de los titiriteros del 132 y de los funcionarios de la SEP no pasa de ser anécdota. Lo que debería importarnos es la lógica de los estudiantes y en especial de los normalistas michoacanos que destruyen la única posibilidad de construirse un futuro. Claro que son jóvenes de familias pobres que buscan legítimamente mejores becas, alimentos y alojamiento y garantías de un trabajo seguro y de por vida al concluir su paso por las normales. Pero el método que siguen contraría sus propios intereses y es la semilla de la ignorancia perpetua, pues en uno, dos o tres años, estarán a cargo de educar a los niños.

Ellos mismos fueron educados por maestros y padres que fueron entrenados para protestar, para cerrar escuelas, apoderarse de camiones validos de su fuerza numérica y quemarlos, cerrar vialidades, “tomar” casetas de autopistas, invadir oficinas públicas. Quizá crean que la forma de superar la pobreza en que han sobrevivido por generaciones, es el tumulto aunque su destino sea la algarada como forma de vida o el comercio callejero. Este es el degradado semillero social de grupos políticos de izquierda intolerante como el EPR y otras organizaciones armadas.

La escuela pública fue uno de los factores de la movilidad social del siglo XX. Todavía no se disipaba el humo de la revolución cuando cientos o miles de jóvenes que sabían leer y escribir fueron convocados por el gobierno para habilitarlos como maestros rurales. Hubo programas admirables, como el de “los misioneros”, que llegaron a los más apartados lugares para alfabetizar a niños y adultos, enseñarles las operaciones aritméticas básicas, ayudar a las comunidades a aprovechar los recursos naturales a su alcance, y les dijeron que tenían derechos establecidos en la nueva Constitución. Muchos de ellos fueron mutilados, heridos y muertos por los “cristeros”, pero todos tenían conciencia de que el pueblo algo ilustrado debía educar al pueblo no ilustrado. Durante varios decenios los gobiernos crearon un robusto sistema educativo público y emprendieron amplios programas de alfabetización.

La educación también ha sido clave para el desarrollo social en países tan diversos como Cuba y Corea, India y Brasil, pero no practicada como simulación sino como esfuerzo de padres, maestros y alumnos. Y si hace un siglo los conocimientos mínimos necesarios eran la lectura, la escritura y la aritmética, hoy son el dominio del inglés y alguna otra lengua, y la aptitud para utilizar y estar al día en los avances de los artefactos informáticos.

La única explicación al suicidio educativo de una generación es que la sociedad, la familia y la escuela están en un estado de descomposición más avanzado de lo que se hubiera supuesto, debido a la conjugación de muchas lacras, desde los extremos de pobreza y opulencia hasta la cultura del abuso que propicia la corrupción, la impunidad, el individualismo a ultranza en todos los estratos de la sociedad.

Si Peña Nieto por delante quiere cumplir sus compromisos de campaña tendrá que hacer una gran tarea política: movilizar a la sociedad para que se rescate a sí misma por la triple vía de la educación, el empleo y la salud, pues eso no se hace sólo con presupuesto y alta o intermedia burocracia, sino con la voluntad colectiva. Para estimularla, el Estado debería emprender un vasto y largo programa de comunicación social educativa, en el que participen todos los medios del Estado y se induzca la participación de los privados, a fin de crear–recrear– una mentalidad que prestigie y recompense el esfuerzo, el respeto y la solidaridad, la democracia y la observancia de las leyes, como prerrequisitos para una convivencia civilizada.

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