POR LOS CAMINOS DE SANCHO

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Renward García Medrano

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La izquierda

La izquierda tiene más diputados y senadores que nunca, gobierna un estado limítrofe con el Distrito Federal y otro con gran riqueza petrolera. Su avance político en los últimos años se explica por la eficacia de la campaña de López Obrador, por el agotamiento quizá temporal del panismo como opción de gobierno y, sobre todo, por el fuerte debilitamiento de las clases medias que se han empobrecido masivamente debido a la falta de empleo y al raquitismo de los salarios y condiciones de trabajo.

Las carencias de la población son el campo más fértil para el embarnecimiento de las propuestas de la izquierda que, por definición, están a favor de las mayorías. Uno de los segmentos que mayores motivos tienen de inconformidad, es el de los jóvenes, bien sea porque ocho millones de ellos carecen de escuela y empleo o porque los egresados, incluso con maestrías y doctorados, son rechazados por el mercado laboral en la economía formal a consecuencia de una política económica que privilegia la estabilidad –incluso en el estancamiento—y de la maduración de procesos perversos, como la monopolización, la expansión descomunal de la economía informal, la venta de la banca a instituciones extranjeras y la preferencia de éstas de destinar el ahorro al consumo en vez de la inversión.

En estas circunstancias, no debe extrañarnos que abunden los profesionistas metidos a taxistas, vendedores ambulantes, migrantes e incluso operadores del crimen organizado, lo que no sólo le niega a la juventud un porvenir digno, sino que representa un lamentable desperdicio de recursos humanos, financieros y técnicos. Lo sorprendente no es que haya surgido el movimiento #YoSoy132, sino que no se haya expandido hacia los muchachos que ni siquiera tienen acceso a las universidades públicas y mucho menos a las privadas.

Todo esto ocurre en el trasfondo de una guerra perdida contra el crimen organizado, cuyo costo en muertos, heridos, desaparecidos y desplazados ha sido descomunal e inmoral, sí, inmoral, señores del PAN. Sobre todo cuando el principal objetivo de esa lucha ha sido abatir el narcotráfico para moderar la oferta de drogas en Estados Unidos, lo que intensificó la violencia, la inseguridad y el miedo en vastas regiones del territorio mexicano.

La devastación de la economía y la explosión de la inseguridad crean condiciones favorables al éxito de una opción política de izquierda y, sin embargo, los partidos y movimientos que se asumen como “progresistas” perdieron las elecciones de 2006 en gran medida por los graves errores de López Obrador y por la eficacia de la “guerra sucia” que en su contra montó el PAN, y el candidato “progresista” volvió a perder en 2012 sin “guerra sucia”, a pesar de que intentó mudar su imagen de rijoso por la de amoroso.

¿Por qué ocurrió todo esto?

En primer término, por la proclividad de la izquierda mexicana a entrar en conflicto consigo misma, lo que ha convertido a su principal partido, el PRD, en una colección de tribus que sólo se ponen de acuerdo cuando coinciden sus propósitos electorales.

En segundo lugar porque los partidos, movimientos y líderes de izquierda no han dado congruencia a su discurso con sus actos.

López Obrador asegura que no cree en las instituciones y se propone cambiar el sistema para construir una sociedad más justa. Para ello se separó de los partidos que le prestaron su registro y privilegios de ley, pero no con el fin de llamar a una revolución –que es la manera conocida de cambiar el sistema—sino para crear otro partido que tendrá que acatar las disposiciones constitucionales y del COFIPE para obtener su registro y, si tiene éxito, se convertirá en una institución política dentro del sistema que pretende eliminar.

Uno debe suponer que los líderes, grupos y organizaciones que no siguieron al ex candidato en esta aventura están dispuestos a promover sus propuestas dentro del marco institucional y con apego a la constitución y las leyes que existen. La posición más relevante de los legisladores de izquierda después de las elecciones ha sido oponerse enérgicamente a la reforma laboral, pero para lograrlo, optaron por tomar la tribuna, es decir, por violar el reglamento interior de la Cámara de Diputados y tratar de impedir que ese órgano, esencial para la democracia por ser la institución más plural del Estado, desempeñara normalmente sus trabajos.

Con esta actitud, los diputados de la izquierda no sólo se apartan de la ley y pretenden inmovilizar una de las instituciones, sino que ni siquiera tienen éxito, debido a la decisión de la mesa directiva, encabezada por Jesús Murillo Karam, de instalarse en un palco y desde allí dirigir la sesión, que se desarrolló normalmente y aprobó la iniciativa del presidente Calderón con las drásticas modificaciones que le hicieron principalmente los diputados del PRI.

Lo relevante es que la izquierda que pretende cambiar el sistema lo tratará de hacer a través de un partido político y la izquierda que dice actuar dentro del sistema violenta la normatividad en su primera acción legislativa. ¿No sería útil que las izquierdas se preguntaran qué sentido tiene contravenir su discurso con sus actos? ¿Qué cuentas le darán los diputados progresistas a los trabajadores a quienes dicen representar? ¿No están autodestruyéndose como opción política cuando tienen las mejores circunstancias nacionales para crecer?

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