URES, ESTOS POLVOS SON MÍOS

 

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Por Víctor M. Estupiñán Munguía*

“Dar a la tierra el grano, para que retorne la mazorca”.

Anónimo

Cuando nos ponemos a pensar sobre nosotros mismos, de nuestros orígenes maternos, no nos queda otra opción más inmediata que pensar en nuestros padres como origen biológico. Sin embargo, quedan por fuera otras dimensiones profundas y misteriosas, dignas de ser retomadas para tratar de ubicarlas hasta donde sea posible, pero eso sí, con la mente abierta y el espíritu cargado de vibraciones metasónicas.

Dicha inquietud es precisamente la que nos lanza a la indagación filosófica, a la meditación, religiosidad y, a buscar los lazos con Dios-Cosmos. En otras palabras, gritar en búsqueda sagrada la afiliación de nuestro Ser.

¿Qué lazos “familiares” tenemos con todo lo demás existente? ¿Qué lazos familiares tenemos con Dios? ¿Cuáles son nuestras cartas de bautizo y confirmación en este Universo?

Pareciera que aquellas preguntas del curso de filosofía de la preparatoria y, que quedaron sin respuesta, hoy, quisiéramos contestarlas fuera de los compromisos de calificaciones y academicistas.

Sin lugar a dudas que somos parte, como quien dice, desprendimientos de una gran energía que se encontraba compactada o materializada por razones misteriosas y, que en un “día sideral” “salimos” impactados en forma de luz y gases, viajando en una aventura hacia el espacio infinito e ilimitado.

Somos micro partículas de una grandiosa lluvia de luz. Pareciera que un día Dios destornudó y, que con su saliva roció a sus alrededores infinitos, esparciendo pequeñas-gigantes  partículas que al reventarse dio origen a la lluvia de luz, del famoso Big Bang.

Dios-Cosmos lo hizo con tal fuerza que al destornudar atómicamente, seguimos siendo viajeros de una oleada de luz expansiva por nuestro y, su patio divino.

Dichas energías en el grandísimo y, largo camino, muchas de ellas otra vez se fueron solidificando formándose las galaxias, conglomerados, soles, planetas, lunas, etc., y, posteriormente en sus interiores se fueron dando diversos procesos de vida.

Hasta aparecer el hombre en el caso de nuestra gran Madre Gea. Sin lugar a dudas que en otras partes del universo deben existir otras formas de vida, porque todo se encuentra vivo, lo único que cambia son las formas y las clases de concebirlas humanamente.

Ahora bien, la palabra “madre”, significa “mater” y, esta, hace referencia a la “materia”. Por lo tanto, nuestra madre en sentido amplio,  estricto lato, es la materia, somos sus hijos.

En cambio, en sentido inmediato o estricto sensu, nuestra madre es la biológica, la cual por cierto, también es materia, al igual que nuestro padre.

Nosotros y nuestra madre biológica y todos los demás, incluyendo animales, plantas y reino mineral y, todo lo que existe, somos “hijos de la materia” somos hijos de la energía, hijos predilectos de la luz.

Lo asombroso es que estamos hechos de luz, de energía, de materia que tarde que temprano tendremos que “retornar” otra vez al Cosmos, adherirnos al Uno, al “Padre-Madre”. Retornaremos cuando Él empiece a pronunciar nuestros nombres más allá del sol, cuando empecemos a oír el arrullo de Dios con voz de vibraciones intergalácticas, es entonces cuando soltaremos nuestras palomas para que se eleven hasta el infinito, mientras que nuestro cuerpo materia, se someterá al proceso de la atomización de polvo cósmico.

Una vez que nuestra forma material expresada en un cuerpo humano, se desintegre micro atómicamente y, pueda reconvertirse en la última partícula de Dios, también volará, retornará al Éter (la verdad es que nunca hemos salido de él, pero humana y culturalmente hemos creado dichos planos y conceptos), en forma de polvo cósmico, es decir, en energía, en luz misma.

Por eso, es que Dios, el Uno, es luz, energía y materia. Dios no nos es ajeno, somos parte de Él y, Él nuestro. Lo contenemos y nos contiene, somos parte del Proyecto Divino.

  Continuando, por otra parte, sin lugar a dudas que nosotros somos tierra, humus, por ello es que los mismos elementos que contienen la tierra, son los mismos que nosotros contenemos en nuestro cuerpo.

La madre Gea es la que nos prepara nuestros alimentos bajo la fórmula de sales minerales, vitaminas, proteínas, etc., pero es el Padre Sol el que le envía sus componentes originarios energéticos en forma de luz, para que Gea produzca en sus pecho de tierra, reformulándolos y adecuándolos a las necesidades de “sus hijos”.

Es una verdadera desgracia que estemos contaminando y agrediendo a nuestra madre Gea, el capitalismo salvaje está  ejercitando y encabezando un magno matricidio sin precedentes.

Ahora bien, siguiendo con nuestra ruta viajera por la cultura y religiosidades de “Almas Mater”, “Ser Mater”, es que llegamos a nuestra micromatria, en este caso a nuestro pueblo, dejando para otra ocasión nuestro país, nuestro Estado.

La internalización de los escenarios del pueblo donde uno nace y crece, constituyen profundas narraciones que el consciente y el subconsciente retoman haciéndose adictos. La dependencia llega a ser tan profunda, que existen individuos que se mueren de tristeza cuando son alejados de “su terruño” de vida.

Los casos son muy conocidos de las personas que han sufrido destierros (la palabra resulta muy elocuente, des-tierro, “fuera de la tierra”), la historia y la literatura nos dan cuenta de muchos casos en la que han preferido mejor la muerte.

La introyección de todo el sistema ritualista del pueblo, su cultura y su vida son cargas emotivas, psicológicas, biológicas, bioquímicas, sociológicas, antropológicas, comunicativas, lingüísticas, semióticas, etc., además tienden a ser comunitarios, solidarios, sin embargo, la nueva cultura globalita está destruyendo dichos valores.

Ahora bien, es en este contexto donde quise hacer este pequeño homenaje a ese minúsculo pedazo de tierra que contiene las claves psicológicas que muchos portamos en red, con las otras dimensiones macro cósmicas que expuse al principio.

Muchas veces se vuelve el aposento donde estaremos “dormidos”, reposando, esperando que el cuerpo y sus “restos” se pulvericen para completar el viaje re integrativo.

Se nos “olvida” y, es que desgraciadamente así nos han “programado” académica y socialmente para efectos de control, de que todas las cosas se encuentran interrelacionadas: “Todo se relaciona con todo”.

Como vemos, cuando uno desea escribir le resurgen  una serie de cuestiones más allá de lo que puede presentar un poema aparentemente simple. Ya que si lo leemos fría y aisladamente, seguro que nos parecerá intrascendente, puesto que esa es la tendencia del aislamiento dialéctico de nuestro sistema perceptivo dominante.

Consecuentemente a la libertad posible, también lenguajear, poetizar, implica ponerse tanto en ondas alfa, beta y gamma, brincar de una a otra. He aquí una partícula, un terruñito incrustado en una piedra intergaláctica llamada tierra, una micromatria intrapsicológica:

URES, ESTOS POLVOS SON MÍOS

Tierra tibia,

abrazadora,

tierra prometida,

promesa consumada,

placenta enfiestada,

con soles y vida

designada,

amasijo de humus,

arena y

cal de antepasados,

tierra cunera,

santuario de lunas

rodantes y traviesas,

lunas millonarias

acuñadas de plata pura,

soles centenarios de oro,

a la buena de los cielos,

estrellas feria para cambiar;

pueblo tierra tibia,

almas  recogiste al nacer,

nana pezón de terruño,

arrullaste canción de valle,

cantos de gallos,

ladridos guardianes,

vientos de enero y febrero,

cantos, conciertos campiranos,

batutas gorjeantes,

gorriones, tórtolas, cenzontles;

atardeceres espigados,

sembradíos celestes,

cuadros marmoleados

de arte sagrado

pintas en fondo azul; 

vástagos hiciste crecer,

misterios retóñales,

amasaste polvos agua

y sangre,

hombres mujeres y niños

sacaste de tu fogón,

carne de tus entrañas.  

Supiste arrullarnos

con voz de sirena nodriza,

adobes, vientos,

gente buena,

recontando cometas,

y con luciérnagas, 

alumbrando espíritus de sueños;

ganaste respeto de canas,

nana de tierra y agua,

nana cabellera de

aire y recuerdos;

bien guardaste en alacena,

bajo llave de tu corazón,

soles heridos de amor,

prados de oriente,

cielos desangrados,

lluvias limpiando

la pista de luna rodante,

amada boquita,

noche de gala,

estrellas bañadas

para estrenar.

Deseando pueblo nuestro,

santuario sacro y divino, 

que cuando

el sol se retire,

después de la tarde

agotada de vida,

sepas tendernos cuiltla,

querida tibia

piel eterna,

colcha de reyes y mendigos,

moros y cristianos,

faraones y anónimos,

tierra de maíz, trigo, frijol

y semillas humanas. 

Tibia mortaja,

nido de girones

de penas y glorias,  

vieja labriega,

campesina eterna,

entrañas generosas,

incansable proveedora,

morral de vida,

nana de arena,

humus y,

cabelleras cansadas,

negras también,

todos hijos de paso.

Allí, a un ladito,

donde acostaste a

tus demás hijos,

sueño reponedor,

energías recicladas,

barro de pueblo,

espíritus cargando

amores eternos,

hijos enrutados,

estela de vida blanca,

recorrido cósmico;

reclamamos por

luz propia y ajena,

una cruz de álamo llorón

que diga:

“Estos polvos son míos,

porque también son tuyos”.

* Víctor M. Estupiñán Munguía: Pensador por distracción Cósmica, contador de estrellas por insomnio creativo, pintor de sueños por terapia humanista, especialista en transgredir las reglas ortográficas de la Real Academia Española, con neurosis cultural debido a que no puedo crear poemas que lleguen al corazón, víctima de la libertad, democracia y ecocidio del capitalismo bárbaro, pero con licencia de la Madre Naturaleza para cortar flores y olerlas.- 

Miembro de S.I.P.E.A. (Sociedad Internacional de Poetas, Escritores y Artistas)- Sonora- “Por la paz del mundo”           victor-79@live.com.mx

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