POR LOS CAMINOS DE SANCHO

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Estimados amigos: Hay indicios claros de que todos los partidos y gobiernos del país compraron votos y lealtades a través de diferentes mecanismos. La columna siguiente apunta algunas ideas sobre las causas y posibles vías de solución. Espero que sea de su interés. Saludos. Renward.

Renward García Medrano

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Compra de votos

Claro que hubo compra de votos. La hicieron todos los partidos antes, durante y después de las elecciones. Si los indígenas pobres todavía venden a sus hijas, ¿cómo esperar que no vendan sus votos si encuentran comprador? Y los mejores compradores no son los partidos, aunque participan en ese mercado ilegal, como lo hizo el PAN de Luisa María Calderón en Michoacán. Los clientes permanentes y al mayoreo son los gobiernos, a de los programas asistenciales.

El programa Oportunidades es el mecanismo más estable y extendido en el país. El gobierno de Calderón, quizá más que los anteriores, convirtió a los delegados de ese programa en todos los estados en activistas del voto, no sólo para estas elecciones, sino para todas las que ha habido durante su gobierno. Otro comprador destacado de votos y voluntades es el gobierno del Distrito Federal y sus instrumentos son la entrega mensual de dinero a los adultos mayores, que es doble para los que no están en el IMSS ni en el ISSSTE, las becas masivas a los jóvenes, el dinero mensual a las madres solteras, etc. ¿O cree usted que la popularidad de Miguel Ángel Mancera daba para obtener el 70% de los votos y carro completo, con una excepción, en todos los demás cargos de elección popular? Los gobiernos estatales distribuyen despensas, tarjetas de débito como las del gobierno del D. F., útiles escolares, materiales de construcción y no sé cuántas cosas más.

Los programas asistenciales otorgan dádivas masivas a grupos de pobres e incluso a sectores amplios de la clase media. Estos programas no son negativos por sí mismos, pero deben ser bien focalizados, administrados con honradez y temporales. La focalización es una selección correcta y honrada de los beneficiarios de los programas; violar este requisito, condicionar políticamente el apoyo de estos programas es el primer paso para la compra no sólo de votos, sino de lealtades y voluntades. En cuanto a la administración, es frecuente que cuando se entrega dinero en efectivo la ayuda no llegue completa al beneficiario porque una parte se quedó en los distintos escalones burocráticos que operan los programas; por eso se ha recurrido a las tarjetas de débito bancarias o de tiendas de autoservicio.

Por último, los programas asistenciales deberían ser temporales y vinculados a nivel local con proyectos de inversión y generación de empleos, para que poco a poco los ingresos de las familias dejen de provenir de dádivas siempre manipulables y provengan del salario, y con programas educativos para elevar la calidad y el valor del trabajo de una generación a otra y programas de capacitación, que mejoren la calidad del trabajo, la productividad y el salario de los trabajadores actuales. He repetido muchas veces que, en el siglo XX, el binomio empleo-educación fue la clave para convertir a millones de pobres del campo y las ciudades en clases medias. Y como hoy podemos observar en nosotros mismos, en nuestros parientes y amigos, el desempleo, la mezquindad de los salarios, la insuficiencia de espacios en educación media superior y superior y la pésima calidad de la enseñanza en todo el sistema educativo, están deteriorando la calidad de vida de las clases medias y aumentando desmesuradamente la pobreza.

¿Cómo no esperar que mucha gente venda su voto si no tiene otra cosa que vender? En una reciente entrevista Radiofónica, Eduardo Huchim, reveló que Alianza Cívica hizo una encuesta para tratar de medir la compra de votos y que encontró que todos los partidos que propusieron candidatos a la Presidencia de la República compraron votos, si bien lo hicieron en proporción a su tamaño presencia en el territorio nacional. Pero por grande que haya sido, la compra de votos el día de la elección fue inferior a la que hicieron los gobiernos años antes a través de los programas asistenciales.

El problema es grave y tiene múltiples facetas. El principal factor es la desigualdad, cuya expresión extrema es la pobreza alimentaria. La única manera de atenuarla es la doble vía del crecimiento económico y la redistribución del ingreso, complementados con políticas de empleo, salarial y fiscal progresiva. Un segundo factor, a mi juicio secundario, es la insuficiencia de la ley, lo que sugiere encarecer las violaciones y aumentar los candados, aunque todo candado tiene una llave. El tercer factor es de moral pública y tiene raíces muy antiguas y soluciones múltiples: restauración del tejido social y de la institución familiar, desarrollo educativo y cultural, creación de una cultura democrática, entre muchos más.

Todo ello, y cualquier medida que beneficie al país, su gente, sus instituciones y su economía, requiere un acuerdo social y político básico, en torno a objetivos comunes, y no al intercambio de legitimidad por espacios de poder, como lo hizo el PAN con el gobierno de Salinas. La izquierda -segunda fuerza política del país- tiene la opción de participar de manera digna y transparente en un gran acuerdo nacional o dejarle el espacio a la derecha panista, que ya se apresta a vender caro su amor.

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