“LAS SIN NARIZ MEXICANAS”
PUBLICADO EL 10 Abr 2011
Por :Purificación Carpinteyro Directora Comercial Corporativa de Telefónica Móviles México y vicepresidenta de Marketing y Asuntos Externos de Embratel. Estudió en la Escuela Libre de Derecho y en la Harvard Law School.
Una esquina en las sombras y una niña resguardándose como ovillo ocultando la cabeza entre las rodillas, se abraza acurrucándose buscando que la tiniebla la proteja y le ayude a desaparecer. Una canción de cuna, el recuerdo de la manta protectora de un cariño sobrenatural. Ese podría ser el deseo inconfesable de cualquier mujer que se atreve a escalar posiciones en un mundo que a ella le parece natural, pero que le es adverso. Pero su debilidad momentánea es fortaleza porque sólo es valiente quien se sobrepone a sus miedos y se enfrenta a la lucha.
¿Cómo abrirse paso, ser escuchada o tomada en serio?
Una junta directiva y una única mujer; las discusiones van y vienen debatiendo estrategias, posiciones, recursos. Habla y no escuchan, interviene y la interrumpen, como si en lugar de palabras ella emitiera silencios. ¿Cuántas veces debe tolerarse? ¿Optará en lo sucesivo por callarse, adiestrada -como a los perros de Pavlov- para guardar silencio? o ¿decidirá levantar la voz, expresar sus ideas dejando entrever su frustración? Luego los participantes se preguntan ¿por qué tanta exaltación?
Agresiva por aguerrido, grosera por firme, terca por decidido, inconsciente por audaz. Atributos que en un hombre lo destacan por aguerrido, firme, decidido y audaz, en una mujer se leen como agresiva, grosera, terca e inconsciente ¡Vaya negocio!
Cuando las razones esgrimidas para contratarlas son precisamente las "virtudes" tan características del sexo femenino: su sensibilidad, capacidad de empatía, dulzura, obediencia; una mujer que actúa como lo haría un hombre es una desgracia.
Pero mientras que los compañeros tratan de lidiar con una dama que compite con ellos agresivamente, las mujeres en su entorno sueltan las navajas de sus lenguas afiliadas. Una mujer en el mundo de los hombres es un peligro. Su mera presencia es un atentado en contra de la vida de reclusas que su entorno social les impuso, o que decidieron aceptar. Y atacan, a sabiendas de que no hay peor enemiga de una mujer que otra mujer.
Y confrontadas en ambientes laborales, se enfrentan peleando el espacio como si sólo hubiera cabida para una. Así las cosas, una mujer puede aceptar que un hombre sobresalga, que sea reconocido y escale posiciones; pero que otra lo haga...
Sin embargo, cuando dos mujeres se encuentran en ese mundo masculino de las altas esferas del poder, cada una embestida de poder propio, surge un chispazo de complicidad como el que existe entre aquellos sobrevivientes de un mismo desastre. Ambas se reconocen en su capacidad de infringirse daños, pero son íntimamente conscientes de que unidas pueden construir la más potente de las alianzas. Si tan sólo las mujeres empoderadas se convencieran internamente que unidas son invencibles; si juntas se protegieran, se apoyaran, pusieran el hombro para que con su soporte otras escalaran, pensando que una vez arriba las que subieron primero les tenderán la mano para que ellas también puedan subir.
Con su género, la responsabilidad de aquellas que consiguen posiciones es enorme. No se trata de privilegiar la incompetencia, por el contrario; se trata de impulsar la capacidad, destacar la brillantez de los talentos dando espacio a aquellas que siempre sirvieron a otros, que con menores credenciales consiguieron escalar posiciones apoyándose en el trabajo de sus colaboradoras mujeres.
Así, las mujeres en la política generalmente quedan relegadas a posiciones de asesoras y coordinadoras. Usualmente no se les deja crecer, porque cuando aparece una oportunidad para que asuman responsabilidades, el superior se las niega porque su dependencia al buen trabajo que desempeñan las hace irremplazables. Esos grandes talentos femeninos siempre caminan a la sombra de hombres a quienes el desgastado refrán de que "detrás de un gran hombre siempre existe una gran mujer", aplica a la perfección.
Esos garbanzos de a libra, aunque ocultos, no son difíciles de encontrar si se les busca en el séquito de los personajes más renombrados. Ellas están ávidas de una oportunidad de destacar, de ser reconocidas, de aparecer en escena, de asumir el riesgo de exponerse al escrutinio público, de retirarse la burka y exhibir el rostro.
Y es que generalmente, salir de las sombras para una mujer implica un costo. Nuestro mundo estrecho no está acostumbrado a ver mujeres destacar, y cuando una aparece en escena es sometida a un escrutinio que nada tiene que ver con su competencia y capacidad. Se le juzga por su vestimenta, por su peinado, por su andar. Se le juzga por su presencia, y ante el temor de ser castigada por su atractivo, prefiere disfrazarse de andrógeno para ocultar el físico que conlleva ser mujer.
Ser mujer en la política implica enfrentarse a la disyuntiva de aceptar vestimentas severas, como si su moralidad dependiera de ello. Involucra la decisión de hacer a un lado la vanidad de engalanarse -tan aplaudida en el resto de las mujeres que aceptan el rol de esposas, acompañantes o actrices-, y que incluso es ahora recurso de hombres que pretenden destacar en la política ahora tan mediatizada. Ser mujer en política las confronta con la alternativa de ponerse el hábito de monja o aceptar las críticas mordaces y las lenguas viperinas, que no perderán ocasión para crear rumores y escándalos que tratándose de un hombre hasta magnifican su estatura, pero que para una mujer son destructivos.
Nada más mortífero para una mujer en la política que la suspicacia. La buena relación con superiores y colegas la expone. En las mentes torcidas una mujer que se viste de mujer no puede tener una relación de confianza con su superior, como la tendría cualquier otro subalterno, sin ser víctima de la suspicacia.
Y qué mejor arma contra una mujer que el rumor de una relación de otra naturaleza con su superior jerárquico. La mera insinuación se convierte en certidumbre, y el cuento una vez contado equivale a encender la pólvora de una bomba que provoca una reacción en cadena, de la que la mujer en cuestión no tiene cómo defenderse.
El más cobarde de los ataques, provenga de quien provenga, es la más eficaz de las armas en contra de una mujer que destaque en la política. Pero como el simple rumor es vergonzante, se repite sólo en reuniones privadas y en voz baja, como se relataría el más infame de los crímenes. Y por absurdo que parezca, intentar defensa por la vía de la exposición del problema no hace más que agudizarlo. Para la mujer víctima de ello, el rumor ya esparcido y repetido hasta que en la percepción pública se transforma en verdad incuestionable, es vergonzante. Para ella, atreverse a hablar abiertamente de ello equivale a convalidar un estigma, y como la víctima de una violación, sería preferible no denunciarlo para salvar la reputación.
Son las "sin nariz" mexicanas, que al decidir huir de la reclusión de los talibanes sociales, se exponen a ser castigadas con el escarnio que las marca de por vida.
Y habrá quienes prefieran ocultar las deformaciones de la condena injusta que les fue impartida; y aquellas, que como la palestina Aisha, estén dispuestas a ser retratadas sin nariz y sin orejas, para denunciar.
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