EL HOSPITAL CIVIL

A Doña Chelo, mi adorada madre hoy que cumple sus primeros ochenta años, quien desde temprano se levantó a barrer, lavar, hacer comida para todas sus visitas, fue la tienda y atendió todas las llamadas de felicitación muy contenta por la vida que Dios le da llena de salud y vigor.

Conocí el Hospital Civil hace casi cincuenta años porque a toda la chamacada de Tuxpan nos mandaban las mamás a la purga de los sábados. El puro barrio de la Fausto Vega contribuía por lo menos con unas treinta víctimas cada semana, entre esa bola, a los Castañeda. Era un edificio imponente al que se llegaba luego de subir una prolongada pendiente que disminuyó al paso de los años, no se por qué, porque nosotros nos referimos siempre a “la subidota del Hospital” y como que se achicó, porque esta era el último esfuerzo antes del suplicio que nos esperaba al llegar al siempre majestuoso edificio, era relativamente nuevo en ese entonces, tendría alrededor de diez años que se había inaugurado luego de varios de construcción. La famosa purga era inenarrable, creo que se llamaba tetraleno o algo así, que era como horchata, blanca, pero que sabía a una mezcla de gasolina con rayos. Cada chiquillo debía traer, por recomendación de las enfermeras, al menos una naranja para chupar o, quien podía, su jarrito rojo o su okey. No tengo duda de que este terrible brebaje seguramente fue prohibido por la unicef o por la ONU en cuanto supieron de la agresión infantil al barrio de la Fausto Vega. Lo de acudir en bola lo entendimos cuando uno a uno caíamos fumigados por los efectos del temido sorbo, así que nos ayudábamos durante el regreso al barrio. Mi hermano Joel aun guarda pruebas de mi dicho porque perdió medio diente de enfrente en una de esas caídas de purga.

Años después, llegaron al barrio los Hermanos González, vendedores de ropa que venían no se de donde, ellos daban a los chamacos del barrio pequeñas cantidades de ropa para la venta. A mi me dieron un tambache de medias y lo primero que se me ocurrió al ver que algunas eran de color blanco, fue ir a ofrecer la mercancía al glorioso Hospital Civil. Todo se vendió y aun fui por más y fui un exitoso vendedor gracias a es famoso hospital.

Al cumplir mis 23 años de edad, el Hospital fue también testigo mudo de mis temores y cavilaciones porque mi esposa se encontraba en el quirófano, porque nacía mi primogénito. La loza de pípila que sentí y aun no me libro de ella, parece que salió de los muros de este hospital.

Por todo lo anterior, ningún temor sentí el pasado fin de semana, pese a las advertencias de muchos conocidos, que me explicaban que no es ahora el mejor lugar para atenderse de alguna enfermedad, mucho menos para someterse a una cirugía de anestesia total para retirar todo lo malo que se encuentre, principalmente la vesícula viliar, un quiste y una cosida de hernia. Con todo, entré confiadamente al viejo Hospital y al mismo quirófano en donde gritó por primera vez mi retoño, no sin antes cerciorarme de que uno de los médicos, Samuel Gallardo, me asegurara que no existían viejos rencores o probables malos tratos en nuestra niñez, cuando estudiamos en la benemérita escuela Antonia Nava. El trato, durante mi estancia, fue de primera, la atención, de concurso, la calidez y el profesionalismo a toda prueba; mi amiga Auda Priego, diligente directora, atenta y cordial, y no porque sea de mi barrio, así es ella.

Pero el Hospital, es cierto, ya dio en esta etapa de más de medio siglo lo que debía dar, ahora merece un reciclaje ante la nueva construcción de un Hospital moderno y de mayor capacidad, que ha gestionado Alberto Silva y que ya fue autorizado por el gobernador Javier Duarte. El destino del viejo edificio puede modificarse si se cumple la propuesta del alcalde y que él mismo dará a conocer oportunamente. Por mi parte, mil gracias al legendario Hospital Dr. Emilio Alcazar que me ha acompañado y atendido en momentos estelares de la vida como a muchos tuxpeños, como no lo vamos a reconocer.

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