LECCION DE HISTORIA PARA MEXICANOS PRINCIPIANTES

 

Asunto: Lecciones de Historia Patria... para mexicanos principiantes de Léxico florido...
No es como los libros de historia de la SEP, pero si seguimos como estamos, no dudo que en algunos años más así nos van a contar la historia

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Los Quintana Vicario: Un amor tan fuerte como su ideología


Primera parte

Para empezar, como era común en esa época, Leona tenía un nombre kilométrico.

Se llamaba María de la Soledad Leona Camila Vicario Fernández de San Salvador. Así nomás.

Nació el 10 de abril de 1789, en la ciudad de México. Chilanga, la mujer.

Sus padres estaban cagados en lana, su papá era español y su madre criolla.

Estos señores tenían ideas que no cuadraban con su época pues, aparte de procurar que su hija supiera rezar, bordar y tocar el piano, como toda buena, educada y decente damita de sociedad, también se preocuparon por que Leona aprendiera a leer y le inculcaron el amor a la Literatura, el Arte y la Historia.

Para el infortunio de la joven Leona, sus progenitores colgaron los tenis cuando ella apenas era una puberta.

Quedó huérfana, la chamacona.

La chica tenía un tío por parte de su mamá, don Agustín Pomposo Fernández, quien era abogado.

Dio la casualidad de que Leona no quedó desprotegida a la muerte de sus padres, pues su tío quedó como albacea de toda su fortuna y fue designado tutor de su sobrina.

Don Agus también era de ideas muy impropias con la época, mandó construir una casa al lado de la suya para que Leona viviera ahí sola, estuviera cómoda y tuviera privacidad.

¡Mano Poderosa!

¡Una adolescente instruida, con casa propia, viviendo sola, en el siglo XIX!

Ya se imaginarán lo que pasó cuando esto se supo, todos empezaron a señalar a Leona, por ser tan quién sabe cómo y así

Pero a Leona, le valía madre.

Ella era feliz con su vida, le encantaba leer mucho, sus lecturas favoritas eran las que trataban sobre ciencias, Filosofía y Política.

Tiempo después, la joven ya estaba en edad de merecer y aceptó gustosa la propuesta de matrimonio de un tal Octaviano Obregón, quien quedó prendado de sus carnes, pues Leona era muy repuestita, por no decir adiposa..

Sin embargo, el novio se fue de viaje y ya no regresó por su amada, ¡nomás la alborotó y no le cumplió, el muy o-g-t!

Pero ni crean que Leona se deprimió.

Para nada.

Faltaban más de 170 años para que la pindonga de Lucía naciera, pero Leona siguió la máxima premisa de esta horizontal: ¡El que sigue!

Y el bato que siguió fue un joven aprendiz de abogado que entró a jalar al bufete de su tío, en el año de 1809. Le llevaba apenas dos años de edad -él tenía 22 años; ella, 20- otro rasgo curioso, pues era usual que las jovencitas se casaran con rucos.

El nombre del galán era Andrés Eligio Quintana Roo.

¡Tenía apellidos de estado de la República, el wei!

Ah, no, al estado le pusieron como nombre los apellidos del tipo, en su honor.

Ya, perdón.

El caso era que ambos se enamoraron porque eran muy semejantes, hasta en su ideología, pues Andresito simpatizaba con los insurgentes y a Leona le cagaban los españoles a tal grado que cuando uno le cedía gentilmente el paso por la calle, ella prefería bajarse de la banqueta para no deberles favores a los gachupines.

El enamoramiento fue tanto que Andrés fue con don Agus a pedirle la mano –y todo lo demás- de su sobrina.

Pero el tío de Leona simpatizaba con los realistas y, como sabía de la tendencia ideológica del Andy, le dijo que con la pena, pero su sobrina no se podía casar con él porque ya había un compromiso muy formal de matrimonio con Octaviano Obregón.

¡Se sacó la barra de la manga, el Agus! Y le sirvió para negarle la mano de Leona a ese hombre que le parecía tan ideológicamente impropio.
Los Quintana Vicario: Juntos en las buenas y en las malas
Segunda parte

Desde siete años antes, en 1802, en su natal Yucatán, Andresín formaba a los 15 años de edad parte de Los Sanjuanistas, un grupo de personas que estaban hasta la madre del dominio español en la Nueva España.

El padre de este wei, José Matías Quintana, también pertenecía a Los Sanjuanistas y fue dueño del primer periódico que se imprimió en Yucatán. El contenido de sus publicaciones fue considerado subversivo para los intereses de la Nueva España y a don Mati lo metieron al bote.

Andrés se mudó a la Ciudad de México para terminar sus estudios. Poco después conoció a Leona, al entrar como pasante al bufete de Pomposo.

Cuando le negaron la mano de su novia, Andrés se enroló al Ejército Insurgente y luchó en Oaxaca bajo el mando de José María Morelos.

En lugar de lamentar su suerte, Leona apoyó a su amado en su decisión y decidió poner ella también su granito de arena para lograr la Independencia de la Nueva España..

La vieja comenzó a echarle la mano clandestinamente al Ejército Republicano, mandando recados a los soldados y teniendo contacto con las esposas de éstos para informarles cómo estaba su respectivo marido; animando a mucha raza para que se uniera a la lucha, así como soltando lana de su fortuna para costear armas, ropa y medicamentos para el bando que apoyaba.

Recuerden que don Pomposo era albacea de los bienes de Leona, él controlaba toda su lana.

Pero ya ven cómo son las viejas de largas y arrastradas, ¡siempre se las arreglan para sacarnos lana a nosotros, sus weyes!

Inventando mil y una barras, Leona siempre obtenía el dinero que necesitaba para apoyar su causa.

La osadía de esta mujer fue tanta que llegó a convencer a los armeros del virreinato para que hicieran fusiles y cañones para los Insurgentes. Ella pagó todo el pedo y a los armeros, pues les convenía ganar tanta lana.

Obviamente, tanta clandestinidad no podía pasar desapercibida por mucho tiempo y las autoridades del virreinato la pescaron.

A pesar de que don Pomposo, con sus palancas, le consiguió un indulto, Leona lo rechazó y fue apresada en el Colegio de Belén de las Mochas, que hacía las veces de prisión.

Leona fue interrogada pero se negó a soltar la sopa para que sus camaradas insurgentes no fueran también apresados.

Sin embargo, Leona no duró mucho tiempo entambada, pues fue liberada a punta de bayoneta por dos coroneles insurgentes.

Para escapar de la Ciudad de México sin ser reconocida, ¡Leona se disfrazó de negra y salió como si nada, montada en un burro cargado con pulque!

Cuando se enteraron que la vieja había huido, las autoridades le confiscaron todos sus bienes en la capital y la declararon traidora. Quedó en la jodidez total.

Los coroneles que la rescataron la escoltaron hasta Oaxaca, donde se reunió con Andrés.

Para entonces ya era el año 1813.

Una vez juntos en Oaxaca, Leona y Andrés se casaron, pesárale a quien le pesara.

Como ya no tenía lana para financiar la lucha insurgente, Leona Vicario de Quintana se amoldó a su nueva realidad y buscó actividades alternas para seguir ayudando a la causa.

La ñora se puso a cocinar para los soldados, atendía a los enfermos y redactaba cartas a todo aquel que le pedía el favorcito por no saber leer ni escribir.

Ese mismo año fue conformado en el estado de Guerrero el Supremo Congreso, con Andrés Quintana Roo ocupando la presidencia del mismo. Se integró una Asamblea Constituyente que declaró la Independencia en 1813.

Pero esa declaración fue letra muerta. No valió. Los realistas comenzaron una intensa persecución contra los miembros de este congreso y Leona y Andrés se vieron precisados a huir para que no les dieran cuello.

En ese trayecto, esta pareja pasó muchas penurías, comiendo animales y plantas comestibles que se encontraban en el monte y refugiándose donde podían a lo largo de cuatro años.

Para colmo, ¡Leona quedó preñada en 1817! Era tanta su pobreza que dio a luz a su primera hija, Genoveva Quintana Vicario, en el piso de una choza.

Se supone que todo bebé trae torta bajo el brazo, pero con el nacimiento de Genoveva sobrevivo la desgracia para el matrimonio Quintana Vicario, pues dos elementos insurgentes los delataron con los realistas y fueron aprehendidos con todo y güerca en la sierra.

Andrés pudo escapar, pero mediante un escrito al virrey se declaró culpable de todos los cargos de los que los acusaban y solicitó un indulto para su esposa e hija, mismo que le fue concedido con la condición de que Leona y su pequeña se largaran desterradas a España.

¡Sí, chucha! ¿Y la lana para el viaje?

¡No había!

Jelou, eran pobres.

Les dieron chance de ser desterradas, ¡a Toluca!
Los Quintana Vicario: Verdaderos padres de la Patria
Tercera parte

Ya en Toluca, a los 32 años de edad, Leona dio a luz otra güerca, María Dolores Quintana Vicario.

Mientras tanto, Andrés continuaba a salto de mata.

A la larga se dio el pacto de Independencia con el Ejército Trigarante.

Andrés Quintana Roo pudo regresar con su familia y obtuvo un puesto clave en la política nacional, pues el primero de los dos emperadores de oropel que tuvimos en nuestra historia, Agustín de Iturbide, lo nombró Subsecretario de Estado y de Relaciones Exteriores.

Pero no le duró mucho el gusto.

Andrés acabó por caerle mal a Agustín y el emperador lo corrió a la chingada.

Con la caída del primer imperio mexicano, en 1822, vino la época de los primeros presidentes y a lo largo de los siguientes siete años Andrés tuvo buenos puestos.

¡Le estaba yendo bien, al wei!

Mas todo se vino abajo con el gobierno de Anastasio Bustamante. Andrés le cayó en la punta de la reata a este Presidente y de nuevo tuvo que huir con su familia para que no lo apresaran.

Para su fortuna, don Tacho duró menos de dos años en la silla presidencial y por fin, en 1832, la familia Quintana Vicario pudo empezar de nuevo y se levantó con madre.

Andrés fue diputado, senador, de nuevo secretario de Estado –más de una vez- y magistrado de la Suprema Corte.

A su vieja también le fue bien pues, como agradecimiento por haber soltado lana para apoyar al Ejército Republicano, el nuevo gobierno la alivianó regalándole una haciendota, la cual no cubría en su totalidad todos los bienes que le confiscaron y la lana que donó a la causa insurgente, pero pues bueno, ya de jodido.

Seis años más tarde, Leona seguía en la punta del mitote y en el año 1838 ayudó a los soldados que combatieron contra Francia en la famosa Guerra de los Pasteles, pero esa también es otra historia.

Eso sí, a la señora para ese entonces ya la conocía todo mundo y tenía amigos por todos lados. Igual que su marido, era una persona respetable y respetada, que inspiraba mucha confianza.

Finalmente, la vida premió a Leona dándole una muerte apacible. Murió en su cama, mientras dormía, a los 53 años de edad, el 21 de agosto de 1842.

Su viudo la lloró a lo largo de nueve años, hasta que se le ocurrió morirse en el año de 1851, dejando tras de sí una excelente reputación y un gran respeto entre todos los habitantes de México.

Los restos de ambos descansaban desde el año 1925 en la Columna de la Independencia, ubicada en la Ciudad de México, pero, personal del INAH los acaba de sacar junto con el resto de nuestros Héroes Independentistas, para clasificarlos, ponerlos en orden, darles una sacudidita y exhibirlos en fecha próxima.

Leona Vicario y Andrés Quintana Roo fueron de los pocos personajes de nuestra Historia que verdaderamente se unieron a la lucha por motivos puramente ideológicos y no por resentimientos o intereses políticos ni económicos.

Miguel Hidalgo sólo tuvo el mérito de ser el iniciador del desmadre pero se lo echaron de volada, que mala onda !

En contraste, las luchas sociales en las cuales intervinieron los Quintana Vicario abarcaron más de 30 años. Ellos son los verdaderos padres de nuestra Patria; la gestaron, lucharon por ella, la vieron crecer en sus inicios y hasta participaron en su educación.

A esta pareja sólo le faltó morir en la lucha para ser tan célebre como Hidalgo, Allende, Morelos y el resto de la camada.

No son tan famosos pero merecen el mismo honor, de eso que ni duda les quepa.

FIN.

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