LA TELLO Y LA NAVA

Por Ezequiel Castañeda Nevárez.

No tengo ninguna duda de que para los seres humanos la vida se divide en dos grandes tiempos; en el primero de ellos, hay que construir recuerdos para el futuro porque, en el segundo, recordar es vivir; de tal modo que, entre más recuerdos elaboremos en la primera fracción, más vida tendremos en la parte definitiva.

Y viene esto a cuento, porque quiso el destino que acudiera en días pasados a mis dos grandes amores escolares: la legendaria Escuela Primaria Antonia Nava, en donde pasé mis primeros seis años de estudio; y a la Escuela Secundaria y de Bachilleres, Profesor Manuel C. Tello, Alma Mater de todas las generaciones de tuxpeños y de ex alumnos de todo el norte de Veracruz.

Me suena muy cerca, como si hubiese ocurrido hace apenas unos días, la voz de mi amigo Clemente Arenas Gutiérrez, anunciando en cada desfile el paso, frente al Palacio Municipal, del contingente de nuestra entonces máxima Casa de Estudios, cuya escolta portaba la bandera mexicana y el estandarte escolar con orgullo justificado, detrás de la gloriosa Banda de Guerra, ante las miradas y aplausos de la gente que siempre se arremolinaba frente a la tienda de telas “El Paje”, hoy concurrido restaurante y centro de análisis político de diversos grupos de expertos en la materia.

De la Nava, los recuerdos también son frescos y muy reales, excepto porque se atraviesa la pregunta obligada ¿En este pequeño espacio corríamos todos al mismo tiempo a exceso de velocidad? ¿En tan poca superficie convivíamos a la hora del recreo algo así como diez equipos de futbol, tres de voli, cuatro grupos que jugaban al “la trai” y otros más a las escondidas? Me dice la maestra Menacho que ya han resuelto este problema al fraccionar el recreo en dos sesiones. Me parece que debieron preguntar a los expertos, porque nosotros nunca chocamos gravemente a pesar de que éramos tantos chamacos sudados que gritábamos y corríamos al mismo tiempo por todos lados. Solo había un semáforo que podía paralizar a todo el alegre contingente súbitamente como imagen congelada: el grito de autoridad de la recordada maestra Julia Rangel. El solo ruido de sus tacones eran suficiente para imponer la ley y el orden. Resulta inevitable evocar también a mis mentores Lupita, Clemencia, Santos, María de Jesús, lo mismo que al profe Silvestre, a Alicia Boa, a María Elena y a José Inés Salas. Días felices de aprendizaje y de formación.

Ambas instituciones están de plácemes en estos días porque las dos celebran singulares aniversarios: la Manuel C. Tello, apenas 75 años desde el día en que un grupo de tuxpeños, preocupados por la educación, fundaron esta prestigiada escuela. La Antonia Nava, ya cuenta con más de cien años de existencia. Es más, en la propia escuela Nava se fundó la Tello, porque allí sesionaron los fundadores de esta. En el festejo de la Tello, Alberto Silva Ramos, funcionario del gobierno de Fidel Herrera y tuxpeño distinguido, invitó la cena de los maestros jubilados y envió un grupo de música de moda para sus ahijados, los alumnos de esta gloriosa escuela. En la celebración, a la que lamentó Silva no poder asistir, por haber tenido que acompañar al Gobernador a la capital de Los Estados Unidos, en donde recibió merecido reconocimiento Fidel Herrera, envió Alberto su saludo cariñoso con quien esto escribe, oportunidad que aproveché para saludar a muchos amigos y para tomarme la foto del recuerdo con ese fuerte roble viviente que es Angel Ruiz Segura y con mis queridos maestros Goyito Pérez González, Roberto Estopier, María de Jesús Rangel Reyes –a quien debo muchos abrazos- Teresa Chavez Cardenete y otros más de mi época como Wenseslao Bastián Sosa, Florentina Morales, Delfino morales, Arminda Ruiz Rangel, Erasmo Acosta, Rosita lazo de la vega, Daniela Pérez Vencis, Gisela Melendez y muchos más a quienes envío un abrazo de gratitud y de reconocimiento con mi permanente homenaje. Al festejo de la Antonia Nava, no pude llegar a tiempo, pero de todas maneras acudí a la cita con mis recuerdos, maravillado de encontrar en esas paredes centenarias la convivencia con la modernidad: el gran salón que ocupó por años el ameritado maestro José Inés Salas, fue convertido en dos salones; uno de ellos, totalmente climatizado, que alberga el centro de cómputo de la escuela. Al lado, la Dirección, totalmente diferente a lo que conocí, con luz de día y ventilación, a donde entrábamos quienes peleábamos la oportunidad de “dar el toque”a la añeja campana, con lo que se marcaba el inicio o el final del recreo o la conclusión del turno. Celebro haber estado este día y los años del 1962 al 69. Algo así, por lo que, ante la duda, saco mi certificado que firma la maestra Cecilia B. Juárez y veo que ha pasado el tiempo y que en estos dos planteles Dios construyó para mí hermosos recuerdos que ahora me hacen vivir nuevamente. Es la vida, digo nostálgico, como bien diría Loscar.

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