LA CALIPIGIA

 

http://lacalipigia.wordpress.com/

Deambulando por casa, solo, tocando todo aquello que sueles tocar, aspirando aromas colgados de las cortinas, retenidos en las sábanas, algún cabello en la almohada, perdido, busco y miro: una liga, como pájaro derrotado… ¿derrotado? La levanto con dos dedos. La imagino tensa sobre la pierna alta, como calientes sillares de chimenea, mi hogar, el horno dónde ardo cada vez… y rememoro horas elongadas, espaciadas en el éxtasis del vino, en el íntimo, aumentado, alargado fluir de mis manos acariciando las colinas de tus nalgas… ¿ya vienes, quién te ha visto hoy a los ojos, quién ha percibido la sutileza de tu perfume, la palpitante, viva paloma sacrificial en el medio de tus piernas? Tierna como gatita, tan mortal como sus uñas. Ven, espero… ¿o tendré que buscarte en el ansia de la ciudad, en la enajenación urbana, en el astillar de sonidos? ¡Esos que tanto nos aíslan del resto de los mortales! Intuyo cerca tu lencería (esas prendas que, en lugar de desnudarte te arman, Poderosa Afrodita, tan fatal como atrayente), en los dedos arde la sensación de seda quemante, de piel sobre piel, carne abriéndose… y no soportando más la ausencia echo a andar escaleras abajo. Te llamo al móvil:

-Espérame ahí… quieta… prepara el rito… te quiero envuelta como regalo: piel y seda… rojo y negro. Hoy mi carne pétrea buscará como nunca el misterio de tus hendiduras. No te desnudaré. Te poseeré con todo y lencería… hazme estremecer de una vez por todas… 

Y lo mejor es que contestas y sé que esperas. Me esperas…

De espaldas a mi.

 

De espaldas a mí, dormida, pondré la mano derecha sobre tu nuca, empujando hacia delante. Así te quiero, de espaldas a mí, para que en las horas ansiosas en que la madrugada me hace abrir los ojos y busque, encuentre la “tabula rasa” de tu espalda dónde terminaré de escribir con sudor y esperma lo que he comenzado burilando con lentitud primero y furia repentina después, en la diana perfecta de tus hemisferios femeninos. De espaldas a mí -así te quiero-, entraré entre tus radiantes nalgas, faros en la penumbra y un letrero fuera que diga “Hotel”, ajenas a la noche y sus desvelos. Tú inclinarás la cara -mi loba de las sábanas-, sobre tus propias tetas que cubriré con la otra mano, como se mantiene un frágil pájaro en la palma. Me darás la espalda y el resto de tu cuerpo antes que el alba despunte con sus propios e intrínsecos problemas, antes que la enajenación nos separe de nuevo con ruido de autos y túneles del Metro. Entraré en ti, olerás a mi, te empaparás en mi, para que vayas por las calles, mía, que te olisqueen los perros, que te sepan ajena. De espaldas a mí, te escribiré un letrero con semen que diga: “Propiedad privada”.

La lista.

Anoche me confesaron algo. Una de las chicas con quienes salgo:

“Querido, estás en mi lista negra” le pregunté la naturaleza de tal lista. Me contestó que se trataba de un cuaderno con páginas negras dónde suele inscribir el nombre de sus amantes. Le dije que era un honor estar ahí pero, sobre todo, un homenaje a mí mismo. Se sorprendió de que no me sorprendiera. Me comentó que era el primer hombre que no se molestaba por tal cosa. Contesté a la vez que no tenía por qué pues, en recuerdo de la belleza de sus generosas nalgas a las cuales había rendido tributo tomándolas por detrás y a su sexo desde atrás -y a la noche desenfrenada que habíamos pasado-, yo había cogido unos cuantos cabellos suyos y los había guardado en un frasco, etiquetados y fechados al lado de otros muchos que guardo detrás de las estanterías de mi biblioteca.

En la imagen: Sabrina Dacos, autorretrato.

 

Mientras algunos se jactan de haber conquistado varias veces los “ochomiles”, yo me jacto de haber alcanzado, subido y horadado las ondulantes, tibias y suaves colinas femeninas.

 

La frase “la que va para arriba” de Bataille me encendió desde la primera vez que la leí. Evoca en mí el avance imparable de un par de piernas que sostienen un par de nalgas que pronto serán sacrificadas en el lecho de un hotel o en la sucia cama de un prostíbulo (si no está sucia, impregnada de los fluidos de tantos otros sacrificios ese no es putero… es una lavandería). Hay en esta la promesa de lo obsceno: la imagen que me hace temblar de una daga de obsidiana penetrando en la redonda masa de la carne de res todavía caliente, palpitante. Esta mañana mi vecina la volvió a hacer. Subió las escaleras que dan a las habitaciones superiores de su casa, por la parte del jardín trasero (¡aaahhh, escribo “trasero” y ya la rememoro, la recreo, la deseo…!) que da a mi propio jardín de atrás. Me pareció que me hablaba (pidiéndome a gritos que la clavara ahí mismo, sobre las escaleras, sorprendida, mientras subía) desde la boquita fruncida que ya intuía debajo de su micro short de mezclilla, desde cuyos rebordes de tela sobresalían los dos cachetes blancos de esas nalgas generosas… Ella se ha vuelto la puta-dios de Bataille. Mi propio objeto de deseo. Ese par de nalgas que ya huelo, escucho, venero, desde la distancia.

El tatuaje.

 

Ingenuamente se hizo tatuar su nombre en el pene. Así creía poder convertir a cada persona que penetraba en el objeto de su deseo.

Comentarios

Entradas populares